El regreso de Mauricio Macri, entre las tensiones internas y el sueño de 2023

"¿Qué decís, nos equivocamos en 2003?" En una charla reciente Mauricio Macri le preguntó a Horacio Rodríguez Larreta por un episodio de la prehistoria de su vida política compartida. Se refería al día en que declinó una oferta de Eduardo Duhalde de convertirse en el candidato oficialista a la sucesión presidencial. Los dos coincidieron en un sí rotundo. Aquel rechazo, uno de varios desplantes que sufrió Duhalde, despejó el camino de Néstor Kirchner a la Casa Rosada.

 

El recuerdo, que hoy se proyecta como una ucronía, refleja una línea recta en la carrera de Macri como político: imaginar una Argentina sin el kirchnerismo. Fue el motor de su construcción como dirigente nacional, la amalgama de Cambiemos, una finalidad frustrada de su paso por el Gobierno y la obsesión que hoy lo tiene de vuelta activo, con ansias de ejercer un papel muy protagónico en la estrategia opositora.

 

Su reaparición pública transmitió un mensaje hacia adentro y provocó temblores en una estructura siempre inestable. No va a dejar que lo jubilen, como había sugerido Emilio Monzó. Rechaza el "parricidio" como método para gestar una alternativa de futuro. Y en la palabra elegida subyace la autopercepción como el padre de la criatura opositora. ¿Se imagina volviendo a competir por la Presidencia? A quienes lo consultan les responde que no es algo que hoy lo entusiasme y que su prioridad es impulsar el crecimiento de otros liderazgos en Juntos por el Cambio (JxC). Pero: "Tres años es mucho tiempo; no es hora de pensar en eso". En los debates internos son mayoría los que interpretan que quiere estar en la carrera.

Macri mira el presente y lo que vendrá en los próximos meses con un pesimismo sombrío, tanto en materia económica como institucional y sanitaria. Y cree que la oposición al peronismo tendrá una oportunidad histórica de alcanzar el poder con margen de maniobra institucional. La ecuación requiere un triunfo en 2021 para tener una base legislativa sólida que se traduzca dos años después en una administración nueva con mayoría propia.

A Macri le esperan días de ruido mediático por la inminente publicación del libro de Santiago O'Donnell que refleja acusaciones de su hermano Mariano sobre los negocios y las relaciones en la familia. Es evidente que el tema lo perturba

En las reuniones con dirigentes que recibe en la casona que alquila en Acassuso machaca con la idea de construir candidaturas competitivas en todo el país. Sería imperdonable, suele decir, que dejaran pasar otra vez la oportunidad de ganar con alguien propio en Córdoba, su principal fortaleza electoral. Se propone terciar en Santa Fe, Entre Ríos y otros distritos grandes. Ya se anticipan fogonazos con sus socios.

El alto perfil de Macri puso en guardia a Larreta, el dirigente opositor mejor situado en las encuestas. La relación entre ellos atraviesa días de cordialidad y diálogo fluido después de las discrepancias que sostuvieron por la gestión de la cuarentena. Se conocen de memoria, pero representan dos hipótesis distintas de superar al kirchnerismo.

  

Con Elisa Carrió la tensión es indisimulable estos días. En el macrismo la atribuyen al malestar que le causa a la líder de la Coalición Cívica la centralidad de Patricia Bullrich como gestora del Pro. Del otro lado, previenen sobre "posturas extremas" que ponen en riesgo la unidad opositora. Carrió, hoy más cercana a Larreta, mostró reparos con el respaldo a los banderazos contra el Gobierno. "Es un movimiento que hay que conducir de alguna manera. Es peligroso dejarlo evolucionar de manera alocada", replican cerca de Macri.

  

El expresidente pronostica un proceso de deterioro constante e irreversible de la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. No coincide con quienes promueven un camino dialoguista por el simple hecho de que no ve vocación alguna de pacto en el actual oficialismo. "No somos dos extremos como pintan algunos. Yo estoy en el centro. El kirchnerismo siempre se negó al consenso", repite, en dirección a Carrió, a muchos radicales que recelan de su renovada centralidad, al tándem Monzó-Rogelio Frigerio. ¿A Larreta?

En ese concepto radica una disidencia de fondo con el jefe de gobierno porteño. Larreta se sueña como un presidente capaz de acordar un programa con la mitad que no lo vote. Por eso se esmera, aun en tiempos de enfrentamiento en alza, por construir confianza con dirigentes tan alejados de su cosmovisión como Máximo Kirchner, Wado De Pedro o Axel Kicillof y por cuidar su relación especial con Sergio Massa (indigerible para Macri). Hay que romper el ciclo de la grieta interminable, sintetizan cerca de él. Su armado político nacional avanza sin pedir permiso. En ese universo orbitan dirigentes como Monzó y María Eugenia Vidal, convencidos de la necesidad de construir un liderazgo nuevo. Una meta que comparten con Martín Lousteau y buena parte de la UCR.

Macri, en cambio, cree que la oposición se debe fijar el objetivo de recuperar el poder con mayorías propias e imponer sin dilaciones un plan que reconstruya la confianza y sanee las cuentas públicas: "El mundo no nos va a volver a ayudar si primero no hacemos los deberes". Se imagina pactando con un "peronismo que recupere la sensatez", del que excluye al kirchnerismo.

La autocrítica

En esa concepción, largamente conversada con sus allegados, subyace una autocrítica más amplia que la que se permitió en las entrevistas que concedió la última semana. En charlas privadas lo han escuchado lamentarse no solo de las expectativas que generó al no blanquear la herencia recibida de Cristina Kirchner, sino de decisiones clave que tomó movido por el exceso de fe en lo que iba a provocar la llegada al poder de un proyecto promercado.

Hoy Macri evalúa como errores el levantamiento del cepo cambiario apenas asumir, el establecimiento de metas inflacionarias, la devolución de fondos millonarios de coparticipación a las provincias (después de que la Corte reconoció reclamos solo de Santa Fe, Córdoba y San Luis) y la carencia inicial de un ministro con mirada fiscalista empoderado para achicar el gasto. Todas medidas que agigantaron el endeudamiento y el peligro de un crack si se cerraba el grifo del financiamiento, como finalmente ocurrió en 2018. Ha llegado a admitir que no calibró el impacto simbólico negativo que iba a tener la solución que encontró para enfrentar aquella crisis: volver al Fondo Monetario Internacional (FMI).

Se queja de que un error del antikirchnerismo fue haber puesto tanto la mira en la corrupción. "Muchísimo más de lo que puedan haber robado es lo que dilapidaron por incompetencia"

El paso del tiempo no lo hace arrepentirse de la estrategia electoral que terminó en derrota en 2019. Refuta a quien le recuerda el plan de Vidal para desdoblar las elecciones bonaerenses ("con la diferencia que hubo, es impensable imaginar otro resultado y el final del mandato hubiera sido terrible") y también matiza la idea que expresó Patricia Bullrich sobre la "jugada maestra" de Cristina Kirchner al poner a Alberto Fernández al tope de la fórmula. En su reconstrucción de aquellos días, le atribuye más influencia en su fracaso a la negativa de Roberto Lavagna de participar en una interna del peronismo alternativo, que contuviera a Massa. Una tercera vía competitiva, teoriza, hubiera impedido el regreso del kirchnerismo al poder. Más contrafácticos.

 

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Macri descartó ser candidato en 2021. Primero lo insinuó. Después fue taxativo. "No necesito fueros", dijo en la entrevista que le dio a América 24, en relación a las denuncias en su contra, sobre todas las vinculadas a actos de espionaje ilegal. "Si el Gobierno intenta una locura, la gente va a salir a defenderme", llegó a decir en privado, ante la hipótesis de una detención.

Le molesta cuando desde su orilla política (Carrió otra vez) le achacan "no haber metido presa a Cristina". Se queja de que un error del antikirchnerismo fue haber puesto tanto la mira en la corrupción. "Muchísimo más de lo que puedan haber robado es lo que dilapidaron por incompetencia".

Pata peronista

El pesimismo extremo sobre la actual gestión económica responde a esa idea. Pronostica "el fin del populismo" porque no vislumbra que el Gobierno tenga la flexibilidad suficiente para torcer el rumbo de recesión y devaluación, agravado desde la irrupción de la pandemia. Enfatiza que la oposición tiene un mandato ineludible de mantenerse unida. En esto coincide con el resto de sus socios. Bastante menor es el consenso de que el kirchnerismo se encamine a un ocaso inevitable. 

Alienta a Miguel Pichetto -con quien no dejó de estrechar lazos desde que compartieron la fórmula presidencial derrotada- a construir la pata peronista de JxC. Con él frecuenta dirigentes justicialistas con temperatura de calle, como el exintendente Joaquín De la Torre (San Miguel), que le pintó un panorama explosivo de la situación social del conurbano, esa incógnita que el macrismo nunca se acercó a descifrar. Pichetto reemplaza lo que en otros tiempos le ofrecían Monzó o Frigerio, con quienes no volvió a hablar después de haberlos señalado en los medios como responsables de no haber conseguido acuerdos políticos duraderos durante su gobierno.

A Macri le esperan días de ruido mediático por la publicación en las próximas horas del libro de Santiago O'Donnell que refleja acusaciones de su hermano Mariano sobre los negocios y las relaciones en la familia. Es evidente que el tema lo perturba. Saldrá refutarlas, en lo posible sin entrar en los detalles escandalosos de la denuncia fraterna, como un ataque promovido desde el kirchnerismo.

Siempre el kirchnerismo. El rival recurrente de una batalla con final abierto que lleva 18 años, desde el día en que, sin imaginarlo, le sirvió en bandeja a Néstor Kirchner la herencia de un país que había iniciado el rebote después de su peor crisis.

Por: Martín Rodríguez Yebra

 

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