Por: Nelson Castro. El acto del Presidente expuso su desconexión con la realidad social y encendió alertas en su entorno.
Es inevitable comenzar esta columna con una referencia a lo sucedido el lunes pasado en el Movistar Arena durante el acto de presentación de “La construcción del milagro”, el último libro de Javier Milei. El azoro producido por lo que se vio y se escuchó todavía repercute aquí y en muchas partes del mundo en las que el Presidente sigue siendo centro de atención.
Ese azoro incluye a muchos funcionarios del oficialismo que no han dejado de señalar desde esa noche del lunes su creciente preocupación por el presente y el futuro del gobierno. El tan vapuleado síndrome de Hubris tiene efectos demoledores sobre los hombres y las mujeres del poder y de poder. Milei lo padece y sus consecuencias las sufre su mismo gobierno y, por ende, la sociedad. Recordemos: las principales manifestaciones del Hubris son el enaltecimiento del propio ego, una elevadísima autoestima, la imprudencia, la falta de consideración por las ideas de los otros, la obsesión por la autoimagen y la impulsividad de las acciones. Aplíquense estos ítems a las conductas de Milei y se verá sin ninguna dificultad cómo le calzan a la perfección. Una de las consecuencias más evidentes de este cuadro es que lleva a la persona a tomar decisiones equivocadas y desconectadas del contexto. La dura situación socioeconómica por la que están atravesando millones de ciudadanos y ciudadanas debería haberlo hecho reflexionar al jefe de Estado de cuán lejos de ellos se mostró durante su extravagante show. En el largo transcurrir de esa patética exhibición —abundante en movimientos espasmódicos, gritos, y desafinaciones— lo único que le interesó al Presidente fue divertirse. Lo acompañaron —además de sus funcionarios— miles de personas enfervorizadas que llenaron el estadio, parte de las cuales fueron traídas en micros al mejor estilo de lo que sucede cuando se pone en marcha el aparato del peronismo. Fue imposible no recordar lo sucedido el 10 de diciembre de 2013, cuando Cristina Fernández de Kirchner bailó y tocó el bombo en la celebración por los 30 años de retorno de la democracia mientras había protestas policiales a lo largo y a lo ancho del país y la policía de Tucumán reprimía violentamente a manifestantes que reclamaban frente a la Casa de Gobierno de la provincia porque sus viviendas habían sido saqueadas. Ajena a todo eso, la entonces presidenta comenzó a bailar con la Banda de Granaderos junto al conjunto Choque Urbano que habían cantado el Himno Nacional Argentino. Aquello fue patético. Esto de Milei, también.
El Hubris le ha impedido al presidente darse cuenta de sus errores. Diego Spagnuolo, el empoderamiento de Karina Milei, el triángulo de hierro, su desprecio a Mauricio Macri, su apoyo a José Luis Espert, el maltrato a los gobernadores aliados, etc, etc, etc…
La elección del próximo 26 de octubre, que en agosto parecía ganada con comodidad, hoy se ve muy complicada. Para decirlo sin eufemismos: el gobierno cuenta con encuestas que lo muestran perdiendo. Esa información está en el despacho de Scott Bessent, el instrumentador del dramático salvataje que ordenó Donald Trump. Sin ese salvataje, el dólar no tenía techo. Y, como bien dijo el economista Ricardo Arriazu —profesional respetado— el gobierno necesita llegar a las elecciones con el dólar bajo control. Claro que con el salvataje no alcanza. Eso también lo sabe Bessent. Por eso es que hay exigencias que Milei y el equipo de Luis Caputo deberán comenzar a poner en práctica el día después de los comicios. Para eso está trabajando también en forma silenciosa Barry Bennett, un contacto clave de Santiago Caputo con acceso a la Casa Blanca, que desembarcó brevemente en el país a mediados de la semana. Su objetivo fue hablar con algunos gobernadores para pedirles garantizar la gobernabilidad a partir del 27. A cambio les aseguró la llegada a esas provincias de algunas de las inversiones prometidas a Milei.
Asegurar la gobernabilidad significa, además, evitar cualquier posibilidad de juicio político a Milei. Para eso necesita contar con, al menos, un tercio del total de legisladores que le respondan en alguna de las dos Cámaras, cosa que hoy no tiene, como se ha visto en las catastróficas derrotas que viene teniendo semana a semana en el Congreso. Es en este punto en donde la figura de Mauricio Macri cobra relieve. Milei, que se cansó de maltratarlo, lo necesita —sí o sí— a su lado. En la segunda reunión que hubo entre ellos, el expresidente pisó aún más fuertemente con sus críticas hacia los errores y la falta de gestión del gobierno y se explayó acerca de sus recomendaciones de cambios a partir del lunes 27.
Ante este panorama, el tren fantasma —es decir, el kirchnerismo— se envalentona. Es notable observar cómo el peronismo empeora día a día. Para advertirlo basta como botón de muestra las declaraciones de Jorge Taiana, el primer candidato a diputado nacional del kirchnerismo por la provincia de Buenos Aires. Dijo, al referirse a Venezuela, que hay ahí una “democracia con fallas” (sic). Es infamante escuchar a quien fue canciller expresarse con tanta ignorancia y desprecio por las penurias que viven allí los opositores perseguidos y obligados a exiliarse o a vivir en la clandestinidad, como es el caso de la flamante ganadora del Premio Nobel de la Paz, María Corina Machado. Y es degradante no escucharlo decir ni una palabra sobre la situación de Nahuel Gallo, el gendarme argentino que está detenido ilegalmente en alguna de las terribles cárceles del régimen chavista. Es el doble discurso permanente del peronismo, cuyo único objetivo es acceder al poder para adueñarse del Estado y asegurar el modus vivendi de sus dirigentes.
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