La trama íntima de la pulseada frenética que ganó Axel Kicillof

La trama íntima de la pulseada frenética que ganó Axel Kicillof

La precandidatura por la vicegobernación abrió una pelea de doce horas. Kirchner, Insaurralde, Tolosa Paz y el Presidente, protagonistas de una disputa que terminó con Magario triunfante.

Por: Macarena Ramírez.

Cuando se conoció la fórmula presidencial de Unión por la Patria (UP) integrada por Sergio Massa y Agustín Rossi, en la gobernación de Buenos Aires se escucharon suspiros: Axel Kicillof quedaba confirmado como precandidato a la reelección. Sin embargo, el mandatario no pudo lanzar su postulación de manera formal hasta bien cerca del vencimiento del plazo establecido para oficializar las nóminas, porque no podía confirmar quién completaba el tándem. Al filo de la medianoche de este sábado y luego de horas de negociaciones frenéticas que por efecto cascada pausaron la rosca por las nóminas seccionales, la dupla que terminó completando Verónica Magario pudo tener su primer retrato de campaña.

A las diez de la mañana de este sábado de súper acción, Letra P consultó en la gobernación sobre la fórmula. “Todo indica que va a ser la misma”, afirmó alguien con despacho en el edificio gubernamental de La Plata. Afecta a la cautela y premonitoria, la fuente completó la comunicación con una advertencia: “Pero no se anuncia… hasta que se anuncia”. Iban a pasar doce horas más hasta que se conociera el desenlace.

Las versiones de que el lanzamiento de la fórmula se demoraba porque estaba en discusión la vicegobernación comenzaron a tomar fuerza pasado el mediodía. “Está todo explotado”, describió a este medio un dirigente al tanto de las discusiones que se daban en paralelo en distintas oficinas de La Plata y otros rincones del país. Tambaleaba la postulación de Magario.

Diversas fuentes consultadas por este medio afirmaban que desde Lomas de Zamora plantaban la discusión por el lugar que tenía reservado La Matanza, distrito de base de la vice. Una lucha de titanes, entre los dos distritos más populosos de la gigantesca Tercera sección electoral. El nombre de Martín Insaurralde sonaba en todos los teléfonos. El jefe de Gabinete bonaerense, que antes había anunciado su postulación a una concejalía en Lomas poco creíble, perdía acciones en las tertulias por su condición de varón. “Tiene que ser una mujer”, repetían y comenzó a circular el nombre de la ministra de Ambiente, Daniela Vilar, dirigente de La Cámpora, pareja de Federico Otermín, presidente de la Cámara de Diputados, precandidato a intendente del distrito y alfil de Insaurralde.

Cuando ya era un secreto a voces que la vicegobernación estaba en discusión, entró al juego el presidente Alberto Fernández, impulsando para el puesto a Victoria Tolosa Paz. La ministra ya había bajado su precandidatura a la gobernación y sonaba de dos, detrás de Máximo Kirchner, en la lista de aspirantes a la Cámara de Diputados del Congreso.

El reloj arañaba las 19 y fuentes cercanas a la ministra albertista aseguraban a este medio que la platense empujaba para conseguir el preciado casillero. Daniel Scioli ya se había refugiado en el silencio, pero Tolosa Paz mantenía en pie los armados en los municipios; un elemento de presión para la compulsa. El Presidente ya había ganado, pero quería más.

La incomodidad de Kirchner por la presencia de Santiago Cafiero en la lista para Diputados por Buenos Aires sumaba un ingrediente y eran motivo de especulaciones. Las negociaciones por la vicegobernación estaban atadas a la de las listas nacionales. La relación entre Máximo y Tolosa Paz, quienes ni en los momentos de mayor tensión en el Frente de Todos cortaron el diálogo, alimentaban las versiones. De repente, esa chance cayó en bolsillo roto: a Tolosa Paz le cerraron la puerta. Luego, llegó la confirmación del segundo lugar en la tira de aspirantes al Congreso.

La rosca se centró en la residencia del jefe de Gabinete bonaerense, en el edificio ubicado frente a la sede del PJ La Plata. La marcha de dirigentes que pasaban a firmar sus candidaturas era incesante. Muchos rubricaron la hoja en blanco, una práctica común que se presta a cambios de último momento y suele dejar heridos.

Kirchner se instaló allí junto a Insaurralde. Las horas pasaban y la fórmula bonaerense seguía sin confirmarse. Minutos antes de las 20 llegó Magario a la residencia. Estuvo 15 minutos, salió con mala cara y sin hacer declaraciones. Se subió al auto oficial y partió rumbo a la gobernación, donde luego se encontraría con Kicillof y la ministra de Gobierno, Cristina Álvarez Rodríguez.

A las nueve de la noche llegó la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, acompañada del exdiputado camporista José Ottavis. La referente del Frente Renovador vivió un momento incómodo: no supo dónde quedaba la residencia de Insaurralde y dio una vuelta a la manzana, perdida, perseguida por los móviles de televisión que cubrían el cierre de listas.

Su ingreso multiplicó especulaciones en la prensa y en dirigentes ajenos a la rosca de cúpula que suele enojar a la tropa que se siente afuera de todo. Con la vicegobernación aún indefinida, sonó una versión casi inverosímil: Moreau a Buenos Aires, “ahora que Malena Galmarini ya confirmó que va por la intendencia de Tigre”. “Eso es imposible, Sergio ya tiene demasiado”, decía a Letra P un experimentado dirigente bonaerense.

Moreau permaneció en la residencia varias horas. Fue la designada por Sergio Massa para negociar con Kirchner las listas del peronismo para las ocho secciones electorales de Buenos Aires.

Cerca de las diez de la noche, se abrió una luz al final del túnel. Al lugar llegaron Kicillof y Magario. Juntos. Minutos antes había arribado el jefe de Asesores y mano derecha del gobernador, Carlos Bianco, confiado en que finalmente la rosca se había terminado.

El gobernador y su vice entraron primero a la residencia para reunirse con Kirchner e Insaurralde. Atrás ingresó el ministro de Seguridad, Sergio Berni, quien había acompañado a su esposa, Agustina Propato, a firmar su precandidatura a intendenta, para competir en la interna de Zárate.

Ya no ardían los teléfonos. Veinte minutos después, Kicillof y Magario salían sonrientes. Entre el tumulto y la maraña de cámaras de televisión, cruzaron la calle frente a la sede del PJ. “Vamos a firmar”, dijo el gobernador. A ambos se le cumplía el deseo de volver a competir, juntos, para conducir el distrito más grande del país. Minutos después, subidos a las vallas dispuestas en el lugar, saludaron y se tomaron la primera foto de campaña. La rosca había llegado a su fin. Se habían salido con la suya.

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