Últimos días antes de que cambie todo

Últimos días antes de que cambie todo

Por: Joaquín Morales Solá. El próximo domingo habrá elecciones legislativas cruciales para Javier Milei. Su problema es más grave que ganar o perder, porque una eventual derrota nacional lo colocaría en brazos de Cristina Kirchner. 

El peronismo que conduce desde su casa la expresidenta (¿desde dónde más podría hacerlo una persona presa?) es la única organización nacional que compite con el Presidente, aunque también a los justicialistas los aqueja la división y la discordia. Tal vez esa posibilidad explica por sí sola que ni el secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, quizás la persona más influyente en la economía mundial, pueda domesticar a los mercados cuando se trata de la Argentina. Bessent hizo anuncios sobre la economía argentina durante las últimas semanas con más asiduidad que el ministro de Economía local, Luis Caputo, o que el propio Presidente, que también es un economista. Bessent fue más eficaz que los argentinos, pero, no obstante, el viernes el precio del dólar cerró alcista, las acciones de empresas argentinas en Wall Street oscilaban entre ascensos y caídas y el riesgo país de la Argentina orillaba los 1000 puntos básicos. Inexplicablemente alto. No influyeron definitivamente ni los 40.000 millones de dólares anunciados por el funcionario de Washington ni la intervención directa de los Estados Unidos en el mercado cambiario argentino. Tanto para tan poco. El kirchnerismo es un riesgo para los dólares prometidos por Trump -qué duda cabe- y, por eso, el jefe de la Casa Blanca precisó que la ayuda total a la Argentina, que comenzaría a concretarse poco después de las elecciones del 26 de octubre, está condicionada a que Milei gane esos comicios. “Firmo ya un empate”, respondió un funcionario cuando se le preguntó sobre qué resultados imaginaba para dentro de una semana. Un empate en esas elecciones inminentes es la mayor conquista a la que, según varias voces del oficialismo, puede aspirar el Gobierno. Si el kirchnerismo es un peligro real para el decurso de la economía, como lo es, la pregunta que debe hacerse es por qué, después de tantos y tan evidentes fracasos en el manejo del Estado, esa fuerza política podría estar otra vez cerca de una victoria electoral. El Presidente debe hacerse la pregunta y él también debe buscar la respuesta.

Vale la pena ensayar una contestación a ese crítico interrogante. El necesario ajuste de los recursos públicos dispuesto por Milei, y ejecutado por el Caputo ministro, terminó en un increíble país con superávit fiscal y con una inflación que bajó mucho desde que ellos accedieron al poder. Luego de ese primer y efectivo golpe a las causas profundas de la crisis económica, el Gobierno se paralizó. La gestión de la administración está sometida al pánico de los funcionarios, luego de que Milei se ufanara de haber echado de sus cargos como si fueran burócratas indolentes al exjefe de Gabinete, Nicolás Posse, o, lo que es peor, a la prestigiosa economista Diana Mondino, quien fue su primera canciller. Decenas de funcionarios fueron despedidos durante lo que va del gobierno de Milei como en un reality de televisión. Conclusión: no hay gestión o es muy mala. Tampoco existe la necesaria coordinación entre los distintos sectores del Estado porque nadie sabe cuál será la última opinión, inapelable, del Presidente. De hecho, hay legisladores oficialistas que aseguran que el Presidente no cuenta con la información necesaria y muchas veces no conoce la verdad sobre los números del Estado. Entonces, se obsesiona y promueve escándalos por temas que no tienen sentido económico ni financiero. Un gobierno bueno necesita de un equipo al frente de él en condiciones de enlazar correctamente las decisiones del Estado. El equipo es una ilusión que nunca existió en el gobierno de Milei porque el jefe del Estado prefiere el arbitrario método de ordeno y mando. Y, encima de todo, están a la vista las formas presidenciales, ahora objetadas por importantes voceros de Washington, porque promueven la crispación y la fractura en el firmamento de la política.

Ese es el gobierno que terminó abrazado incondicionalmente a Donald Trump, quien decidió rescatarlo de una manera tan enfática y clara como nunca se vio antes. Es cierto que Trump lo sometió a Milei a esa audiencia rocambolesca de la que participaron, en buena parte de ella, todos los periodistas presentes, norteamericanos, argentinos y de otros países. Trump es así. Nada hay nada más distinto de un clásico presidente norteamericano que el actual huésped de la Casa Blanca. El parecido con Milei, en ese sentido, es innegable. Trump es un hombre al que le gusta más el show de la televisión y de los medios que la imagen de un líder gobernando. Tiene una pésima relación con los medios periodísticos tradicionales, pero debe reconocerse que el mandatario norteamericano le demostró a su colega argentino que se puede convocar a una conferencia de prensa con todos los periodistas sin que el gobernante corra el riesgo de caerse al abismo. También es cierto que Trump ningunea luego a algunos periodistas o no les contesta a otros, pero cuando ordena el open press significa que las puertas están abiertas para toda la prensa. Diferencia notable con Milei, que en los últimos dos años solo dio reportajes a un elenco de cuatro o cinco periodistas de su confianza y nunca convocó a una conferencia de prensa con profesionales de todos los medios. De todos modos, un Trump triunfante en Medio Oriente se convirtió también en un experto en política electoral argentina y desafió a sus adversarios políticos internos, que lo critican porque dispone de dinero del Estado norteamericano para salvar a un amigo político e ideológico. Las advertencias del kirchnerismo sobre las consecuencias políticas y electorales del padrinazgo norteamericano a Milei son seguramente una deducción simplista y obsoleta sobre las opiniones de la sociedad argentina. Esta tuvo, en su mayor medida, inclinaciones antinorteamericanas, pero eso sucedió hace muchos años. Ocurrió cuando existía aquí una sociedad cosmopolita a la que le atraía la información del mundo. Esa sociedad es ya una nostalgia. Puede prevalecer ahora una mayoría de argentinos preocupados porque alguien resuelva sus problemas, aunque sea Trump. Por eso, no puede descartarse que el próximo domingo muchos argentinos vayan a votar con el temor de que una derrota del gobierno ahuyente el rescate norteamericano, como anunció el jefe de la Casa Blanca.

El relevo de Francos, o su incomodidad, sería una contradicción política

Resulte lo que le resulte de las elecciones del domingo que viene, Milei vive los últimos días de su experiencia de Presidente tal como él la quiso hasta ahora. Todo cambiará desde el lunes 27, hasta gran parte de su gabinete. Cuando Milei anunció que Santiago Caputo, el poderoso asesor sin cargo y sin firma, accederá de manera formal al Gobierno después de los comicios estaba aceptando implícitamente que conoce la feroz lucha interna que también paraliza a su administración. El viejo triángulo de hierro se convirtió en un esperpento de cables deshilachados. La hermanísima Karina Milei ya no quiere ni escuchar hablar del Caputo asesor. Varios legisladores aseguran que fueron citados por Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, solo para hablarle mal durante un rato largo del Caputo que podría convertirse en ministro. Los Menem, Martín y su primo Eduardo “Lule”, son incondicionales de Karina Milei. En las vecindades de Caputo el joven se hacen descripciones brutales de los Menem. “Ellos nos trajeron todos los problemas que tenemos. Desde el caso $LIBRA hasta las denuncias de Spagnuolo sobre los sobornos en la agencia de discapacitados. Nosotros no vinimos a hacer plata; ellos, sí”, dicen feroz y claramente los que secundan al asesor Caputo. Pero el propio Caputo debería explicar diáfanamente qué papel cumple el supuesto asesor del gobierno de Trump, el lobista Barry Bennett, a quien el consultor argentino consiguió juntar con lo más granado de la oposición dialoguista en el Congreso. ¿Bennett es asesor de Trump, es lobista de intereses propios o es un entusiasta operador de intereses ajenos? Caputo el sobrino armó una reunión de Bennett con importantes presidentes de bloques de la Cámara de Diputados como Rodrigo de Loredo, Cristian Ritondo y Miguel Ángel Pichetto. Después de la reunión, uno de ellos lo bautizó a Bennett como Benny Hill, por el famoso humorista británico y por su parecido. Tales menesteres del asesor de Milei se dieron en momentos en que trascendía, también desde sus cercanías, que cuestionaba al canciller Gerardo Werthein por no haber organizado una reunión menos estrambótica con Trump. Injusta acusación. ¿Alguien está en condiciones de disciplinar, ordenar y predecir al espontáneo y tosco jefe de la nación más poderosa del mundo? Nadie. Es pelear por pelear. Caputo, a quien nadie le niega perspicacia política (al revés de lo que dicen de los Menem, por ejemplo), está en el centro mismo de la feroz lucha interna dentro del mileísmo. Le guste o no.

Analistas de opinión pública señalan que hubo un importante cambio en el electorado de Milei si se comparan las elecciones de 2023 con las de este año. Hace dos años, la mayoría de los votantes del entonces elegido presidente eran jóvenes de distintos sectores sociales que se identificaban con él por su furia, su extravagancia y su irreverencia. La mayoría de esos jóvenes, salvo los de clase media alta o alta, se fueron del mileísmo expulsados por el estancamiento de economía. Ahora, la mayoría de los que anuncian su voto a Milei son los antiguos votantes de Juntos por el Cambio, los antiperonistas que seguirán votando a Milei mientras exista Cristina Kirchner como su única opción. Estos votantes forman parte de la clase media alta y alta. Las clases sociales más pobres hacen menos razonamientos políticos acorraladas por la escasez y la penuria. Tal conclusión es lo que hace importante la relación de Milei con Mauricio Macri, y es obvio que el Presidente lo advirtió cuando lo invitó a conversar y cambió públicamente la manera de referirse a él. La relación de Macri con el Gobierno, según quienes conocen y escuchan al expresidente, será más fácil si continuara en el Gobierno el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. “Es el mejor funcionario del Gobierno”, califica Macri a Francos, de acuerdo con esas versiones. No es el mismo concepto que tiene del joven Caputo. El ungimiento del actual asesor podría condicionar el diálogo con Macri, la situación de Francos y la propia relación de Milei con su hermana, que no quiere saber nada de los laberintos que urde Caputo. ¿Qué son las cosas que marcan la dependencia política e intelectual del Presidente respecto de su asesor estrella, cuando esa relación lo coloca distante hasta de su propia y poderosa hermana? Nadie lo sabe. “Milei cree que llegó al poder por obra de Caputo. No fue así, pero él lo cree. Debe sentir cierta soldad política si Santiago no está”, explican muy cerca del mandatario. Puede ser. Quién lo sabe en el extraño universo mileista. El relevo de Francos, o su incomodidad, sería una contradicción política. El jefe de Gabinete viene promoviendo desde hace mucho tiempo que el Gobierno haga lo que decisivos sectores del gobierno norteamericano le están pidiendo a Milei que haga. ¿Qué debe hacer? Lo resumió perfectamente en Mar del Plata el presidente de IDEA, Santiago Mignone: crear “instituciones sólidas”, terminar con los “agravios”, buscar consensos y contar con una economía estable y previsible. “No podemos tener, dijo, una economía que tiembla cada dos años”. Lo aplaudieron a Mignone en Washington, no solo en Mar del Plata.

La última novedad dentro de las trifulcas internas del Gobierno es la permanente alusión de varios funcionarios sobre quién controla qué caja del Estado. En esa discusión nunca está Francos, pero sí Caputo el joven (que fiscaliza a través de vicarios suyos varias oficinas con muchos recursos del Estado), Karina Milei y los Menem. Recuerda a los tiempos de Cristina Kirchner y a los delegados de La Cámpora en los organismos con más recursos estatales. Son los profetas intelectuales de la teoría según la cual no se puede hacer política sin mucho dinero. Fácil. Los viejos y verdaderos profetas preferían el sacrificio.

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