La última semana, la primera votación

La última semana, la primera votación

Por Mario Wainfeld

Los dos últimos años del macrismo. Las ilusiones en 2017, el contexto económico social en 2019. Vidal, Larreta y Macri, distintas tácticas. Bolsonarizar, un objetivo limitado. Diseños de campaña de Alberto Fernández, Cristina y Axel Kicillof. Muertes violentas sin respuestas: Santiago Maldonado, Sandra y Rubén.

 

Las elecciones de 2017 refrendaron al presidente Mauricio Macri, una sólida primera minoría apoyó su gestión. El porvenir del oficialismo asomaba venturoso tras dos victorias electorales consecutivas con el aditamento de la caída de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner a manos de Esteban Bullrich, una figura de segunda línea. El veranito económico, un espejismo mayúsculo, engañaba a propios y a unos cuantos ajenos.

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En la Casa Rosada alumbraba una fantasía que había tentado décadas atrás al presidente Raúl Alfonsín: desguazar al peronismo para construir una oposición dócil, vencible, diseñada a imagen y semejanza del oficialismo. Varios gobernadores justicialistas miraban con cariño ese proyecto. Alternativa Federal se insinuaba como la herramienta para construir el escenario de 2019 con tres postulantes desparejos. Cambiemos, el campeón garantizado… los otros dos peleando sin más ilusiones que la medalla de plata.

En 2018 pasaron cosas. El modelo M entró en su faz cristalizada que perdura hasta ahora: recesión, despidos, industricidio, una inflación imparable, quiebras, aumento de la pobreza y la desigualdad, reaparición del hambre, de la falta de vacunas.

La corrida cambiaria quemó los papeles de los gurúes económicos. El fuego amigo de los especuladores financieros hizo estallar los bolazos. Sin el pretexto del “riesgo político” (que se tenía por difunto), grandes jugadores acamalaron millones de dólares en cuestión de días. Las franquicias absurdas, la desregulación suicida, únicas en el mundo, se volvían contra el equipazo económico. Los inversores extranjeros de carne y hueso eligen la bicicleta y fugan cuando les viene en gana.

El cuadro siguió agravándose. El costo prohibitivo de los alimentos básicos, los remedios, las tarifas de servicios públicos impacta en modo policlasista: castiga a las clases medias y a los más humildes.

La Argentina se endeudó irresponsablemente con el Fondo Monetario Internacional (FMI), los particulares siguen un camino similar, irremisible, sin ser culpables ni poder evitarlo. La deuda y la carestía pegan duro. En ese contexto, irrevocable, se disputarán las elecciones.

Suele aludirse al dólar anclado como un logro coyuntural. En relativa minoría, este cronista interpreta que el dato no impacta en la cotidianeidad de los ciudadanos porque la calma (transitoria y tal vez frágil) no contagia a los precios al consumidor.

La campaña encaja en ese cuadro de situación. Los competidores anhelan que el otro queme un cajón como Herminio Iglesias. O meter un golazo como el pacto militar sindical denunciado por Alfonsín. Se trata de mitos o de exageraciones porque las votaciones se amasan en años y se cocinan en los últimos meses. Las campañas suman o restan, desde luego. La elocuencia, la estrella, el carisma y el fuego de los candidatos construyen también el resultado. Subrayamos “también” … pero hay mucho más en danza.

Dediquemos, de cualquier manera, un vistazo a la campaña. Esa fracción de lo esencial visible a los ojos.

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Inteligencia artificial: La inteligente la campaña nacional de Juntos por el Cambio arma su tinglado con lo (poco) que hay. Dosifica promesas imprecisas, ya no fechadas como antaño. Y apela al miedo, a la bronca o al odio antiperonista. No le queda otra, la solicitada de un parco puñado de intelectuales ultramacristas lo reconoce tácitamente: alude a generalidades, no se digna agregar una cifra, un logro tangible. Nadie come G-20, ni “estar en el mundo” suple la falta de trabajo. La felicidad de no ser Venezuela no les basta a los jubilados o a los laburantes que corren la coneja para pagar los remedios.

Es filo imposible analizar los mensajes selectivos, la segmentación (favorecida por el abuso de información estatal malversada hacia el Gobierno). Su propia dinámica las oculta o privatiza.

El flanco notorio de la publicidad oficial, los discursos, los spots, los titulares de los medios aliados (a los que se sumó, a veces con obscenidad el Grupo Perfil) tiende más a fidelizar adhesiones que a sumar nuevas. Las medidas derechosas como el Servicio Cívico Voluntario, la exaltación paródica de la Gendarmería, la resurrección del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca (espacio estatal atendido por sus dueños privados en esta era republicana) interpelan a quienes comparten la ideología del Gobierno mientras dan la impresión de ser inocuas para interesar a los ex votantes “desencantados”, a los “indecisos”. A riesgo de exagerar un poco: la táctica de energizar la fuerza propia luce defensiva antes que ambiciosa. Puesto como slogan: “bolsonarizar” no suma, en el mejor de los casos consolida.

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PASOS federales: Las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) se trifurcan en Nación, Buenos Aires y la Ciudad Autónoma (CABA). La gobernadora María Eugenia Vidal y el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta adoptan tácticas distintas a la nacional, dentro de lo que pueden. Ambos tienen mejor intención de voto que Macri, el porteño es el único de la terna que pinta como favorito. La diferenciación es, entonces, pura lógica instrumental.

A nivel nacional, Cambiemos mantiene los aliados históricos, pero no atrajo nuevos socios minoritarios. La candidatura de Miguel Pichetto no sedujo gobernantes o dirigentes peronistas taquilleros. Se le acercaron figuras desacreditadas y piantavotos como el ex senador Augusto Alasino o Miguel Ángel Toma: es mejor perderlos que encontrarlos, como sabiamente resolvieron los “armadores” macristas que los dejaron afuera de las listas.

Larreta, en cambio, supo agregar ex rivales a su boleta: Martín Lousteau que (si la metáfora fuese aplicable) le sacó canas verdes cuatro años atrás.

Vidal mantiene hasta su compañero de fórmula, el insípido radical Daniel Salvador. La gobernadora conserva una alta imagen personal positiva según encuestadores de distintos palos. Muy desproporcionada si se la compara con los logros de su gestión. Se supone que premia más a su voluntad que a sus concreciones. Por ejemplo, es imposible convencer a los bonaerenses del éxito de la guerra contra el narcotráfico. El consumo y el delito prosperan en sus barrios, la gente común conoce las zonas que libera la Bonaerense. Pero Vidal, entienden muchos y en particular muchas bonaerenses, “lucha” contra eso, está comprometida. Los focus groups lo reflejan, hasta candidatos peronistas lo escuchan en sus recorridas.

La ampliación de la pobreza, las carencias del Conurbano, las escuelas desvencijadas, sin gas o luz conspiran contra el relato de Vidal.

La inexistencia de una tercera fuerza y el sistema de vuelta única impulsan una polarización bonaerense. El sueño (acaso resabio autonomista) de Vidal es un corte de boleta masivo. El record, infrecuente al mango, parecido al que la aupó en 2015. El ex “Plan V” acomodado a la contingencia, pongalé.

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Que florezcan muchas: La precandidatura presidencial de Alberto Fernández sumó a casi todos los gobernadores peronistas y a Sergio Massa. La base territorial y política creció y convulsionó el tablero.

La movida causó el incremento de la polarización y la perspectiva factible de definición en primera vuelta. El nuevo diseño incide en el modelo de campaña, innovador y audaz como el repliegue de Cristina. La división de tareas en el espacio nacional tributa al esquema: Fernández de Kirchner dialoga con la fuerza propia, moviliza multitudes a presentaciones de un libro, expresa y reprime a la vez su protagonismo. Alberto Fernández, sin experiencia anterior como cabeza de lista, arriesga exponiéndose a la maratón mediática que lo instala, aumenta su nivel de conocimiento público y se muestra más abierto al debate que Macri. Afronta entrevistas con periodistas y medios adversarios u hostiles. En el fragor de tanta pelea, emboca algunas, recibe piñas, incurre a veces en errores. En los diez últimos días hizo mejor pie, consiguió ocupar el centro de la escena. Pudo “hacer agenda” con temas económicos que el oficialismo no consiguió esquivar. Los jubilados, las LELIQ, el mundo de las finanzas, el FMI. El Gobierno se ve obligado a responder, a jugar temáticamente de visitante.

AF recorre provincias, se reúne con gobernadores, empresarios y sindicalistas… mucho pero nunca bastante. Para la primera vuelta deberá reforzar y redoblar esfuerzos.

Massa es fogueado en campaña, realizó al menos dos muy exitosas como protagonista principal. Sabe sintonizar con los auditorios, lanza slogans atractivos. Quien esto firma no forma parte de su club de admiradores pero esas dotes son irrefutables. Sus compañeros de lista celebran verlo cooperativo, con sentido de equipo.

La campaña nacional pintó muy desordenada al principio, hoy en día luce menos desconectada.

La medida de la adhesión activa de los gobernadores constituye un enigma que acaso tendrá un abanico de respuestas. Se calibrará bien en los días de elecciones cuando “el territorio” no gana votos pero apoya con la logística y los fiscales. La mayoría de los mandatarios provinciales garantizó antes la propia reelección, un relax que podría matizar su esfuerzo. Habrá que ver.

Se tejen al respecto algunas leyendas urbanas. Hay quien dice que “los gobernas” prefieren el trato que les dispensa Macri sobre el que les habría propinado Cristina y que se tirarán al bombo. Observación curiosa porque varios no gobernaron antes de 2015: el tucumano Juan Manzur, el entrerriano Gustavo Bordet, el sanjuanino Sergio Uñac, el chaqueño Domingo Peppo sin ir más lejos. Otros son aliados firmes del Frente de Todos (FT): el sanluiseño Alberto Rodríguez Saá, el formoseño Gildo Insfrán, la santacruceña Alicia Kirchner (más vale). Apostar a Macri pinta autodestructivo: cuatro años más de economía estanflacionaria y neoconservadora azotarían a los pueblos de las provincias… sus representantes saben que eso sería letal para su futuro político personal.

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Ser y parecer: Buenos Aires alberga la mejor campaña del FT, el mejor diseño de alianzas y un candidato que se destaca. El ex ministro Axel Kicillof añade a sus conocidas dotes de polemista una voluntad de fierro, un estilo militante y una notable capacidad para acercarse a “la gente”. Cálido y expresivo, montado en un auto desvencijado es improbable que alguien dude de su sinceridad. Dicho apenas en broma: que viva vestido de otra forma, que guarde una limousine en la cochera, que imposte la sonrisa y los abrazos.

Pugna contra la mejor candidata del macrismo, sobrelleva una colosal disparidad de recursos económicos. Banca, camina y arremete. Verónica Magario lo complementa bien, juegan en equipo.

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Los intendentes del Conurbano no lo idolatraban de antemano. Uno, dos o por ahí tres se soñaban candidatos. El cierre de listas, más allá de clásicas disconformidades, los cuidó más que en 2015. Se le ahorraron competidores en las PASO, salvo en Moreno y en algún Partido del Interior provincial.

Con el bastión amurallado, las quejas aminoran y se potencia el objetivo común de ganar. El verso insuperable de Borges tiene que parafrasearse para la política: no los une el amor sino el deseo. Sacar una buena ventaja, conseguir mayorías en los Concejos Deliberantes vale mucho más que las esperanzas terminadas.

Las teorías periodísticas sobre cortes de boletas diseñados en Unidades Básicas, distribuidos entre decenas de miles o cientos de miles de compañeros y depositados mansamente en las urnas subestiman la astucia de los votantes y sobrevaloran la influencia (anche la cantidad) de los punteros.

Todos, todas, tienen algo que conseguir en la contienda. La boleta presidencial tira para arriba. El deseo, coincidirían Maquiavelo y cualquier terapeuta avispado, tira más que una yunta de bueyes.

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Suecos aquerenciados. “Donde hay un socialdemócrata/ viejo Gómez/l los han borrado/ con piedra pómez” canturrea y desafina el decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo. Tan atraído cuan desconcertado con el tablero político y tanguero reciente, lo subyugan las ausencias. El radicalismo no figura en las principales boletas, la socialdemocracia hace rato que no figura.

El Decano se deja llevar por su discípulo, el politólogo sueco, y por la pelirroja progre, a giras peronistas en el Conurbano. Aprende el idioma, incursiona en el lunfardo, alucina con los cánticos, el fervor, la proliferación de besos y abrazos. En sus pagos la política es más previsible, más estable, menos pasional… más aburrida. El hombre piensa esto mientras proyecta romances breves.

Ha perdido de vista a su enviado clandestino, el inspector Mark Wallander, quien vino a pesquisar los gastos y las andanzas extra académicas del politólogo. Wallander dio con la noche porteña, con el hábito argentino de la amistad, los cafés largos, los asados, el vino compartido. Se sumerge en ellos, así tramita y alivia la melancolía. El laburo puede esperar hasta después de las PASO se justifica Wallander que después de muchos años recupera la sonrisa.

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Nada novedoso, todo instructivo: En la semana que se va se supo que el patrimonio de Macri creció a lo pavote en el medio de la malaria. El ministro de Hacienda Nicolás Dujovne coloca su riqueza en el exterior… a confesión de parte, relevo de prueba.

Se difunden las últimas encuestas, la nota de Raúl Kollmann publicada ayer en Página 12 las reseña con virtudes infrecuentes. Sintetiza las fichas técnicas, analiza las limitaciones del IVR (llamadas telefónicas automáticas) la metodología más común y más barata, provee data sobre PASO y elecciones anteriores.

Messi la sacó barata en la CONMEBOL. Boca, Independiente y River pasaron de ronda en las Copas. Llegar a fin de mes es para la gente común como subir al Himalaya. La vida cotidiana combina distracciones cada día más caras y padeceres crecientes, temores de perder el laburo. “Asado” y "pasado” (hallazgo en redes sociales) se dejan escribir casi igual.

En eso estamos, a una semana del primer estadio electoral.

 

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