A cinco días del default: Alberto Fernández, frente al desafío de repetir la épica de Néstor Kirchner o fracasar como Adolfo Rodríguez Saá

A cinco días del default: Alberto Fernández, frente al desafío de repetir la épica de Néstor Kirchner o fracasar como Adolfo Rodríguez Saá

El Presidente está en la encrucijada política de su mandato al protagonizar contra reloj una negociación de 66.000 millones de dólares que involucra la presión de Wall Street, el poder de la la Casa Blanca y la influencia activa del FMI, Francisco y la Unión Europea.

Por Román Lejtman.

Alberto Fernández entiende las consecuencias políticas, financieras y económicas del default, pero diseñó una estrategia de negociación con los fondos de Wall Street que bloquea la posibilidad de pagar los 503 millones de dólares del bono Global que vence el 22 de mayo. Es una situación histórica y paradojal: a diferencia de Alberto Rodríguez Saá, no quiere ejecutar un nuevo incumplimiento soberano. Y en sintonía con las decisiones de poder de Néstor Kirchner, asume que honrar las deudas implicará cierta autonomía y beneficios futuros en el escenario mundial distópico que dejará la pandemia del COVID-19.

Sin embargo, el Presidente no cancelará esa deuda mínima el 22 de mayo. Su apuesta es cerrar la negociación con los bonistas bajo legislación extranjera y colocar en esa reestructuración a todos vencimientos del 2020. Se trata de 3.300 millones de dólares, una cifra que Alberto Fernández aguarda incluir en el acuerdo definitivo con los acreedores privados.

Los fondos de inversión -que presentaron dos contraofertas distintas- ya asumieron que la quinta de Olivos no pagará los 503 millones de dólares que están en período de cura y que tienen vencimiento el próximo viernes. La apuesta de los bonistas consiste en “no acelerar” el default, abrir un waiver sui generis para cerrar las negociaciones y enterrar el incumplimiento legal en los términos del acuerdo que se podría concluir a principios de junio.

En este contexto, Alberto Fernández es sostenido por una coyuntura inédita: los bonistas consentirán un default para seguir conversando con Martín Guzmán, el Fondo Monetario Internacional -a diferencia de otras crisis financieras- está a favor de la Argentina y cuestiona a los acreedores privados, y la opinión pública mayoritaria considera necesario acordar con los acreedores privados que exigen 66.000 millones de dólares.

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Pero la coyuntura inédita puede auto destruirse si las negociaciones no prosperan, una hipótesis de trabajo que no fue descarta en Olivos y Wall Street. A diferencia de los primeros días de mayo, cuando había máxima tensión entre los representantes de BlackRock y Guzmán, ahora se respira cierto clima de buena fe y propensión a cerrar un deal que beneficie a ambas partes. Pero se están discutiendo 66.000 millones de dólares y cualquier chispa puede abrasar al Presidente y su ministro de Economía.

Alberto Fernández sabe que Néstor Kirchner, José Manuel de la Sota y Carlos Ruckauf apoyaron el default de Adolfo Rodríguez Saá. También recuerda que James Walsh, por entonces a cargo de la Embajada de Estados Unidos, entregó en mano una carta del presidente George Bush a su inesperado colega puntano.

“La carta es para desearle al presidente de la Argentina todo el éxito del mundo en su gestión”, reconoció Walsh a los periodistas apostados en la Casa Rosada.

La suma política es sencilla de hacer: Rodríguez Saá era apoyado por el peronismo -fue aplaudido de pie cuando anunció su default-, la opinión pública estaba de su lado y había sido elogiado por la Casa Blanca. No alcanzó: se fue antes de que aprendiera a usar el control remoto que tenía en su despacho de Balcarce 50.

El jefe de Estado no quiere repetir la experiencia histórica de Rodríguez Saá. Pero el 22 de mayo actuará su propio déjá vu. Pondrá a la Argentina en default al no pagar los 503 millones de dólares del Global, y deberá esperar que los bonistas no aceleren su declaración contractual a cambio de un acuerdo que satisfaga sus intereses financieros.

Néstor Kirchner y Alberto Fernández cuando era jefe de Gabinete

Descartado el modelo Rodríguez Saá, el Presidente desea un resultado épico, político e institucional idéntico al que obtuvo Néstor Kirchner cuando pagó cash al FMI y a continuación logró un canje de títulos que no estaba en los cálculos previos de Wall Street y la Casa Blanca. Kirchner resistió la presión de Rodrigo Rato, por entonces director gerente del Fondo Monetario Internacional, y se tomó su tiempo para acordar con los bonistas que había sorprendido -en Dubai- anunciando una quita del 70 por ciento del monto adeudado.

A diferencia de Kirchner, Alberto Fernández tiene un negociador con escasa experiencia política -Martín Guzmán- y confía al máximo en Miguel Pesce, que es titular del Banco Central de la República Argentina (BCRA). En cambio, Kirchner se benefició con la diplomacia florentina de Roberto Lavagna y tuvo que echar a Alfonso Prat Gay del BCRA, cuando reveló que no compartía su estrategia para resolver la crisis de la deuda externa.

“Está bien, te podés ir y te tomo la renuncia”, le comunicó Kirchner a Prat Gay en su despacho de Balcarce 50. A su lado estaba Alberto Fernández, y el calendario marcaba 17 de septiembre de 2004.

Kirchner no tenía oposición política, y Eduardo Duhalde aún no se había transformado en un enemigo interno que había que eyectar para consolidar el poder interno. Kirchner cerró con el FMI y los bonistas cuando quiso, y nadie se atrevió a revisar su estrategia de negociación que ejecutaron Lavagna y Guillermo Nielsen, por entonces era secretario de Finanzas.

La historia del justicialismo demuestra que es un partido vertical y de un solo líder. Alberto Fernández es presidente con dos aliados que tienen sueños distintos: Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa.

Alberto Fernández, flanqueado por Cristina Fernández y Setgio Massa, en la apertura de las sesiones ordinarias

Alberto Fernández confía en Guzmán a rajatabla, Cristina Fernández considera que es el mejor ministro del gabinete y Massa ejerce un apoyo leal a las negociaciones que emprendió el discípulo de Joseph Stiglitz. La deuda externa ubicó al Presidente en un cruce de caminos y su capacidad para resolver las opciones marcará su mandato para siempre.

No es un acontecimiento habitual que el FMI, la Unión Europea, Francisco y la Casa Blanca respalden un quita multimillonaria a los activos de los fondos de inversión más poderosos del planeta. Argentina es un país mediano en el sistema global, y su importancia se basa en sus riquezas naturales, en su mercado de consumo y en la influencia que puede tener en la agenda geopolítica regional.

Estados Unidos apoya a Alberto Fernández por la estrategia que planteó respecto a Venezuela, la Unión Europea -Angela Merkel, Pedro Sánchez, Giuseppe Conte y Emmanuel Macron- respalda su mandato por la mirada que tiene sobre la agenda global (Acuerdo de París, por ejemplo), y la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, encontró en el presidente argentino un socio político a su medida para proponer un nuevo enfoque frente a la crisis económica mundial.

Este volumen político permitió al jefe de Estado avanzar en las negociaciones con el FMI y el Club de París, y presentar una oferta agresiva a los bonistas que compraron 66.000 millones de dólares en títulos soberanos. Alberto Fernández siempre agradece este apoyo global, pero en la intimidad de Olivos reconoce que se trata de una “responsabilidad gigantesca”.

El jefe de Estado sabe que si fracasa ante los fondos de inversión, al instante enfrentará una crisis política y económica de dimensión desconocida.

Cristina Fernández apoya la gestión de Alberto Fernández y optó por el silencio hasta que los hechos encuentren un desenlace. Aplaudirá si hay deal, y jugará fuerte si los bonistas inician un nuevo juicio de default contra la Argentina.

Alberto Fernández y Martín Guzmán en la quinta de Olivos

La pandemia del coronavirus transformó al sistema político local en un acertijo. Sin referencias conocidas a la vista, Alberto Fernández apuesta a Guzmán, se apoya en los opositores Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales, escucha a CFK y Massa, y trata de encontrar una fórmula que permita cerrar con los bonistas a principios de junio.

El Presidente sabe que tiene poco margen de maniobra. Su primera oferta fue rechazada por los acreedores privados, y ahora no le queda otra alternativa que mejorar su propuesta para llegar a un acuerdo. Eso significa que se pagará más, y que deberá explicar a la opinión pública y al FMI cómo se financiará el eventual desvío.

Puede ocurrir que Alberto Fernández decida consolidar la situación de default ante la imposibilidad de acordar la reestructuración de la deuda con los acreedores privados. En este caso, el Presidente será parecido a Rodríguez Saá. Aislado del mundo, en plena crisis económica y social, y aguardando la réplica política de Cristina Fernández de Kirchner.

Pero Alberto Fernández concede pocas probabilidades a esta hipótesis de trabajo que desvela al gabinete. En Olivos aseguran que un default largo tendría muy baja probabilidad por la voluntad del gobierno de cerrar un acuerdo sostenible en el tiempo.

Adolfo Rodriguez Saá fracasó en la presidencia al decidir el default en diciembre de 2001, mientras que Néstor Kirchner consolidó un modelo de poder de 12 años al pagar la deuda con el FMI y cerrar un canje de bonos con una aceptación que muy pocos esperaban.

Alberto Fernández tiene la oportunidad de fortalecer su propio gobierno y enterrar los fantasmas que recorren Olivos desde que asumió en la Cámara de Diputados. Está en una encrucijada de poder: si acierta, validará que el peronismo sólo reconoce a un líder por cada período histórico. Y si fracasa, también.

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