¿Dónde termina la podredumbre?

¿Dónde termina la podredumbre?

La causa de los cuadernos consolida su credibilidad. Los K se ven devastados.

 

por Eduardo van der Kooy

El escándalo por “los cuadernos de las coimas” se expande en la escena pública como una mancha de aceite gigantesca. Se advierte desolación en el kirchnerismo. El golpe afecta también a los peronistas. El Gobierno no es ajeno al clima de preocupación. La historia ha ingresado en una dinámica tal vez incontrolable. Incluso para la minuciosidad que requiere el avance de la causa en manos del juez Claudio Bonadío y del fiscal Carlos Stornelli.

La historia va consolidando credibilidad porque muchos de los protagonistas se están arrancando las máscaras. Existen nueve empresarios arrepentidos que confesaron el pago de coimas. Aunque todos, en línea argumental premeditada, dijeron que sucedió para financiar campañas electorales. No para beneficiarse con la obra pública. Ese enigma deberán desentrañarlo Bonadío y Stornelli. Aquellos hombres de negocios han admitido, de mínima, el manejo de dinero sucio para la política. Dejaron abierta la posibilidad de lavado. Se trata, al menos como confesión en la Argentina, de una gran novedad.

 

Varios de los arrepentidos, por otro lado, no son simples cornalitos. Provienen de empresas poderosas. Dos de ellos de Techint, la más importante del país. Figura Angelo Calcaterra, de IECSA, el primo de Mauricio Macri. Se sumó Carlos Wagner, ex jefe de la Cámara Argentina de la Construcción. El rey de la obra pública. Un émulo, en miniatura, de Marcelo Odebrecht, una de las firmas que detonó el Lava Jato en Brasil. A esa lista se agregó por ahora Armando Losón, del Grupo Albanesi. Dedicado al circuito de la energía. Fuertes comercializadores de gas. Articulando el dinero de la obra pública con aquel dedicado a la energía se puede tener el mapeo inicial de la matriz recaudadora corrupta que, de acuerdo con los “cuadernos de las coimas”, tuvieron a Néstor Kirchner y Cristina Fernández de patrones. A Julio De Vido como articulador clave.

Otro declarante de madera diferente colocó también su dosis de amalgama para la credibilidad del escándalo. Juan Manuel Abal Medina aceptó ante Bonadío haber recibido dinero negro de los empresarios. A tono con ellos, para financiar campañas electorales. Abal Medina fue vice jefe de Gabinete entre 2008-2009. Luego jefe de Gabinete de Cristina durante dos años, entre el 2011 y 2013. Lo reemplazó Jorge Capitanich. Ocupó otro par de años (hasta 2015) la senaduría dejada vacante por Aníbal Fernández. Se trata de la voz más jerarquizada en la pirámide del poder después de las del presidente y el vice.

El aporte restante desde el campo judicial fue realizado por el ex juez Norberto Oyarbide. Sostuvo que Kirchner, a través del topo Jaime Stiuso y del ahora auditor Javier Fernández, lo presionaron para que cerrara investigaciones que podían comprometerlo. En especial una de enriquecimiento ilícito matrimonial –crecimiento en el patrimonio del 158%-- que enterró en diciembre del 2009. Sin mover expedientes. Inculpó a un fallecido. Pero Cristina está viva. Gracias a ese favor, suele afirmarse, el ex magistrado logró sortear 43 denuncias ante el Consejo de la Magistratura.

En el plano testimonial, Bonadío logró en este tramo de la causa un éxito clarísimo. Habrá que observar con lupa la continuidad del asunto. Sobre todo, sus procedimientos jurídicos. En ese punto los abogados defensores de los implicados y el kirchnerismo estacionan su atención. Aunque, como sostuvo Federico Pinedo en la exposición en el Senado sobre la frustrada despenalización del aborto, “los abogados somos especialistas en interpretar siempre sólo el costado de la ley que nos conviene”.

El kirchnerismo hace en estas horas sus propias conjeturas. Circula por el perímetro del escándalo para evitar enlodarse en sus profundidades. El ojo está colocado sobre el papel de Oscar Centeno, el chofer arrepentido que acopió los “cuadernos de las coimas”. Su origen en el Ejército sería la razón originaria de las dudas. Por dicho origen lo vinculan presuntamente a las actividades de inteligencia. Con un jefe que tendría identidad: Stiuso. A partir de allí, derivan hacia el pacto con Irán cuya causa también sustancia Bonadío. Elevada a juicio oral y público con Cristina a la cabeza. Además, hacia la muerte del fiscal Alberto Nisman. El peritaje que determinó el asesinato como desenlace fue realizado por la Gendarmería. Arguyen un lazo de aquel espía con Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad.

Las elucubraciones apuntan a explicar la hipotética mano negra del Gobierno detrás de la estruendosa revelación. Pero el desarrollo exhibe demasiados baches. El escándalo, por empezar, rozó muy cerca al Presidente. La historia está empezando. Puede acoplarse a futuro con el acuerdo con Brasil por Odebrecht. De ese episodio podrían saltar muchas liebres. ¿Cuál sería para el Gobierno el negocio político de espolear los cuadernos?.

El fantasma de Stiuso tampoco agrega demasiado. El viejo espía supo trabajar, en terrenos variados, para Kirchner. En la investigación del atentado contra la AMIA, en colaboración con Nisman. En el operativo de búsqueda de Axel, el hijo de Juan Carlos Blumberg, que por un cálculo equivocado terminó con la muerte del joven en 2004. En el montaje del secuestro del albañil Luis Gerez, en diciembre del 2006, que incluyó hasta un discurso del ex presidente por cadena nacional. Ese hombre apareció con vida a las 48 horas. Sirvió para desinflar el clamor creciente por entonces a raíz de otro desaparecido, jamás hallado, que debió ser testigo en un juicio por violaciones a los derechos humanos: Julio Jorge López.

Atando varios de aquellos cabos se podría arribar a una serie de interrogantes nada descabellados. ¿No habrá trabajado Centeno silenciosamente para Kirchner?. ¿No habrá escrito con obsesión los cuadernos –al margen de su manía-- para rendir cuentas a su jefe sobre el circuito de cada recaudación?. ¿No habrá continuado con Cristina como un modo de resguardo ante cualquier eventualidad?. Esa eventualidad está aflorando.

El escándalo resulta un verdadero calvario para la principal oposición. Cristina debe presentarse mañana a declarar ante el juez. El peronismo carga con el peso que significa debatir la suspensión de los fueros de la ex presidenta para que Bonadío pueda allanar tres de sus domicilios. La última semana se añadió una cucarda: la condena a 5 años y 10 meses de prisión contra Amado Boudou por el caso Ciccone. Muchos kirchneristas lo habían aislado como si se tratara de una peste. Aunque recuerdos cercanos se asemejan quizás a un castigo político adicional: el jefe del bloque de diputados del FpV, Agustín Rossi, le abrió las puertas del Congreso al ex vicepresidente –se fotografió junto a él—no bien obtuvo la excarcelación en enero tras su primer arresto en noviembre del 2017.

Los espectros kirchneristas no terminan nunca de desfilar. De Vido se manifestó desde la cárcel solidario con Boudou en estado de desgracia. Algo idéntico hizo el piquetero Luis D’Elía y el ex jefe de Quebracho, Fernando Esteche. La querella solicitó 10 años de prisión para el ex ministro de Planificación por la tragedia de Once. José López, el de los bolsos con millones, hizo su descargo desopilante en la Justicia. El juez Diego Amarante elevó a juicio oral y público una causa contra el ex titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, por el delito de contrabando agravado. La Asamblea Nacional de Ecuador votó por holgada mayoría el retiro de la estatua de Kirchner de la sede de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Adujo que mantenerla sería incurrir en apología del delito.

Ecuador supo representar un paraíso político para el matrimonio Kirchner. Pero allá el ex presidente Rafael Correa también está en apremios. Acaba de ser expulsado de su partido mientras la Justicia dirime denuncias en su contra por secuestros y persecuciones. Tantas desventuras explicarían la sorpresa de varios diputados que vieron a los K Eduardo De Pedro y Axel Kicillof transitar con agobio los pasillos del Congreso. En ese estado de ánimo pudo incidir la imposibilidad de una revancha: la sesión que venían urdiendo para voltear el decreto de Macri sobre la reforma en las Fuerzas Armadas.

Los “cuadernos de las coimas” parecen un temblor con réplicas incesantes. El peronismo dialoguista busca construir una alternativa electoral lejos de Cristina. Pero padece en su interior para habilitar los allanamientos a la ex presidenta que demanda Bonadio. Teme pronunciarse sobre las coimas. La onda expansiva envuelve también al sindicalismo. Cristina se mostró la semana anterior con Hugo Moyano. De las cercanías del líder camionero se apartó discretamente Antonio Caló. El jefe metalúrgico tendió de nuevo puentes con el triunviro cegetista.

Tampoco el panorama parece sencillo de predecir para Macri. El escándalo de los cuadernos sucede en medio de la crisis. La magnitud de la podredumbre resulta incalculable. No puede descifrar si sus efectos políticos tendrán impacto sobre la precaria economía. Que ingresa en un tiempo recesivo de duración incierta. Sufrió de nuevo los últimos días con los cimbronazos mundiales y empezaron a sonar las alarmas.

El espejo en el cual intenta reflejarse el Gobierno es Brasil. La imagen que vuelve no sería alentadora. El célebre Lava Jato sumergió al país vecino en una recesión de tres años. Hubo un pleito extra y grave: el juicio y la destitución de Dilma Rousseff. El destape estremeció además a la administración en ejercicio. Aquí afecta, sobre todo, a la oposición kirchnerista. Pero tal disquisición no alcanza para reponer tranquilidad.

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