Las dos guerras que debilitan a Alberto Fernández

Las dos guerras que debilitan a Alberto Fernández

La invasión rusa a Ucrania complicó más la gestión del Gobierno con el FMI, mientras el kirchnerismo sigue maniobrando en contra del acuerdo

Por Martín Rodríguez Yebra

La mesa examinadora sube la exigencia. Alberto Fernández vive la angustiosa experiencia de gobernar bajo asedio de los propios, después de dos años en los que la búsqueda de aprobación de la facción política que lo encumbró al poder acompasó sus palabras y sus actos. De esa necesidad autoimpuesta emergió un liderazgo endeble cuyos rasgos más salientes resultan la ambigüedad y la tendencia a postergar decisiones.

Cristina Kirchner y su hijo Máximo intensificaron en las últimas horas las maniobras para condicionar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que Fernández demoró hasta el último momento posible y que ahora quedó empantanado en el dramático cambio del escenario internacional que plantea la invasión rusa a Ucrania.

En la Casa Rosada y el Ministerio de Economía quedaron paralizados cuando vieron publicado días atrás un borrador del memorando de entendimiento que negocia Martín Guzmán. Un texto que desnuda la anatomía del ajuste en discusión y expone la candidez de quien pudiera haber creído que se había conseguido torcer el brazo a la burocracia ortodoxa de Washington.

¿Quién filtró esos papeles que dan crédito a la tesis de Máximo Kirchner de que Guzmán empuja a la Argentina hacia un programa recesivo y a una virtual intervención externa de la política económica? Pocas dudas caben en el entorno presidencial de que el kirchnerismo duro lo usó como un misil para complicar el tramo final de la negociación.

La discusión se trabó en el desacuerdo sobre los subsidios a la electricidad y el gas. Guzmán se comprometió a una suba de tarifas mayor al que los funcionarios que Cristina Kirchner puso en Energía tienen autorizado aprobar. Es simple: el FMI no ve cómo hará el Gobierno para cumplir este año con la reducción del déficit fiscal a 2,5% (incluida en el preacuerdo) si no ataca drásticamente lo que gasta el Estado en cubrir el precio de la energía que no le cobra a los usuarios. Ya no es hora de buenas intenciones si no de usar la calculadora.

El FMI pide 60% de aumento. Cristina dice 20%. Guzmán contraoferta 40%. La negociación adquiere ribetes insólitos a ojos de los técnicos extranjeros. La operación de Vladimir Putin en Ucrania complicó el panorama: ante el alza pronunciada del gas y el petróleo, ¿cómo hará el país para absorber esos valores adicionales sin trasladarlos a la gente?

Estados Unidos, principal accionista del Fondo, tomó la decisión política de no hacer caer a la Argentina en el default bajo ciertas condiciones de orden mínimas. Pero no es el único que vota. El gobierno alemán, que tiene un peso muy relevante en el directorio, acaba de asumir ante sus ciudadanos que van a tener que pagar tarifas más caras, en función de las medidas adoptadas para castigar a Putin. ¿Cómo los convencerá Guzmán de que los argentinos merecen estar exentos de esa desgracia mundial?

La número dos del FMI, Gita Gopinath, pronosticó esta semana que cabe esperar un período más prolongado de inflación “extremadamente alta” en el mundo, sumado a una aceleración de la suba de tasa de interés en Estados Unidos y otras medidas que afectarán las inversiones en mercados emergentes. “Se nos quemaron todas las cuentas”, admite un funcionario que participa del ida y vuelta con Washington. Las pautas de crecimiento y de inflación previstas hace una semana se ven hoy como papel mojado.

Son los riesgos de no resolver los conflictos a tiempo: a menudo terminan de explotar con más fuerza cuando se los encara al borde de un abismo. En algún tramo de la discusión se debatió incluir una cláusula en el acuerdo que abriera la posibilidad a revisiones de las metas en caso de un conflicto bélico de gran escala. Las bombas cayeron antes que la firma.

Fernández no pudo presentar la semana que termina el proyecto de ley que recoge el memorando de entendimiento con el FMI. Mantiene la fe de presentarlo antes del martes, cuando le toca dar el discurso ante la Asamblea Legislativa. La discusión es áspera.

El reloj apremia. El 22 de marzo vencen 2800 millones de dólares del préstamo que firmó Mauricio Macri y no hay manera de pagarlos. El directorio del Fondo tratará el tema solo si llega el proyecto aprobado por el Congreso. El requisito de un amplio apoyo parlamentario sigue vigente. Lo más probable es que el programa no se apruebe antes de la fecha límite y tengan que apelar a algún subterfugio legal para evitar la palabra maldita: “default”.

Gestos de hostilidad

El kirchnerismo cerca a Fernández en el Parlamento. El gesto hostil de los senadores del Frente de Todos, que encabezó el formoseño José Mayans, sorprendió al Presidente. Cuesta interpretar sino como un mensaje de Cristina Kirchner la advertencia de que no adelantarán su postura sobre el acuerdo si el Gobierno no les entrega todos los detalles. Esas son cosas que en un mundo normal dice la oposición. Los defensores al acuerdo en el Senado son minoría y tienen como principal referente a Edgardo Kueider, de Entre Ríos.

En la Cámara de Diputados, Máximo Kirchner sigue sin blanquear cómo se va a parar en el debate. Ya escribió e hizo público su rechazo a la forma en que se negoció. Dejó en claro que, a su modo de ver, el sendero que eligió Guzmán lleva a un fracaso económico y a una derrota política. Germán Martínez, el presidente de bloque que reemplazó a Máximo tras el portazo que dio a finales de enero, no pudo cumplir aún la principal misión que le encomendaron: convencer al hijo de la vicepresidenta de que no vote en contra y que no milite el rechazo.

Fernández se prodigó en gestos hacia La Cámpora la semana anterior. Indultó al ministro Wado de Pedro, con quien casi no hablaba desde que le renunció después de la derrota en las PASO. Se abrazó a Luana Volnovich, en la mira desde sus vacaciones en el Caribe. Y se preocupó por no complicar los movimientos de Máximo en el PJ bonaerense. La cosecha dio frutos amargos.

Los camporistas operan contra el acuerdo. La difusión del borrador vigente al 12 de febrero sirvió como combustible para la resistencia parlamentaria. Sobre todo por la instalación de que se cocinaba una reforma jubilatoria. La organización de Máximo anunció que no participará el martes de la marcha en apoyo al Presidente ante su visita al Congreso. En cambio sí estarán en la manifestación pro-Kicillof en La Plata.

Sin ánimo de volver a quedar en el fuego cruzado, Wado de Pedro –al que muchos imaginan como candidato a la gobernación en nombre de la familia Kirchner- optó por viajar a España a aceitar contactos políticos y empresariales. No estará en la Asamblea Legislativa.

Cristina cumple sus votos de silencio sin dejar nunca de operar. El miércoles hizo una jugada sugestiva cuando convocó a su despacho del Senado a Axel Kicillof al mismo tiempo que Fernández visitaba La Plata. Desde ese día, el gobernador -que había dado un acompañamiento institucional al anuncio del preacuerdo con el FMI- se esmeró en instalar su “preocupación” por algunos puntos que surgen de los papeles que se discuten con los acreedores.

Dirigentes que siguen fielmente las órdenes de la vicepresidenta insisten en que se está a tiempo de parar la pelota. Creen que la guerra en Europa abre una ventana de oportunidad para revisar todo. “Es una situación extraordinaria que requiere acciones extraordinarias”, señalaba el viernes una fuente del Instituto Patria. La idea hace juego con el video del economista griego Yannis Varoufakis que viralizaron desde el kirchnerismo, en el que llama a repudiar la deuda argentina con el FMI.

El dilema Putin

La vicepresidenta –gestora de una alianza con Putin que inició en 2008- no avaló la posición que terminó por adoptar la Cancillería ante la agresión de Rusia a Ucrania. Señalan en su entorno que fue condescendiente con Estados Unidos, al no hacer ninguna alusión a los argumentos de Moscú respecto de la amenaza que plantea la extensión de la OTAN hacia el Este.

La guerra no podía caerle en peor momento a Fernández. Él hizo una apuesta diplomática temeraria al visitar a Putin en el Kremlin y ofrecerse para abrirle “las puertas de América Latina” a Rusia en momentos en que su Ejército se alistaba para atacar a Ucrania, en flagrante violación al derecho internacional. Calculó que la invasión no iba a ocurrir.

Había sido otro gesto pensado para el comité evaluador interno. Sin asumir que ahora también se enfrenta al juicio de un tribunal externo: las potencias occidentales, y sobre todo Estados Unidos, que deben decidir si aprueban la refinanciación de la deuda argentina con el FMI. Los mismos que, de firmarse el acuerdo, supervisarán el cumplimiento de las metas de ajuste cada tres meses. El Departamento de Estado había advertido que esperaba contar con la Argentina entre los aliados si Putin violaba la frontera ucraniana.

Desatada la invasión, Fernández se resignó a ensayar un giro y expresó su “rechazo” al ataque ruso. Él y su canciller Santiago Cafiero agotaron el manual de eufemismos para referirse a la tragedia que desencadenó Putin. Hablan de “la situación generada en Ucrania”, llaman a “las partes” a detener el conflicto y al gobierno agresor le piden “que ponga fin a las acciones emprendidas”. Poco después optó por abstenerse en la condena regional que votó la OEA. Buscó no enojar a Cristina ni a Joe Biden ni a Putin. Problema cíclico del Presidente: termina irritando un poco a todos los que intenta consentir.

La tibieza diplomática ante el desastre humanitario en Ucrania destiñe las credenciales progresistas de Fernández, como deja en evidencia la postura de líderes de izquierda como Gabriel Boric o hasta los españoles de Podemos que condenaron sin peros el imperialismo reaccionario de Putin.

En la Casa Rosada ansían tomar distancia del horror bélico. Les urge terminar la negociación con el FMI, atravesar el trauma del Congreso con el menor costo interno posible y enfocarse en la reconstrucción política de cara a 2023. Fernández mantiene la fe en sostener unido al peronismo, pese a las señales evidentes de fractura.

Ahí surge otro choque de interpretaciones. Los Kirchner creen que el programa de la deuda agota las posibilidades del Frente de Todos de ganar las presidenciales, ya que no habrá margen para mejorar el salario real y el consumo, las dos variables que a su juicio derivaron en el fiasco electoral de 2021. En esa lógica anidan las fantasías de concentrar todas las energías en blindar el bastión bonaerense.

Del otro lado, replican que solo se podrá pensar en ganar si se evita una crisis descontrolada y se apuesta por fortalecer la coalición peronista. Agustín Rossi se ha convertido en un vocero articulado del Gobierno: “El único camino para ganar las elecciones del 2023 es fortalecer la gestión de Alberto Fernández. Si el presidente no llega con aptitud electoral, no va a llegar ningún otro dirigente del espacio”.

 

La oposición de Juntos por el Cambio asiste al espectáculo de la disgregación oficialista con sus propias divisiones a cuestas. Sigue sin definir cómo votará el acuerdo con el FMI, a pesar de la vocación unánime de no empujar al país al default. “Una cosa es la responsabilidad política y otra es hacérsela fácil a ellos. Nosotros tenemos que esperar a ver cómo resuelven su propia interna. Que muestren el programa completo. Y después nos tendremos que sentar a fijar una posición”, señala uno de los miembros de la mesa de conducción de la coalición.

Un dirigente de peso en Pro añade: “Nos sondean a diario sobre cómo vamos a votar, pero no saben qué hará Máximo ni qué va a decir el proyecto”. El miedo a compartir el costo de un ajuste recorre a los cambiemitas de todas las tribus.

Fernández tendrá una oportunidad de oro de convencerlos en el discurso del martes ante la Asamblea Legislativa. Será un hito vital de su mandato, al que llega afectado por la distancia ostentosa que marca Cristina Kirchner. Las bombas en el este europeo no hicieron más que avivar el fuego de la batalla política a la que lo somete quien lo propuso para presidir la Argentina.

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