Alberto Fernández hace equilibrio entre el círculo rojo, la crisis y la búsqueda de reconstrucción

Alberto Fernández hace equilibrio entre el círculo rojo, la crisis y la búsqueda de reconstrucción

En Casa Rosada celebraron que la participación presidencial en IDEA no haya recibido críticas internas. La catarsis en el oficialismo, el oxígeno de ayer en la CGT y el fuego amigo

 

Eduardo Duhalde, que hace un mes había dicho que al Presidente lo veía “grogui”, entendió en la víspera del Día de la Lealtad la gravedad de la crisis y corrigió su apreciación. “Dije eso porque lo veía mareado, sin descansar. Los colaboradores dicen ahora que está descansando más”, resaltó el viernes a última hora en declaraciones televisivas.

Cuando el ex presidente Duhalde apeló al término “grogui”, la rutina de Alberto Fernández transcurría casi con exclusividad en la Quinta de Olivos, rodeado por el elenco estable de colaboradores y sus amigos de toda la vida -"el gabinete de asuntos sin importancia", según un influyente ministro-, mientras la crisis política, y económica, se agudizaba y su liderazgo empezaba a tambalear. El Presidente había perdido a esa altura el control de la agenda pública, la popularidad alcanzada al comienzo de la cuarentena se había derrumbado según todas las encuestas, el círculo rojo le bajó el pulgar, la centralidad de Cristina Kirchner se apoderó de la coalición de gobierno y las falencias de la gestión quedaron al desnudo.

 

El acto de ayer funcionó en ese sentido como un oasis en medio del desierto: todas las vertientes del Frente de Todos en un solo lugar, 15 millones de visitas al sitio oficial de la celebración peronista, las movilizaciones callejeras no sufrieron desbordes y Fernández apeló a un discurso de “reconstrucción”. Habrá que ver cuánto dura.

El Gobierno está envuelto desde hace tiempo en un clima de frustración generalizado. Hasta a Gustavo Béliz, uno de los secretarios de Estado más leales al Presidente, le atribuyen en el círculo rojo un pesimismo que shockeó a media docena de interlocutores del establishment que conversaron con él hace algunas semanas: “Perdimos el rumbo”, se sinceró el funcionario. Una de las tantas escenas de catarsis que trascienden sobre el círculo íntimo de Olivos que rodea al jefe de Estado. Juan Manuel Olmos, jefe de Asesores presidencial, también trajina oficinas cabizbajo.

Frustrado, furioso por momentos con parte de su gabinete al que no le encuentra recambio, Alberto Fernández quiso entender el último mes de primera mano el por qué del malhumor empresario, y buscó además dar vuelta la página tras la fallida intervención de Vicentin, un espectáculo al que los hombres de negocios asistieron escandalizados.

El Presidente armó una ronda de conversaciones con parte del establishment, y elevó a consideración de su mesa chica la posibilidad de participar del coloquio de IDEA, un espacio que el kirchnerismo vació durante la última década.

“Nosotros somos un frente común. No hay fisuras”, contestó el mandatario ante la cúpula de IDEA en Olivos frente al planteo de los empresarios, quince días atrás, interesados en saber el proceso de toma de decisiones del Frente de Todos y, en especial, el rol de Cristina Kirchner.

Para el círculo rojo, el papel de la vicepresidenta en la agenda oficial es decisivo. La reforma judicial y sus aristas, que el Gobierno se empeña en justificar como parte de una modificación necesaria de la Justicia, pero que en buena parte de la opinión pública se circunscribe a una avanzada del kirchnerismo, inquieta a la par de la crisis económica. En Casa Rosada tomaron nota, y archivaron el proyecto por unas semanas.

Dos lunes atrás, en la oficina de Santiago Cafiero, en el primer piso de Casa Rosada, el jefe de Gabinete terminó de acordar con Roberto Murchinson y Roberto Alexander, de IBM, que el jefe de Estado abriría el coloquio empresarial. Fue la tercera y última reunión con la cúpula de IDEA. Cafiero también trató de entender las razones del malhumor empresario. “Hay un problema de confianza de base”, le explicaron, según pudo reconstruir este medio, en línea con lo que habían planteado con el Presidente en Olivos.

Es paradójido porque Murchinson y Alexander aseguraron, según trascendió, que la rentabilidad de sus empresas mejoraba, a pesar de la crisis. Pero el jefe de ministros los despidió sorprendido por lo que los interlocutores expusieron como una de las principales preocupaciones: el avance sobre la Justicia.

Alberto Fernández, ayer, entre Mayra Mendoza, Verónica Magario, Malena Galmarini y otras dirigentes, en el acto del Día de la Lealtad (Presidencia)

Hasta anteayer, Alberto Fernández y su equipo habían estado atentos a las repercusiones internas por su participación en la inauguración del coloquio empresarial, el miércoles a primera hora. Pesaba el antecedente de la convocatoria empresaria del 9 de julio, que la ex presidenta se encargó de sabotear a través de las redes sociales. “Se trabajó mucho. Y esta vez, no hubo fuego amigo”, resaltaban al caer la tarde del viernes en el entorno presidencial mientras ultimaban los detalles del acto de ayer que le dio al Presidente una bocanada de oxígeno y un respaldo político del PJ después de las semanas más críticas de su gestión. La primera muestra real de unidad del Frente de Todos en meses.

“Tiempo, necesitamos tiempo”, repiten como loros en Casa Rosada mientras el mandatario hace equilibrio entre un establishment desencantado, la crisis que lo acorrala y los cortocircuitos internos. El fin de semana pasada, en el extenso reportaje con Horacio Verbitsky, tuvo que aclarar: “Ya me fui una vez, dos no me voy a ir”. A mediados de semana subrayó que jamás "tocaría “los depósitos en dólares”. En su entorno le piden que deje de aclarar.

El miércoles, en un extenso almuerzo con parte de su equipo de asesores, Fernández también hizo su propia catarsis: no ahorró críticas para al menos dos de sus ministros, y se mostró muy molesto con los “libre pensadores” del espacio. Por ejemplo, Dady Brieva, que el lunes pidió “jugar al bowling” con un camión con los manifestantes que protestaban contra el Gobierno en el Obelisco.

Alberto Fernández en la inauguración del coloquio de IDEA, el miércoles

Brieva no es representativo, pero es parte de esa claque de artistas y dirigentes que se desviven por complacer al kirchnerismo duro y que, para colmo, ni siquiera tienen el aval de Cristina Kirchner.

Venezuela es un caso emblemático. El jefe de Estado fue criticado por los sectores más duros del Frente de Todos. Forzó, por ejemplo, la renuncia de Alicia Castro a la embajada en Rusia, a pesar de que aún no tenía el aval del Senado. Cristina Kirchner había querido primero a Castro para la OEA, una de las tres oficinas del extranjero que pidió la vicepresidenta, junto a China y Rusia.

Al Presidente le cuesta ordenar el frente interno. Castro se fue antes de asumir con una carta pública con fuertes cuestionamientos a su política exterior. Después, el mandatario la llamó para convencerla de quedarse, según reveló la ex funcionaria. Luis D’Elía avisó por las redes sociales que el mandatario hablaría telefónicamente con Nicolás Maduro para darle explicaciones. El llamado nunca se concretó.

Las reiteradas apariciones de Aníbal Fernández en los últimos días como vocero del Gobierno, y los encuentros que tuvo con el Presidente, alimentaron su posible incorporación ante un gabinete deslucido. Le ofrecieron la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, un organismo estratégico con un presupuesto interesante que todavía conduce Gustavo Morón, nombrado por Cambiemos. Morón trabó, hace tiempo, una relación política estrecha con Sergio Massa. Aníbal Fernández rechazó el ofrecimiento: pidió como condición que su tarjeta de presentación tenga el cargo de “ministro”. Circuló incluso que hasta le habrían ofrendado la posibilidad de hacerse cargo de parte de la comunicación oficial. “Pidan la pelota, loco, ayuden al Presidente”, había planteado el ex jefe de ministros en julio.

Cristina Kirchner

El acercamiento al círculo rojo -¿el oficialismo prevé cambios al proyecto de impuesto a la riqueza?-, la participación en IDEA, la visita a Vaca Muerta del jueves y el acto de ayer forman parte de una agenda con la que el Gobierno pretende retomar la iniciativa, concentrada por ahora por la centralidad de Cristina Kirchner, los sucesivos trascendidos internos y la fragilidad de la crisis económica, que la Casa Rosada no le encuentra la vuelta.

El martes, entrevistado por C5N, el jefe de Estado reconoció, por caso, que la baja de retenciones para propiciar la liquidación de divisas no había rendido como esperaban. Fernández se encogió de hombros: “No funcionó”, atinó a decir. El promedio diario de liquidación de divisas pasó de 50 a 80 millones de dólares, una cifra mucho menor a la deseada. El Presidente y el ministro Martín Guzmán rechazaron una devaluación de la moneda, a pesar de que la brecha entre el dólar oficial y el ilegal sigue en aumento. El mercado presiona por medidas, no solo económicas: también políticas. Es decir, un recambio de ministros que, por ahora, el mandatario no tiene previsto realizar. El problema es que no es solo el mercado: desde el Instituto Patria y la Cámara de Diputados también azuzan los trascendidos.

Ante la crisis de liderazgo del Presidente, que ayer tuvo una dosis de oxígeno en el Salón Felipe Vallese de la CGT, el Gobierno le prende velas a un repunte de la economía el próximo año. “Es la última carta que tenemos”, asegura con dramatismo un encumbrado integrante del entorno albertista. La economía y la posibilidad de acceder a una vacuna efectiva contra el COVID-19 asoman en el menú de la reconstrucción que este sábado planteó Fernández. La Jefatura de Gabinete trabaja a contrarreloj en un proceso de compra de dosis una vez que la FDA norteamericana apruebe el primer ensayo.

El malhumor empresario en el que el Presidente y su equipo más cercano se interesó en las últimas semanas tiene también su correlato social.

Según un relevamiento de la consultora Move, que trabaja tanto para el peronismo como para la oposición, la imagen del Presidente se desplomó en los últimos seis meses: cayó 56 puntos. Otras encuestadoras coinciden con el diagnóstico. Entre los sucesos que contribuyeron a ese desplome se mencionan Vicentin, el anuncio de la reforma judicial y las últimas restricciones cambiarias anunciadas el mes pasado.

En paralelo, la popularidad de Horacio Rodríguez Larreta se mantiene alta y estable. El discurso del jefe de Gobierno en IDEA del viernes fue saludado con entusiasmo por los empresarios en el muro virtual. No sucedió lo mismo con el jefe de Estado, atravesado por una profunda crisis que, aconsejado por Cristina Kirchner, subió al ring a Rodríguez Larreta mucho tiempo antes de que lo que el propio jefe de Gobierno tiene previsto. El Presidente necesita ganar tiempo. El alcalde, mantener la popularidad hasta el 2023 para tener chances de llegar a la Presidencia. Un desafío más complejo que el otro.

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