Sin peronismo no hay paraíso

Sin peronismo no hay paraíso

El Presidente construyó una pesada herencia con Christine Lagarde y se ató a los caudillos federales. Puntea gobernadores y acosa a Pichetto. ¿Se los lleva puestos o se inmola por la causa liberal?

Puede pensarse que la suerte de Mauricio Macri preocupa a los países más grandes del planeta. La inyección de dólares que le garantiza el Fondo Monetario Internacionalno deja lugar a dudas: el proyecto de Cambiemos derrapaba y hubo que salir a rescatarlo de urgencia. Por el formidable despliegue de recursos, puede suponerse que se juega, en el fin del mundo, algo más que el destino de un viejo socio de Trump que enamora más afuera que adentro. Puede creerse, como dicen en la Casa Rosada -con ese optimismo a prueba de balas que se hereda con el mobiliario de Balcarce 50-, que el Presidente está “impecable”. Así lo define uno de los funcionarios que pasa gran parte del día pendiente de sus movimientos. La foto de Macri con Christine Lagarde en Quebec corona una semana que el macrismo duro considera un éxito rutilante. El blindaje no sólo es el más grande de la historia del Fondo: además, les permite derivar una partida hacia los sectores más vulnerables en caso de que el desborde social torne todavía más espeso el clima en los barrios en los que nada sobra.

Hasta citan la última encuesta Isonomía, la consultora exclusiva del Gobierno, que marca un sorprendente rebote de la imagen de Macri, del 49 al 52% en imagen positiva, entre 15 y 20 puntos por encima de lo que marcan otras encuestadoras.

Más allá de las felicitaciones y el alivio, el ensayo del macrismo se convirtió en un enorme signo de interrogación. Nadie, salvo el núcleo duro, considera que lo que viene será sencillo.

GOBERNAUTAS. El Gobierno necesita al peronismo para una misión que no entusiasma a nadie: asociarlo a la deriva del país, con un presidente que ahora está cautivo del ajuste. Marcha otra vez Rogelio Frigerio a fatigar los teléfonos de los gobernadores del PJ sin demasiadas herramientas: menos obra pública, más recortes y promesas renovadas de que, al final del túnel, hay una luz. Con la devaluación que favorece a los exportadores y con la apuesta de las PPP, el Gobierno se ilusiona con que el milagro de la recuperación llegue a tiempo para las elecciones.

En busca de sumar más de lo que se resta, en la Casa Rosada admiten que el “gran acuerdo nacional” y la concertación plural por el ajuste deben, forzosamente, cambiar de nombre. Se llamará “Acuerdo para el Desarrollo” y empezará a tejerse en la reunión del lunes próximo. El Gobierno organizó, con la excusa de una “Argentina sin narcotráfico”, una consigna a la que nadie puede oponerse y empalma con la creación de Darío Lopérfido en tiempos de Fernando De la Rúa, “Maldita cocaína”.

En una semana de las más complicadas para el Gobierno, de todas las complicadas que hubo y habrá, el ministro del Interior se reunió con ocho gobernadores. Viajó para ver a muchos y recibió a cuatro en la Casa Rosada. Que logre convencerlos es otra cosa.  

Lo que queda del año va a ser duro por el ajuste y la devaluación que pega en los precios y se retroalimenta con el aumento de tarifas. Pero todavía más duro va a ser el año electoral, en el que Macri pretende ser refrendado en las urnas. 

En el Gobierno, hacen una liga de gobernadores que se muestran dispuestos al diálogo. Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti en la pole position, seguidos por Gustavo BordetDomingo Peppo y Sergio Uñac (del PJ), Omar Gutierrez, de Neuquen, y Alberto Weretilneck, de Río Negro. En el otro extremo, el pampeano Carlos Verna, el puntanto Alberto Rodríguez Saá y el santafesino Miguel Lifschitz. “El resto al menos no nos putea. Ya es un triunfo”, evalúan en el ala del Gobierno que siente las dificultades.

Macri tiene un problema para la discusión temprana del Presupuesto 2019, que incluye reducir el déficit a la mitad en el año electoral. Es la lección de tarifas: lo que los gobernadores consienten en la Casa Rosada no se traduce en el Congreso, ni en Diputados ni -esa es la gran novedad- en el Senado, con el nuevo Miguel Ángel Pichetto.

PIZZA Y DÉFICIT . Fue Horacio Rodríguez Larreta el que marcó el número del jefe del bloque de senadores del PJ, el domingo 3 en horas de la noche. La invitación era para desayunar, el martes pasado en Pizza Cero, el restaurante que queda a metros de la casa del alcalde porteño y es el templo de los feligreses del macrismo en la Ciudad.

El nombre viene bien para la etapa del déficit cero de 2020, que Macri le encomienda al próximo gobierno. Tal vez por eso, Pichetto no tenía demasiadas ganas de reunirse en ese lugar, pero lo hizo por cortesía -lo habían convocado- y por estrategia: dejó de pensar sólo en el Senado y ahora mira hacia las elecciones de 2019.

Larreta asistió con María Eugenia Vidal, en una nueva muestra de los políticos del Gobierno por acercarse al “peronismo racional”. Pero no estuvieron solos. A Miguel Peirano lo llamó por telefóno Augusto Rodríguez Larreta, el hermano del jefe de Gobierno, que también estuvo en la reunión que duró alrededor de una hora y media. Pichetto asistió, además, escoltado por Jorge Franco, un abogado de Villa Regina que es hijo de un ex gobernador de Río Negro y se convirtió en los últimos tiempos en su mano derecha. Cuentan que la charla fue amable, pero no avanzó ni en acuerdos concretos ni en consensos generales.

El señor gobernabilidad atraviesa su momento de mayor dureza porque ve la necesidad de un peronismo opositor como oferta electoral y porque, en el tema tarifas, el Gobierno le quebró el bloque en el Senado, una osadía inesperada. Pero, además, ensaya un doble juego con respecto a los gobernadores. Por un lado, es el embajador de las provincias en el país de Macri y, por el otro, aprovecha lo que antes veía como una carencia: la división de los mandatarios del PJ en por lo menos tres grupos.

Pichetto repite que ningún gobernador tiene una mirada nacional y todos están recluidos en busca de alambrar sus distritos. ¿Qué quiere decir? Que el único que la tiene es él y que va a ser más decisivo para Macri en el año largo de campaña electoral que ya empezó. La tensión con Urtubey lo obligó a mirar a otro lado con más insistencia.

El senador por Río Negro trabaja todo el día -y se reúne con todos los sectores- en busca de un peronismo no kirchnerista que logre aglutinar el voto de los gobernadores. Es el que ve con mayor nitidez que no conviene ser socio del Presidente en la aventura con el Fondo.

MACRI, JEFE DE CAMPAÑA. El abrazo de oso del Fondo a Macri tiene múltiples lecturas. Mientras la del Gobierno es puro optimismo y la del PJ es pura cautela, la oposición dura del kirchnerismo y la izquierda advierten un salvavidas de plomo que va a hundir al país junto con el ensayo de Cambiemos. El Presidente se garantiza una inyección de dólares que acelera el ajuste y conduce a la recesión en el año electoral. Su obra lo convierte en jefe de campaña involuntario del peronismo, en sus distintas vertientes.

Más allá de admitir finalmente que no hay meta de inflación ni techo del 15% en las paritarias, nadie sabe cómo hará el equipo económico para incentivar la actividad económica con menos obra pública y un recorte de subsidios que convierte el tarifazo en un desfiladero interminable para los que viven de un sueldo en pesos. 

Lo dicen incluso en el oficialismo: Macri sacrifica su futuro electoral en función de lo que supone -por su ideología y su formación- es mejor para el país.

El dilema vuelve a atravesar en la superficie a un peronismo que duda, con una CGT que desacelera en el camino al paro nacional y un grupo de gobernadores que respaldan de palabra por ahora. Pero, por lo bajo, hay otro cálculo. ¿Macri arrastra al PJ de las provincias con el ajuste y deja un país endeudado y atado al Fondo hasta fines de 2020 o hace el trabajo sucio antes y se inmola -queriéndolo o no- en beneficio de un nuevo gobierno? Con esa segunda hipótesis, dicen en el PJ, el Presidente les habla a los gobernadores más amigos como Schiaretti y Urtubey. Para que acompañen ahora y entiendan que serán los beneficiados en el largo plazo. Cuando, se sabe, estaremos todos muertos.

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