La deserción de los republicanos

La deserción de los republicanos

Por: Joaquín Morales Solá. Los argentinos los prefieren estrafalarios. Gran parte de sus presidentes en los últimos 40 años de democracia fue encarnada por personas (Menem, los Kirchner, Alberto Fernández, Milei ahora) que no coincidieron -ni coincide- con el modelo clásico de un jefe de Estado. 

La política se balanceó en estos años entre la frivolidad y la ambición hegemónica, entre la deshonestidad para administrar los recursos públicos y la propensión a agredir al otro. La normalidad resulta ya una anomalía en el país. Algunos explican el fenómeno como la consecuencia de sociedades fracasadas en un mundo donde predominan los líderes extravagantes y autoritarios. La descripción del mundo que nos toca es veraz, aunque la sociedad argentina se volcó mucho antes por los estereotipos excéntricos. Es cierto, además, que la corriente republicana de la política cometió muchos errores y permitió de esa manera el triunfo de los extremos. No cualquier país pasa de Cristina Kirchner a Javier Milei, de una estatista con vocación de lideresa de la izquierda latinoamericana a un libertario que le gusta más definirse como anarcocapitalista. Cristina insiste con los proyectos de izquierda que han fracasado incesantemente en el subcontinente. Milei, en cambio, se inclina por la eliminación del Estado y la exclusiva defensa de los derechos individuales en la economía. Esos son los parámetros ideológicos tanto del anarcocapitalismo como del libertarismo, que son las corrientes políticas que atraen al Presidente. No puede haber más distancia entre las ideas de esos dos personajes. Pero ¿las hay en los modos y en la práctica política de los mismos protagonistas? Las distancias entre ellos se acortan en esos territorios. Por ahora, la pregunta sin respuesta es por qué a los argentinos los seducen más los extremos políticos y los líderes autoritarios que un sistema de consensos.

Milei podría integrar la camada de los republicanos, si bien se mira lo que hace con la política económica, pero prefiere considerar “ñoños” (timoratos sin carácter) a los que defienden la república. Cuando anticipa que le gustaría una alianza con Pro en la provincia de Buenos Aires para las elecciones nacionales de octubre, debe aclararse que no está hablando de un acuerdo con el partido que fundó Macri; se refiere más bien a la cooptación individual de dirigentes de ese partido. Alude a Diego Santilli, que viene del peronismo y que está dispuesto a irse con Milei de cualquier forma (a los peronistas no los cautiva una idea, sino el poder) o al intendente de Mar del Plata, Guillermo Montenegro. Este no viene del peronismo, sino del fuero federal de Comodoro Py, donde fue juez hasta que decidió apostar por el poder concreto y tangible al lado de Macri. La Justicia Federal es más experta que el peronismo en merodear a los que mandan. Veremos a Montenegro al lado de Milei, seguramente.

Pero ¿todo es, acaso, responsabilidad de Milei? El Presidente tiene la obligación, sin duda, de convocar a acuerdos políticos, sobre todo cuando, como ahora, la alternativa a lo que hay es el regreso a un populismo autoritario y despilfarrador. No lo hace, no la ve. Sin embargo, también la corriente republicana del país eligió la deserción de sus responsabilidades. Pongamos un ejemplo. Si lo que fue Juntos por el Cambio (Pro, el radicalismo, la Coalición Cívica, Horacio Rodríguez Larreta y el peronismo de Miguel Ángel Pichetto) hubiera hecho el esfuerzo de una coalición en la Capital, estaría, según las encuestas, compitiendo por el primer puesto en las elecciones de hoy. Increíbles descuidos, enormes ambiciones personales, egos de un tamaño desmesurado y una dosis no menor de irresponsabilidad institucional están relegando a esos partidos como alternativa sensata al poder irrespetuoso de los hermanos Milei. La fragmentación de lo que fue hasta hace poco una seria oferta electoral no tiene explicación política, salvo que crean, como ironizaba Churchill, que “el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. ¿Hay diferencias? Por supuesto que existen. Se trata de una coalición de partidos, no de la construcción de un solo partido. Pero las alianzas pueden existir si sus líderes están dispuestos a administrar la disidencia.

El primer traspié lo cometió Mauricio Macri después de la primera vuelta electoral en 2023 porque corrió en apoyo de Milei, para la segunda vuelta de este con Sergio Massa, sin poner condiciones, sin preguntar cómo seguiría esa relación y sin acordar con sus aliados. Ya Pro no había podido resolver la cruenta lucha interna entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta; los dos estaban seguros de que el que resultara candidato presidencial del entonces Juntos por el Cambio sería el próximo presidente de los argentinos. Pero Juan Seguro había muerto en manos de una sociedad harta de tanto internismo político, inservible y estéril. Rodríguez Larreta anunció antes de tiempo lo que significó su más grave error, que mataría a su padre político (es decir, a Macri) no bien accediera al poder, y antes también. La metáfora de Freud debió llegar a oídos de Macri porque este se empecinó en trabarle a Rodríguez Larreta el arribo al poder. Antes, Rodríguez Larreta, que empezó su carrera política con Menem, tropezó con los hilos de la propia madeja política que enhebró, y que significó traer a la Capital a destacados dirigentes de Pro de la provincia de Buenos Aires, y llevar a la provincia a encumbrados dirigentes capitalinos. Ante la advertencia de que lo aguardaba la guillotina y frente a tantos despropósitos internos, Macri apostó por Patricia Bullrich, pero esta tiene una larga historia de lealtades y deslealtades sucesivas. Acaba de firmar la séptima afiliación a un partido político, La Libertad Avanza en este caso, y no dio ninguna garantía de que será la última vez. Pasó de la rebelde Juventud Peronista de los años 70 a percibir la revelación política cuando se acercó a Javier Milei en el siglo XXI, aunque antes advirtió lo mismo frente a Menem, a De la Rúa, a Elisa Carrió y a Macri. De la mano de Menem y de Carrió, en tiempos distintos, alcanzó una banca como diputada nacional; con De la Rúa, Macri y Milei accedió al cargo de ministra del gobierno nacional. Es cierto que hasta su cercanía ciega y sorda a Milei, Bullrich era una de las personas que mejor se incorporaron al sistema democrático habiendo estado cerca de la insurgencia setentista, aunque ella asegura que nunca formó parte de la guerrilla armada. ¿Por qué no creerle? Lo cierto es que los dos precandidatos presidenciales de Pro en las últimas elecciones ya no están en ese partido.

Carrió merece un párrafo aparte. Nadie puede desconocer su coraje para denunciar la corrupción kirchnerista en los años de más poder del matrimonio Kirchner; de hecho, la causa Vialidad, que podría llevar a la cárcel a Cristina Kirchner dentro de poco tiempo, la inició ella en 2008, cuando la expresidenta ni siquiera había sido reelegida. Por lo demás, su compromiso con la república es fácilmente comprobable. No obstante, la carismática dirigente tiene un estilo demasiado confrontativo aun con los que fueron aliados suyos hasta hace poco tiempo. En los últimos días, por ejemplo, se refirió de la peor manera a Macri, con quien fundó, junto con el radical Ernesto Sanz, lo que inicialmente fue la exitosa coalición Cambiemos. En un instante en el que lo que fue Cambiemos o, luego, Juntos por el Cambio, se empantanó entre políticos tan distintos como Macri y Martín Lousteau, presidente del radicalismo, la experiencia política de Carrió podría haber servido para acercar a los viejos partidos aliados. Este instante no es cualquier instante: está en riesgo la convivencia democrática.

A su vez, el problema del radicalismo es que eligió como presidente partidario a un economista devenido en político, Martín Lousteau, quien nunca pudo explicar su conversión partidaria e ideológica. Fue funcionario de los peronistas Felipe Solá y Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires y ministro del gobierno nacional de Cristina Kirchner antes de descubrir que, en verdad, lo fascinaban las ideas de Alem e Yrigoyen. El resultado consistió en un radicalismo que dejó de ser la más grande estructura partidaria del país para convertirse en una federación de partidos provinciales, que ni siquiera puede ser coherente con las posiciones de sus senadores nacionales. Varios responden solo a las necesidades políticas o financieras de sus gobernadores. Lousteau es una creación del radical Gerardo Morales, el exgobernador de Jujuy que aspira a volver a la gobernación y al liderazgo partidario. Tiene derecho a complacer su ambición, pero ¿necesitaba para eso destruir al más antiguo partido político del país y el que más antecedentes tiene en la defensa de la república? Desde ya que no.

En ese erial que dejaron las ausencias de los republicanos se hospedó Milei. Solo los necios podrían discutir los progresos económicos del gobierno mileísta, los resultados del programa que, según Juan Carlos de Pablo, se sintetiza en esta fórmula: “Superávit más Sturzenegger”. Esto es: una administración que no despilfarra y, al mismo tiempo, la decisión de desregular a un Estado soviético por la cantidad de reglas absurdas que asfixian a la economía, al país y a su sociedad. La inflación ha caído en el último mes, aunque todavía el nivel mensual es alto, no tan alto, desde ya, como la inflación que Milei heredó. LA NACION reconoció en su editorial del viernes, a pesar de los ataques permanentes del Presidente a periodistas del diario y del canal de televisión de la empresa, que la salida del cepo al dólar, instalado por Cristina Kirchner en 2011 y desestimado solo por el gobierno de Macri, podría augurar un destino favorable. La política exterior es más razonable, y la instauración de la boleta única de papel en las elecciones nacionales es una evolución hacia la transparencia electoral.

El problema de Milei es el odio que propaga desde la cumbre más alta del poder. Su discurso en el acto de cierre de la campaña de Manuel Adorni fue un espectáculo innecesario de desquicio, rencor y agravios. A todo esto, ¿qué le hizo Macri, el “Presi” (así lo llamaba), al que invitaba a comer milanesas cada quince día, para que lo maltrate de la forma que lo hace? Milei parece un hombre incapaz de afecto, salvo el que le prodiga a su hermana. Miremos, si no, lo que sucedió con su primer jefe de Gabinete, Nicolás Posse, o con su primera canciller, la señora Diana Mondino, entre varios exfuncionarios más. Se ufanó de haberlos echado en pocos minutos. La relación entre Milei y Macri está definitivamente rota. Macri no viene del zamarreo político; su formación es la de un empresario más que la de un político. Nunca seguirá el consejo de Borges, quien decía que “el olvido es la única forma de venganza y perdón”. Llama la atención, además, la enorme carga de rencor que el Presidente lleva ostensiblemente sobre sus espaldas.

Al periodismo le tiene fobia, a pesar de que existen periodistas fanáticamente adictos a él. No se olvida de nada, y tergiversa mucho. Se acordó de una tapa de LA NACION en la que informaba de pronósticos de consultoras sobre un eventual crecimiento de la inflación tras el final del cepo, pero no tuvo en cuenta, ni aun cuando la vio, una tapa de pocos días después que consignó un vaticinio distinto y más alentador. Su ya desgraciadamente famosa frase “no odiamos lo suficiente a los periodistas” podría ser un llamado a la violencia contra el periodismo. Ya hubo un caso: la gravísima agresión en la calle al periodista filokirchnerista Roberto Navarro. Navarro ha hecho desastres con la profesión, pero nadie merece que lo agredan por pensar distinto. ¿Fue solo el primero? Puede ser. Otra realidad ocurriría si los republicanos estuvieran en condiciones de defender los derechos y las garantías constitucionales de los argentinos, incluidos los periodistas. La historia es implacable con los indolentes.

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