Tras una pulseada extenuante con La Cámpora y el massismo, el gobernador obtuvo el permiso para tomar deuda y evitó una crisis. Reminiscencias del traumático cierre de listas para las legislativas. El menú cacofónico del peronismo, el riesgo de negar el conflicto y la necesidad de fundar un lenguaje capaz de llegar a quienes dejaron de escuchar.
Por: Sebastián Lacunza.
La aprobación del endeudamiento de la provincia de Buenos Aires despertó un déjà vu de corto plazo. La negociación pareció interminable y endogámica hasta la extenuación, pero alcanzó a ser resuelta en trasnoche, con brusquedad, al borde del precipicio.
Se repitió la secuencia del cierre de listas para las legislativas de medio término que tuvo lugar en el invierno pasado, con los mismos bandos enfrentados: Axel Kicillof y la mayoría de los intendentes peronistas bonaerenses de un lado, los Kirchner y La Cámpora del otro, y Sergio Massa y su sistema de flotación ubicua, siempre dispuestos a ir por más.
En la lectura de la configuración del peronismo/kirchnerismo, la aprobación de emisión de deuda bonaerense por unos US$3.650 millones resulta similar a aquel armado de listas. Kicillof se atribuye un logro —la designación de las principales candidaturas para septiembre y el permiso de deuda ahora, sin resignar el control de su Gobierno—, el eje Cámpora-Instituto Patria demuestra su capacidad de condicionar cualquier decisión, sea estratégica o banal, y concede un crédito —porque no obtiene todo lo que exige— que pronto cobrará, y Massa ratifica su habilidad negociadora, con la que siempre recibe más de lo que pesa su representatividad real en términos de votos.
Así avanza, hace años, la nave del peronismo opositor.
Cada batalla deja traumas y rompe puentes, pero prevalece el valor de la “unidad”, dicen sus protagonistas. Se discute “a muerte” la letra chica del reparto de fondos, una silla en un organismo descentralizado, el cuarto concejal de Lobos, la desactivación de una auditoría en el puerto de Dock Sud, y en el medio surge la palabra “traidor”.
Un intendente del conurbano que hoy se anota tácticamente en el kicillofista Movimiento Derecho al Futuro enmarca la dimensión del problema que demandó una discusión con semejante desgaste dentro de las bancadas de Unión por la Patria, con las derechas bonaerenses atentas a meterse en los pliegues de ese enfrentamiento para sacar su tajada: la diferencia que habría representado el techo y el piso de lo que se estuvo discutiendo sobre “el fondo para los intendentes” equivalía a unos US$250.000 para su municipio. Es decir, algo módico en términos del presupuesto de una intendencia mediana del Gran Buenos Aires, que podría ser subsanable por diferentes vías.
La aprobación de la Legislatura el jueves fue el corolario, no de semanas de discusión, sino de año y medio en el que el bloque oficialista bonaerense sucumbió al intento de acordar un presupuesto y un programa financiero para 2025. Como consecuencia de ello, en el año que termina, la gobernación provincial hizo frente a la deuda externa estructurada durante la gestión de María Eugenia Vidal con remanentes de financiamiento de años anteriores y con dólares de programas con organismos multilaterales como el BID y la CAF, en teoría, destinados a obras de infraestructura.
Axel Kicillof, junto a dos "kicillofistas" de línea dura, el ministro de Desarrollo de la Comunidad, Andrés "Cuervo" Larroque, y el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, en un acto en Avellaneda el 2 de diciembre de 2025 Nicolás Aboaf - Gobernación Bonaerense
Vendrá ahora otro ciclo de silencio y ensimismamiento, hasta que un acto reúna a las cabezas de las facciones peronistas, no sin antes pergeñar un desplante, lo más visible que se pueda, en el centro del escenario. Y si no alcanzare, estará Mayra Mendoza para ponerlo en palabras.
Hay un problema. Lo que axelistas, cristinistas, massistas y peronistas sueltos conciben como victorias, algunas de tan poca monta que ni vale la pena mencionar, desde afuera es percibido mayormente con perplejidad o indiferencia. Ese “afuera” no remite sólo a la derecha retardataria gobernante o al antiperonismo republicanista, sino también a un campo opositor existente o potencial, que sobrevive entre agobiado e indignado por los desmanes de los hermanos Milei. Ese segmento opositor seguramente está al tanto de que el permiso otorgado será utilizado durante 2026 para pagar los compromisos asumidos por Vidal y subsanará en parte el recorte arbitrario de fondos implementado por la Casa Rosada, pero acaso no tiene tiempo, ni interés, ni necesidad de enterarse de las peleas, operaciones de prensa y tuits con fotito autosatisfactorios de las facciones peronistas en pugna en la Legislatura, conocida despectivamente como la “Chocolatería”, por el poco edificante antecedente Rigau.
Lo que axelistas, cristinistas, massistas y peronistas sueltos conciben como victorias, algunas de tan poca monta que ni vale la pena mencionar, desde afuera es percibido mayormente con perplejidad o indiferencia
Ruido
Ya desde los primeros meses de la Presidencia de Alberto Fernández, la dinámica de la interna peronista logra el objetivo de desviar el foco de las responsabilidades que caben a sus opositores, aunque sean palmarias. Es tan disonante el ruido, tan inverosímiles las declaraciones que niegan el conflicto, tanta la farsa, que se opaca lo evidente.
El máximo ejemplo lo aporta la deuda externa asumida por el experimento de Mauricio Macri en la Presidencia. Resultó que Máximo Kirchner y sus espadas más aguerridas volcaron toda su enjundia en denunciar el “entreguismo” de Alberto, hasta el punto de que borronearon el origen o equipararon responsabilidades sobre esa montaña inconmensurable de dólares que el país demorará décadas en pagar, si alguna vez lo hace. Para sorpresa de nadie, como si a Macri no le faltaran aliados mediáticos, financieros y judiciales para difundir su versión, un equívoco habitual del debate político es que la deuda con el FMI, la mayor concedida por el organismo en su historia, es responsabilidad de… Martín Guzmán. “La deuda de Guzmán”, aprovechan para tuitear los economistas mileístas, y algún maximista le dará like. Ése es el campo que Luis Caputo ve fértil para proclamar que Argentina no tiene crédito desde 2018, no por la deuda que él mismo tomó batiendo récords en 2016 y 2017 y no pudo pagar, sino por el “riesgo kuka”.
Algo parecido está ocurriendo con la gestión de Kicillof. Mendoza, la intendenta más importante con terminal en San José 1111 —aunque cada vez más autónoma en la administración de esa lealtad— pone en la mira al gobernador por los fondos que escasean o las obras inconclusas en Quilmes, su municipio. Kicillof y sus funcionarios claman que los Milei recortaron cerca de US$9.000 millones desde diciembre de 2023, casi tres veces la deuda que aprobó la Legislatura. Esa cifra, más allá de si es correcta o está inflada, se vuelve cada vez más inaudible en el marco de la interna peronista.
Kicillof dice que él no es Alberto; que se plantó cuando resistió la presión para que se presentara la candidatura presidencial en 2023, o combatió la postulación a vicegobernador de Martín Insaurralde, impulsada por Máximo ese mismo año. Afirma que preservó áreas claves de su gabinete frente al naturalizado loteo con el eje Cámpora-Patria y el massismo, y que también demostró desobediencia al desdoblar la elección provincial pasada.
La mayor diferencia entre el gobernador y el expresidente Fernández es que el primero demostró un volumen de votos propios, tanto en sus dos elecciones para el sillón de La Plata como en la cita de medio término en septiembre, cuando la rotunda victoria de Fuerza Patria en la provincia de Buenos Aires alimentó la efímera sensación de que el Gobierno del soez de Casa Rosada estaba contra las cuerdas. Si alguna vez Alberto tuvo un caudal propio entre su elección presidencial en 2019 y el primer año de mandato, se ocupó de licuarlo con sus indecisiones, su negación de un conflicto que estructuraba la política y sus errores de gestión.
Sin embargo, Fernández y Kicillof vuelven a encontrar similitudes a la hora de explicarse a sí mismos. El expresidente argumenta que también se plantó y dijo no a ciertos nombramientos y medidas, y que ello le valió la enemistad de los Kirchner. “Me atacaban porque no les obedecía, no porque les obedeciera”, dice Fernández. Discutible, aunque lo que está claro es que el exmandatario no supo conducir ese conflicto ni tuvo voluntad de dar vuelta la página.
Hay más puntos en común. Así como Fernández llegó a decir que firmaría los argumentos volcados por Cristina en algunas de sus cartas, pese a que lo defenestraba entre líneas, Kicillof también desconoce el conflicto. La rivalidad se va en gestualidades y versiones reservadas incendiarias en ambos campos, pero en público, el diputado Facundo Tignanelli —voz de Máximo en la Cámara baja bonaerense— afirma haberse desvivido por aprobar cada proyecto que envió Kicillof, y el propio gobernador, cuando logra el objetivo, agradece los apoyos y hace como si nada hubiera ocurrido.
Sin claridad
El nudo que Kicillof no termina de desatar no pasa por mayor o menor osadía a la hora de las declaraciones sobre el eje Patria-Cámpora, sino por una ausencia de claridad tanto en el camino para construir un nuevo liderazgo como en trazar definiciones sobre problemas cruciales del país.
La dinámica de conducción del peronismo podrá encontrar un nuevo nombre electoral, como fueron el Frente para la Victoria, Unidad Ciudadana, Frente de Todos, Unión por la Patria y Fuerza Patria. Los gobernadores y dirigentes de las 24 repúblicas independientes en las que parece dividida la oposición —una por provincia— se sumarán si las cuentas les dan, o jugarán la carta propia, y alguno se plegará a las artes seductoras de Karina. Ello no resolverá un problema en el liderazgo de la centroizquierda peronista que no hace más que acumular fracasos y escisiones.
Es evidente que Kicillof no se inserta en el mecanismo vigente de órdenes impartidas entre la presidenta del Partido Justicialista nacional y el presidente del Partido Justicialista bonaerense, el vértice de conducción en San José 1111 y los “compañeros y compañeras” de La Cámpora, Cristina y Máximo. Ocurre que fuera del segmento más politizado, que no sigue los pormenores de la interna, nadie entiende bien cuál es la diferencia real en juego.
Cristina —recluida como está, por una sentencia que dictaron y ratificaron jueces indecorosos hasta para aceptar invitaciones de Macri o Clarín— esboza 'nuevas melodías', sin hacerse cargo de ninguna de las rémoras que no supo resolver
Si la discordia es programática, no fue explicitada.
Cristina —recluida como está, por una sentencia que dictaron y ratificaron jueces indecorosos hasta para dejarse invitar por Macri o Clarín— esboza “nuevas melodías”, sin hacerse cargo de ninguna de las rémoras que no supo resolver en su segundo mandato, ni al mando de todas las herramientas con las que contó durante el Ejecutivo del Frente de Todos, que fueron, básicamente, los principales presupuestos (Energía, jubilaciones, PAMI, relación con las provincias). Como si las nuevas formas del trabajo, el empleo en negro, el dólar como moneda de ahorro, la deuda externa, las arcas vacías del Banco Central, la escasez de dólares cuando crece la economía, la ineficiencia estatal, el sostenimiento del sistema jubilatorio y la vida dominada por nuevas tecnologías fueran problemas que nacieron ayer, y no estaban presentes allá por 2011, cuando Cristina creyó que había que pisar el acelerador y siguió dedicando dos puntos del PBI a subsidiar irresponsablemente el consumo de gas y electricidad de los hogares que podían pagarlos, amén de las vías de corrupción, que siempre filtran.
Axel Kicillof, junto a Máximo Kirchner y Juan Grabois, en el acto de la derrota electoral del 26 de octubre, en La Plata NA
Y Kicillof, que prometió “nuevas melodías”, no las canta. Su propuesta “frenar a Milei” resultó exitosa en la elección provincial de septiembre, cuando plebiscitó su gestión y la de los intendentes, pero fracasó en octubre, cuando una parte del electorado, quizás el sector que se siente más lejano a la política y no había participado de la primera cita, se encontró con el hueco discursivo y el miedo a la inestabilidad, bien explotado por Milei y su sistema mediático.
Si le preguntan a Kicillof sobre el déficit fiscal, dedica varios minutos a informar que todos los países lo tienen, y al final concede que siempre es bueno tener las cuentas en orden, como en efecto ocurre, dentro de un marco razonable, en la provincia de Buenos Aires. Consultado sobre las violaciones a los derechos humanos en el régimen de Nicolás Maduro, más explicaciones por las ramas: que es asunto de los venezolanos (cierto), que hay otras dictaduras en el mundo de las que nadie habla (cierto) y que la amenaza imperialista de Donald Trump supone un mundo aberrante (cierto). ¿Nada para decir sobre el fraude electoral, los opositores encarcelados, la represión en las calles, los informes sobre torturas sistemáticas y los seis millones de emigrados entre exiliados y desesperados, de parte de un dirigente progresista, que levanta las banderas de Memoria, Verdad y Justicia en su propio país, y acompañó la marcha de las Madres en Plaza de Mayo el jueves pasado?
No sólo es cuestión de los Kirchner o Kicillof. El peronismo de hoy ofrece un menú cacofónico en el que cada dirigente, cada economista y cada streamer levanta una bandera distinta, hasta antagónica, y todo es transmitido con rotunda convicción. Hay peronistas que proponen desconocer la deuda de US$20.000 millones que el FMI le regaló a Milei, que se sumó sobre los US$44.500 millones que le había donado a Macri, pero otros consideran que eso equivaldría a un suicidio económico. Los hay cautivos de la minería, pero también ambientalistas a ultranza, garantistas frente al delito, y manoduristas. Favorables y contrarios al impuesto a las Ganancias y las retenciones. Unos son pro-China y otros son pro-Trump. Suena una melodía antiizquierdista y antiprogresista, aunque otros interpretan que el peronismo es básicamente progresismo e izquierda popular. Están el catamarqueño Raúl Jalil, quien da la vida por una foto con un subsecretario de algo, y el porteño Juan Grabois, quien prevé cárcel para los hermanos Milei.
Se podrá decir que el peronismo siempre albergó vertientes disonantes, y que los Kirchner, por caso, arbitraron entre conservadores populares y progresistas a los que incorporaron a sus Gobiernos, con un rumbo político firme.
De lo que no hay antecedentes exitosos es de un liderazgo emergente que evite confrontar con una conducción que, probadamente, ya no da más de sí, ni que deje de fundar un lenguaje político capaz de llegar con nitidez a quienes dejaron de escuchar.

















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