El discurso de Cambiemos: miedo a Cristina, inseguridad y corrupción

El discurso de Cambiemos: miedo a Cristina, inseguridad y corrupción

Si los pronósticos del FMI fueran acertados, este año la economía sufrirá una contracción del 1,6% del PBI. Sumada a la del año pasado, llegaría casi al 4%. La caída del poder adquisitivo, el ajuste fiscal y la alta tasa de interés explican una recesión que, según ese organismo, recién podría ceder (si el clima y el mundo colaboran) a partir del segundo trimestre: en el medio del proceso electoral. La recuperación estaría liderada por las exportaciones, una buena noticia para el país, que necesita mejorar el balance externo y acumular dólares genuinos. También, las economías regionales deberían beneficiarse luego de esos duros primeros treinta meses de Macri, debido al atraso cambiario. Sin embargo, en los grandes centros urbanos (con la parcial excepción de Rosario y, si en efecto crece Brasil, Córdoba), las buenas nuevas tendrán un impacto -con suerte- moderado. Algunos especialistas argumentan que, por el contrario, la inercia de la crisis, sobre todo en el conurbano bonaerense, no se revertirá tan fácilmente.

 

 

De este modo, la economía política del proceso electoral explica no solo el fenómeno del desdoblamiento, sino el énfasis que el equipo de campaña de Cambiemos está poniendo en ejes discursivos no económicos. Lo primero es evidente: los gobernadores no oficialistas prefieren asegurarse su reelección antes de que la economía muestre eventuales signos de recuperación. De paso, tratarán de evitar el riesgo de que se fragmente el voto peronista entre moderados y pro-Cristina: los casos de Córdoba y Salta en 2017 y el duro enfrentamiento entre Juan Manzur y José Alperovich en Tucumán ponen de manifiesto que esas divisiones pueden llevar a la derrota.

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Por su parte, María Eugenia Vidal es muy consciente de que la mayoría de los bonaerenses no estarán mejor. A eso se le suma el potencial efecto arrastre de la lista sábana, con un Macri desgastado y un peronismo que podría coordinarse para retomar el poder en el principal distrito. Así, para evitar la rebelión de Vidal, podría haber un acuerdo que consista en mantener la fecha, pero innovando con la boleta única papel en reemplazo del actual mecanismo, tan arcaico como costoso y proclive a todo tipo de manipulación.

Entre los temas que Cambiemos intenta establecer en el comienzo de esta campaña sobresale el miedo al retorno de una CFK radicalizada, dispuesta a modificar la Constitución para perpetuarse en el poder y controlar la Justicia que la acosa con numerosas causas de corrupción. No hace falta ser demasiado imaginativo para detectar esos planes: Cristina se explayó al respecto en la contra de la Cumbre del G-20 organizada por Clacso, en Ferro. Y algunos de sus voceros más calificados en la materia, como Diana Conti, se han encargado de ratificar esa renovada vocación hegemónica con la que el kirchnerismo pretende volver a gobernar. Nada demasiado nuevo: este "operativo retorno" recupera el principio del "vamos por todo". Sonríe Peña: enfrentar a un adversario tan volcado a posturas extremas es el sueño de cualquier jefe de campaña. Es obvio que la oposición debería machacar sobre las penurias económicas, que el gobierno pretende minimizar. Pero como en el kirchnerismo no hay un mínimo atisbo de autocrítica ni mucho menos alguna propuesta innovadora y sensata frente a la crisis, no hace falta que el oficialismo despliegue su probada eficacia en el manejo de las redes sociales para generar temor en gran parte de la ciudadanía.

Una dinámica electoral bien polarizada facilitaría entonces la reelección de Mauricio Macri. Esto explica el fastidio con que el oficialismo reacciona ante la hipótesis de un tercer candidato competitivo, que sea capaz de plantear un programa de gobierno creíble y un discurso superador de la grieta.

En ese sentido, son reveladoras las descalificaciones que sufrió Roberto Lavagna, en particular respecto de su edad. Macri festejó el triunfo de Pedro Pablo Kuczynski (80) en Perú, que era mayor que Lavagna (76) cuando llegó a la presidencia. Y es hijo de un empresario (88) que estuvo activo hasta hace poco tiempo. En Uruguay, Pepe Mujica (83) no será esta vez candidato, pero su esposa y actual vice, Lucía Topolansky (74), podría dar la sorpresa. Eso intentará Julio M. Sanguinetti (83), que volvió al ruedo. Y más allá de Berlusconi (82) o de Fernando Henrique Cardoso (87) a quien muchos intentaron convencer de que intentase frenar a Bolsonaro, frente a un Lula (73) preso y a un impopular Temer (78), recordemos que EE.UU. está presidido por Donald Trump (72); su némesis es Nancy Pelosi (a punto de cumplir 79); el principal precandidato demócrata es el exvicepresidente Joe Biden (76), y la gran sorpresa de la última primaria demócrata fue Bernie Sanders (77), sobre todo por el apoyo que logró entre los jóvenes. Algo que en nuestro medio en su momento lograron (con distinta intensidad y amplitud) Hipólito Yrigoyen, Juan D. Perón, Abelardo Ramos, Oscar Alende, Álvaro Alsogaray y Pino Solanas. Por no recordar a don Américo Ghioldi, a Alfredo Palacios y, obviamente, a Raúl Alfonsín. En cualquier caso, ¿es una cuestión de edad o de salud? Un chequeo psicofísico obligatorio para todos los candidatos presidenciales despejaría cualquier interrogante. Podemos preguntarles a Henry Kissinger (95), Warren Buffett (88), Clint Eastwood (88) o Porfirio Muñoz Ledo (85).

En Cambiemos especulan, siempre tan optimistas, con la posibilidad de un contubernio en la gran familia peronista mediante el cual CFK resigne su candidatura presidencial para competir por la gobernación de Buenos Aires o replegarse en el Senado, donde sus colegas le darían el mismo tratamiento que a Carlos Menem. Los estrategas del Presidente sostienen que el efecto tóxico de la sospecha de un pacto de impunidad impregnaría toda la campaña, produciendo entonces la mentada galvanización que los beneficiaría ampliamente: una reedición del exitoso "pacto militar-sindical", determinante en las elecciones de 1983.

Junto con el miedo, los otros dos ejes discursivos del oficialismo son la lucha contra la corrupción y la inseguridad. Esto explica la polémica sanción del DNU sobre la extensión de dominio, que ratifica la poca importancia que el Presidente otorga a los aspectos institucionales: el fin justifica los medios, sobre todo cuando se trata de ganar elecciones. En materia de inseguridad, las diferencias respecto del anterior gobierno son muy significativas, particularmente en la lucha contra el narcotráfico.

¿Alcanzará con estos tres elementos (miedo, corrupción e inseguridad) para compensar las penurias económicas que experimentan la enorme mayoría de los argentinos, incluyendo a los que votaron por Cambiemos? El Gobierno sostiene que la relativa estabilidad cambiaria y una inflación alta pero decreciente alcanzan para ganar. Y que la sociedad valora otros temas además de la economía (la remanida, intangible y resbalosa cantinela del "cambio cultural").

Conviene recordar que la famosa frase "es la economía, estúpido" fue acuñada en 1992 por James Carville, asesor de campaña de Clinton. Su país estaba saliendo de la recesión post Guerra del Golfo cuando el exgobernador de Arkansas venció a George H. W. Bush, protagonista central del fin de la Guerra Fría, héroe de la Segunda Guerra y vicepresidente de Ronald Reagan. Perdió su reelección porque la mentada recuperación no era percibida por la sociedad. Y porque un tercer candidato, el empresario Ross Perot, dividió el voto republicano, facilitando el triunfo demócrata. Lecciones de la historia que deberían tomarse en cuenta.

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