Por qué Alberto prohíbe construir el albertismo

Por qué Alberto prohíbe construir el albertismo

El Presidente restringe la actividad de sus aliados políticos. No quiere que Cristina Kirchner se enoje.

 

Por Fernando Gonzalez 

El peronismo, como todos, se adapta a este desafío inesperado de la modernidad. Y si alguna vez reventó la Plaza de Mayo o la 9 de Julio para acompañar al General ahora se apunta a un link y a un password de una plataforma digital para hacer política a través de la pantalla. No habrá bombos ni choripanes. Esta semana se reunirán en Teams unos treinta dirigentes desde sus computadoras para tratar de insuflarle un poco de sustancia a las últimas y desinfladas semanas de Alberto Fernández​.

Hay una sola consigna que todos los del grupo virtual repiten sin equivocarse. “Alberto nos tiene prohibido hablar siquiera de construir el albertismo”, explica uno de ellos, encogiéndose de hombros y pronunciando el padre de todos los argumentos. “No estamos en condiciones de bancarnos una disputa política con Cristina​”. Así son las cosas en este experimento del peronismo llamado Frente de Todos. El miedo a que la Vicepresidenta se enoje condiciona cada decisión.

 

En el cabildo abierto 2.0 del peronismo no habrá ministros, ni gobernadores ni intendentes. Cuando Alberto Fernández ganó las PASO, soñaba con un albertismo que sostuvieran los compañeros gobernantes. Desde la Casa Rosada, desde las provincias y desde el conurbano bonaerense. Pero el avance del kirchnerismo agigantó la prudencia de la mayoría de ellos. La única excepción será la de Juan Horacio Zabaleta, el intendente reelecto de Hurlingham que alguna vez habitó el universo de Amado Boudou y ahora se siente bastante más abrigado cerca del Presidente que en las proximidades de Cristina y de Máximo Kirchner.

El resto son funcionarios de segunda línea pero con influencia dentro de la coalición gobernante. Habrá tres secretarios de Estado: el de articulación federal en el ministerio de Seguridad, Gabriel Fuks; el de Asuntos Parlamentarios, Fernando “Chino” Navarro y el de Asuntos para las Malvinas, Daniel Filmus. La ministra tucumana Carolina Vargas Aignasse, en representación del gobernador Juan Manzur; la ex gobernadora de Tierra del Fuego, Roxana Bertone, y el secretario de la CGT, el gremialista de la Sanidad, Héctor Daer. Peronistas porteños, bonaerenses y del interior que están dispuestos a dar una batalla subterránea con el kirchnerismo por las políticas de gobierno que está resultando de enorme dificultad.

Sergio Berni, Hebe de Bonafini, Víctor Hugo Morales. Los adversarios del albertismo silencioso son personajes marginales en la galaxia de Cristina pero todos ellos cuentan con altísimo poder de fuego ante la opinión pública. El ánimo venía alicaído en las últimas semanas hasta que apareció el ministro de Defensa, Agustín Rossi​, respaldando al Presidente en medio del temporal. “Nuestro espacio tiene que encolumnarse detrás de Alberto Fernández”, señaló el funcionario, que no carga con las sospechas del kirchnerismo que sí sobrellevan otros.

Luego se sumaron las palabras de apoyo del ministro de Turismo, Matías Lammens, y las de la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra, quien reivindicó “el liderazgo” de Alberto Fernández. Esta inesperada aparición pública generó una tempestad en el Instituto Patria, donde todos tienen perfectamente presente el enfrentamiento que tuvieron Cristina y Vilma, que se volvió escabroso cuando la funcionaria le dedicó algunas críticas filosas a la Vicepresidenta en un libro de su autoría.

Las dos mujeres tienen interés especial en la reforma judicial que el Gobierno está enviando al Congreso. Mientras el Presidente cree que puede ser un legado de su gestión, Cristina está concentrada en que el desparramo de jueces y fiscales más una ampliación de la Corte, que el kirchnerismo evalúa como inexorable, alivien su presente y su futuro judicial. “Si Vilma se interpone en el camino de Cristina, el final es impredecible”, razona un ministro de Alberto que reza para que ese conflicto personal no estalle en medio de la pandemia.

Las dos cuestiones centrales del discreto zoom albertista serán la deuda y las políticas sociales. Se sabe que el objetivo del Presidente es que se cierre el acuerdo con los bonistas contándole a los argentinos que es el resultado de una brillante negociación que dejó a los acreedores de rodillas. Es difícil ofrecerle a una sociedad agobiada la fantasía del enésimo relato cuando los números están a la vista. De todos modos, empujarán la idea de cargar las culpas sobre la gestión de Mauricio Macri​ y asumir que la enfermedad del default en estas circunstancias es peor que cualquier otro remedio.

La articulación de las políticas sociales después del coronavirus es el otro flanco que desvela a los albertistas. Con la Argentina en recesión, con alto desempleo y la mitad del país bajo la línea de pobreza, el acierto o el error en la distribución de los recursos estatales determinará con cuánta crueldad se juzgará la gestión del Presidente.

No es fácil la situación de Alberto Fernández, con apenas ocho meses de mandato. Les ha pedido a los suyos que se olviden de cualquier construcción que suene a albertismo. Pero allí están algunas decenas de funcionarios y dirigentes creyendo todavía que hay un horizonte diferente al que Cristina viene diseñando desde hace una década. La Argentina ya había tenido experiencias de candidatos a presidente por decisión de otra persona. Pero todavía no tuvo la de un Jefe de Estado que se haya sostenido firme en el poder sin acudir en algún momento al auxilio de su propia voluntad.

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