Un buen resultado para Massa, una mala elección del PJ

Un buen resultado para Massa, una mala elección del PJ

Por Carlos Pagni

El peronismo perdió más de 3,5 millones de votos; el resultado del ministro de Economía es más meritorio, entonces, cuando se lo compara con la penuria de Unión por la Patria

 

Carlos Pagni

Sergio Massa tuvo un doble triunfo en las elecciones generales. Salió primero, contra casi todos los pronósticos. Y, lo más importante, corroboró su hipótesis maestra: la irrupción de Javier Milei tenía como destino principal dividir el frente opositor. Es decir, cumplir el rol que él mismo, Massa, desempeñó entre 2013 y 2017 frente al kirchnerismo y que fue determinante de la llegada de Mauricio Macri al poder. Olvidar esta configuración electoral haría perder de vista un mensaje importante de las urnas: el peronismo tuvo una muy mala performance. Unificado detrás de un solo candidato, anoche no alcanzaba al 37% de los votos, que es lo que había obtenido Daniel Scioli en 2015, cuando encabezó sólo a la fracción oficialista. Es verdad que el ministro de Economía sumó más de 3 millones de votos a los que su coalición cosechó en las primarias de agosto. Fue quién más se benefició con el incremento de participación, que fue del 70 al 78%. Milei agregó 700.000. Juntos por el Cambio, con Patricia Bullrich, perdió 200.000. Pero Milei y Bullrich sumaron muchos más votos que los que había obtenido Macri en la primera vuelta de 2019. Entre la candidatura de Alberto Fernández en 2019 y la de Massa, ayer, el peronismo perdió más de 3,5 millones de votos. Salvo un sondeo de su cuñado Sebastián Galmarini, y otro de Raúl Timerman y Shila Vilker, ningun pronóstico había asignado a Massa el primer lugar en la elección. El resultado de Massa es más meritorio, entonces, cuando se lo compara con la penuria de Unión por la Patria.

Detectar esta fragilidad permite pensar mejor lo que vendrá. En medio de un mar de incertidumbre, ayer quedó establecida una certeza: el núcleo de la plataforma social sobre la que se asentará el próximo gobierno, cualquiera sea el ganador del segundo turno, será bastante reducido. Massa consiguió menos del 37% de los votos. Milei arañó los 30. Esta información es decisiva para calibrar la capacidad de la administración que se instale en la Casa Rosada el 10 de diciembre para gestionar la endiablada agenda de la economía. Entre otras cosas porque de la matemática de ayer deriva que el actual oficialismo estará a 22 bancas del quorum en Diputados. Una indigencia que se agiganta en el caso de Milei: le faltan 91 legisladores para lograr aprobar una ley. Este es el instrumental político inicial para abordar una agenda económica endemoniada.

El candidato de La Libertad Avanza está frente a un desafío relevante: ¿será capaz de reunificar el universo electoral no peronista? Es decir: ¿conseguirá neutralizar las mil tácticas a las que recurrirá Massa para atraer, aunque más no sea, a una franja de los simpatizantes de Juntos por el Cambio? Cuando se resuelva este interrogante se sabrá qué es lo que está sucediendo en la política argentina. Se podrá determinar si hay un reemplazo en la representación de los sectores medios, en general, ajenos al PJ. En otras palabras, si el candidato de La Libertad Avanza va a sintetizar a sus simpatizantes con los de Patricia Bullrich. O si, en cambio, Massa está en condiciones de avanzar sobre el centro, limitando el reinado de Milei a un sector de derecha más o menos reaccionario. Estas alternativas cobijan un misterio principal de la etapa inaugurada ayer: cual será el destino de Juntos por el Cambio.

Entre la candidatura de Alberto Fernández en 2019 y la de Massa, ayer, el peronismo perdió más de 3,5 millones de votos

Massa consiguió anoche neutralizar la cruz de un oficialismo catastrófico, en el que conviven una inflación proyectada del 200%, la consiguiente corrida cambiaria y una pobreza del 40%, que se vuelve más escandalosa cuando se la contrasta con las manualidades de “Chocolate” o las travesías mediterráneas del “Bandido”" ”. Frente a estas circunstancias objetivas calamitosas, el ministro realizó la campaña más profesional. Contó con la colaboración de Cristina Kirchner y su capacidad, cercana a la magia, de desaparecer cuando el contexto se lo exige. También Alberto Fernández se invisibilizó, admitiendo que su administración no tiene nada que ver con el responsable del palacio de Hacienda. Sin embargo, el mayor auxilio para Massa llegó desde la oposición, que no logró exponer ante la ciudadanía una obviedad: que el candidato del oficialismo era el candidato del oficialismo.

El triunfador de ayer fue mucho más eficaz. Consiguió sembrar el miedo a un cambio depredador. También en esto lo ayudaron sus rivales. Una curiosidad insólita: una encuesta realizada la semana pasada por Pablo Semán, Nicolas Weschinger y Ulises Ferro descubrió que en el universo de simpatizantes de Milei hay un 11,6 % de votantes que, cuando se pregunta a qué candidato temen más, contestan “a Milei”. Sin embargo, el aporte de los opositores no se debió quizá tanto al terror que pudieron sembrar entre los votantes, sino a los fantasmas que comenzaron a aterrorizar a la dirigencia. Es muy posible que Milei, amenazando a la casta con una motosierra, y Bullrich, prometiendo al kirchnerismo una cárcel de alta seguridad, hayan sacado del letargo a una dirigencia peronista que, si no habilitó a su candidato a avanzar sobre el electorado ajeno, sí le permitió fidelizar al propio. Porque el milagro de Massa fue modesto: recuperar algo del voto oficialista, escondido en la gran masa de abstención de las primarias, sin llegar a las marcas de otras elecciones. Una física que se repite en las escalas inferiores. Para citar el caso más sonoro: Federico Otermín, el candidato a intendente de Lomas de Zamora, capturó ayer el 50% los votos. Diez puntos porcentuales menos que los que había conquistado su padrino Martín Insaurralde en 2019. Es cierto que el apoyo de la oposición frente al nefasto trance de “Chocolate” y el “Bandido” ha sido generosísimo. Fue más que un silencio piadoso: en el cierre de campaña de Juntos por el Cambio el candidato a gobernador Néstor Grindetti llegó a caracterizar a Martín Insaurralde como un “chivo expiatorio del kirchnerismo”.

¿Javier Milei será capaz de reunificar el universo electoral no peronista?¿Conseguirá neutralizar las mil tácticas a las que recurrirá Massa para atraer, aunque más no sea, a una franja de los simpatizantes de Juntos por el Cambio?

El sospechoso compromiso de Grindetti con Insaurralde es sólo una caricatura del muy defectuoso proselitismo de Bullrich y su fuerza. Las razones son diversas. Se puede mencionar el colapso que produjo en la candidata el haber perdido en las primarias frente a Milei, en una derrota que además de cuantitativa fue conceptual. Bullrich nunca más encontró su eje porque no puedo identificar a su verdadero rival. Levantó, además, una bandera que, aislada, sonó muy anacrónica: la de terminar con el kirchnerismo. Replegada sobre ese terreno, dejó libre el centro. Intentó tomarlo Massa. Tal vez por eso ella no retuvo todo el voto de Horacio Rodríguez Larreta. Bullrich no igualó el caudal que recogió su fuerza en las primarias. A la hora de evaluar esta aritmética hay que rescatar un dato interesante: Juan Schiaretti casi duplica las adhesiones que había conseguido en agosto. Pasó de 900.000 a 1.800.000 votos. Ese éxito, sobre todo en Córdoba, se produjo a expensas de Bullrich.

Es posible que estas razones sean, de todos modos, anecdóticas. El gran problema de Juntos por el Cambio fue que no pudo encontrar un discurso que superara la frustración de muchísimos electores frente a la malhadada salida de Macri del poder. No consiguió realizar en los últimos cuatro años una verdadera renovación. El empeño crítico más audaz, el de Horacio Rodríguez Larreta, quedó reducido a reparos metodológicos o a desafíos personales. No logró abrir una disputa conceptual. Es, tal vez, una consecuencia derivada del talento con que Macri siguió ocupando el centro de la escena, demostrando que es el político más dotado de su agrupación para la manipulación del poder.

En las próximas semanas se sabrá si, además de la derrota, Juntos por el Cambio padecerá la fractura. Es un destino que está muy condicionado por el predominio de uno u otro eje discursivo en la carrera hacia el ballottage. Massa seguirá convocando a un gobierno de unidad, en un intento de seducir a dirigentes radicales y del PRO. Personas que ya tienen con él vínculos antiguos, más o menos visibles, alimentados casi siempre por prebendas económicas. Esa transversalidad se alimenta, además, con la subordinación a importantes empresarios que cultivan amistades en las dos coaliciones enfrentadas en los últimos tres lustros. Para formularlo en otros términos: la campaña ingresa en una etapa en la que se podrá advertir que la polarización fue, para muchos protagonistas, un simulacro. Lo más importante pasa por otro plano. Massa envolverá su jugada hacia Juntos por el Cambio con un argumento general: hay que agruparse para defender la democracia del avance de un Milei que será presentado cada vez más como un personaje fascistoide. Habrá que olvidar cuanto antes que a ese personaje él lo alimentó de mil maneras. El fraseo de esa visión fue anoche “la grieta se murió y empieza otra etapa el 10 de diciembre”. Lo mismo prometía Alberto Fernández hace cuatro años.

El triunfador de ayer fue mucho más eficaz. Consiguió sembrar el miedo a un cambio depredador. También en esto lo ayudaron sus rivales

La estrategia oficialista se nutre en la experiencia de Lula da Silva frente a Jair Bolsonaro. La campaña del PT se sostuvo en la confrontación entre democracia o fascismo. Massa cuenta con dos equipos de brasileños, destacados en Buenos Aires por el propio Lula, que lo asesoran para desplegar este diseño. El principal interlocutor está en San Pablo y es el ex jefe de marketing político del presidente de Brasil, Edinho Silva. Pero el más gravitante en el comando de Unión por la Patria es Otavio Antunes, que además de aconsejar a Lula, trabajó en Bolivia para Evo Morales, y en Colombia para Gustavo Petro, quién ayer saludó el resultado diciendo que la esperanza había vencido a la barbarie.

Se trata de un aspecto muy notable de la actual encrucijada electoral. Pocas veces se advirtió una intervención semejante de factores internacionales. O de agentes ajenos a la política profesional. El propio Lula explicó a Joe Biden que en la Argentina la democracia estaba en peligro. Hablaba de Milei, el admirador de Bolsonaro y Donald Trump. Mucho antes, en una visita a la CGT, llamó a “derrotar al fascismo en América Latina” en una alianza con Gabriel Boric y con Petro. También el papa Francisco intervino en el juego concediendo una entrevista a Bernarda Llorente, la presidenta de Télam y esposa del ministro Jorge Taiana, para alertar sobre la presencia de un falso mesías. Jorge Bergoglio eligió el momento justo: cuando su condena a Milei no significaba un aval a Massa, a quien sigue sin indultar. La semana pasada Xi Jinping se sumó a esta cadena de la solidaridad. Por gestión de Alberto Fernández, destrabó el segundo tramo del swap de monedas pactado con el Banco Central para aliviar la pesadilla de Unión por la Patria con el dólar. No debería sorprender: Milei se declara enemigo de China. Y Bullrich manifestó su negativa a ingresar en el grupo Brics, que desde hace años es un club manejado por los chinos.

La prédica de Massa puede tener efectos en Juntos por el Cambio. No porque vaya a conseguir adhesiones a su candidatura. Pero sí motivar censuras contra Milei. Contra el mismo Milei de quien Macri sostiene que “expresa nuestras ideas”. El lugar donde primero se manifestará este entredicho interno es la ciudad de Buenos Aires. Jorge Macri quedó al borde de ganar en primera vuelta, pero perdió 162.000 votos respecto de los que sacó Juntos por el Cambio en agosto. Quiere decir que parte de los votantes de Martín Lousteau prefirieron otra opción. El ex radical Leandro Santoro, por ejemplo, sumó 158.000 votos desde las primarias. ¿Massa intervendrá ante Santoro para que reconozca el triunfo de Macri? Sería una forma de desmovilizar al aparato del Pro que sostendría, en noviembre, la campaña de Milei.

Una curiosidad insólita: una encuesta realizada la semana pasada por Pablo Semán, Nicolas Weschinger y Ulises Ferro descubrió que en el universo de simpatizantes de Milei hay un 11,6 % de votantes que, cuando se pregunta a qué candidato temen más, contestan “a Milei”

La fisura en Juntos por el Cambio está expuesta. Sólo falta que el propio Milei la profundice, enajenándose el poco afecto que le destinan los simpatizantes radicales. Una de las demostraciones más claras de la falta de profesionalismo del candidato de La Libertad Avanza ha sido su obcecado menosprecio a la UCR, que es uno de los partidos a los que deberá seducir en su lucha contra Massa.

Este inconveniente de Milei conspira contra la que ahora será su estrategia principal: restablecer las coordenadas peronismo/no peronismo, dramatizadas como kirchnerismo-antikirchnerismo. Anoche prometió barajar y dar de nuevo para terminar con el oficialismo. Bullrich le correspondió diciendo que trabajará en la misma dirección. No es el único reto que espera a Milei. También tendrá que conjurar una campaña sutil, subliminal, que lanzará Unión por la Patria para generar más dudas que las que ya existen sobre su estabilidad emocional.

Massa deberá demostrar también su habilidad para insistir en una tesis que ya estuvo ensayando: la intranquilidad que sacude a la economía no debería ser atribuida a su pésima gestión, sino a la prédica de Milei. Hace 15 días, cuando el candidato de ultraderecha había recomendado no renovar plazos fijos en pesos, consiguió que una parte de la opinión pública adoptara ese diagnóstico. Fue increíble que, otra vez, Bullrich lo apoyara sumándose a la imputación contra Milei. Ahora ese reproche tal vez quede opacado por el verdadero problema: la propuesta de una dolarización, esgrimida por alguien que podría ganar el ballottage, es de por sí desestabilizante, porque acelera el repudio al peso.

¿Massa intervendrá ante Santoro para que reconozca el triunfo de Macri? Sería una forma de desmovilizar al aparato del Pro que sostendría, en noviembre, la campaña de Milei.

No hace falta consignar que se trata de un vector determinante para el próximo tramo del proceso. El consenso de los profesionales anticipa mayores turbulencias. En ese coro sobresale la voz de Domingo Cavallo, quien se ha convertido otra vez en uno de los economistas que más influyen sobre el establishment. El jueves pasado, sin ir más lejos, delante de un pequeño círculo de grandes empresarios, defendió la idea de que el país ingresa en un torbellino que obligará a alinear variables durante todo el año próximo, que será de alta inflación. Recién a finales de 2024, sostuvo, se podría pensar en un plan de estabilización. Cavallo se mostró partidario de desdoblar el mercado de cambios. Descree de la dolarización. Prefiere que se mantenga un régimen de pequeñas devaluaciones, siguiendo la inflación. Son ideas para el mediano plazo. Pero el partido del dólar, en términos electorales, se juega desde hoy. ¿Alcanzará a Massa recurrir a las “cuevas” amigas? Un acertijo para los agencieros de la red Karuna Group, rama cambiaria del Frente Renovador.

En el paisaje que quedó planteado ayer hay que registrar un fenómeno con gran potencial para el futuro. En la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof agregó 1.338.632 votos a los que había sacado en las primarias, alcanzando el 44,89% de los votos. Quedó empatado con Massa en el distrito más importante del país. Allí La Cámpora, liderada por Máximo Kirchner, ganó12 comunas. Quiere decir que el oficialismo mantuvo su fortaleza en su principal base territorial. Kicillof no tiene reelección. Por eso 2027 es una fecha significativa para él. Un detalle que Massa ha registrado. En Buenos Aires está el poder de Cristina Kirchner. Seguirá siendo el árbitro. Es ella la que decidirá si la confrontación que ha dominado la vida nacional en los últimos 20 años ha quedado cancelada. Su homogénea minoría puede ser crucial en un mapa político que, se confirmó anoche, debe luchar contra una peligrosa fragmentación.

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