El PJ, escenario del último mensaje. Idas y vueltas con el partido. Instrucciones para la militancia y simbología para la resistencia. La reorganización.
Por Gabriela Pepe
Recibió la noticia de su condena en la sede nacional del Partido Justicialista (PJ), dejó instrucciones políticas y se despidió de la militancia en la calle, con un nostálgico “hasta siempre”. Sobre el fallo de la Corte Suprema que la expulsó de la vida electoral, Cristina Fernández de Kirchner buscó pavimentar el camino para el regreso del peronismo, con ella proscripta y convertida en mito partidario.
“Pueden meterme presa, pero tarde o temprano, el pueblo es como un río, se puede desviar el cauce, pero finalmente el agua se filtra y pasa. A militar, a organizarse”, dijo Cristina, con una media sonrisa, plantada con un micrófono en la vereda de Matheu 130, frente a la sede partidaria.
La militancia ofrecía su lealtad eterna. Adentro del edificio, deambulaban decenas de dirigentes, diputados, senadores e intendentes, convocados para definir una estrategia común en medio de la desazón. Muchos lloraron. Sergio Massa volvió a pisar la sede partidaria después de más de una década de exilio. Los gobernadores se alinearon, y hasta los enemigos íntimos se pusieron “a disposición”. Guillermo Moreno también volvió. El riojano Ricardo Quintela dio un discurso “en pie de guerra”. Los gremios cortaron autopistas y rutas.
Cristina había llegado a la casa peronista cerca de las 11 de la mañana, para encabezar una reunión con los integrantes del bloque de senadores de Unión por la Patria (UP) en la que analizarían “proyectos con media sanción en Diputados, el endeudamiento y la inminente resolución por parte de la Corte”.
El día se agitó al ritmo de las novedades judiciales. El lunes, la dirigencia peronista había salido del mismo edificio con la idea de que los jueces de la Corte Suprema patearían una semana más las definiciones sobre la expresidenta. Había empezado a organizar la resistencia en una reunión que incluyó a todas las tribus. La expresidenta tenía en agenda un encuentro institucional con Massa y algunas actividades para los días siguientes.
El martes, antes del mediodía, el clima cambió por completo cuando se conoció que el presidente del Máximo Tribunal, Horacio Rosatti, había decidido convocar a sus colegas Carlos Rozenkrantz y Ricardo Lorenzetti para las 16, para decidir en la causa Vialidad. Los tiempos se aceleraron más de lo previsto.
A Cristina no le sorprendió. “Siempre lo supe. Tal cual dije en 2022, la sentencia ya estaba escrita y no me equivocaba”, diría más tarde en la calle, antes de salir rumbo a su casa ubicada en el barrio de Constitución, donde también la esperaba la militancia.
Un día en el PJ
La expresidenta pasó todo el día en el edificio de Matheu 130, entre imágenes de Perón, el busto de Evita y la custodia de la Virgen de Luján, alternando charlas entre el salón del primer piso, donde habló frente a los legisladores, y las oficinas de la presidencia, ubicadas en el tercer piso, donde tuvo reuniones privadas.
Allí, Cristina recibió a Axel Kicillof, que entró al edificio cerca de las 16, cuando ya se sabía que el anuncio de la confirmación de la condena era inminente. El gobernador llegó acompañado por el ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, Carlos Bianco. Pero estuvo a solas con la expresidenta. El encuentro duró apenas veinte minutos.
En todas las charlas, Cristina dejó “instrucciones precisas”, habló de políticas públicas y de la reorganización peronista con una tranquilidad que muchos escucharon con incredulidad. Después, se mostró “entera” frente a la militancia y habló de los tiempos que le esperan a la Argentina después del gobierno de Javier Milei. “Espero que sea el peronismo, ese espacio político que abrevé desde muy chica. Espero que ese cauce sea conducido también por esta fuerza política”, rogó, custodiada por su hijo, Máximo Kirchner, y su cuñada, Alicia Kirchner.
Cristina, de Unidad Ciudadana a la presidencia del PJ
El peronismo intentaba reorganizarse desde la oposición al gobierno de Mauricio Macri cuando, el 14 de mayo de 2019, Cristina volvió a pisar la sede del PJ. Habían pasado 16 años desde la última vez. Rodeada de dirigentes históricos, aquella tarde Cristina puso con su regreso la piedra fundacional del triunfo electoral. Cuatro días después, anunció la candidatura presidencial de Alberto Fernández y un jaque mate al macrismo.
Lo que siguió fue una mala historia para el peronismo, que dilapidó su caudal electoral en un mandato, perdió elecciones provinciales y la presidencial de 2023, frente a Milei, un dirigente disruptivo que hizo implosionar a todo el sistema político. En el medio del proceso, Cristina sufrió un intento de homicidio y una condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. “No vienen por mí, vienen por el peronismo”, avisó.
Tal vez haya podido prever el vendaval que se avecinaba cuando, a mediados de 2024, empezó a sembrar la idea de que tenía intenciones de convertirse en la presidenta del PJ. Los dirigentes menos kirchneristas recordaron que nunca le había interesado la vida partidaria. Hasta había prescindido del PJ como herramienta electoral cuando fundó su propio partido, Unidad Ciudadana.
Sin consulta previa, custodiada por los propios, a principios de octubre, Cristina se lanzó a la carrera para ser titular del partido. Habló de ordenar y reorganizar para volver a ser alternativa de gobierno. No consiguió apoyo masivo. Los gobernadores le dieron la espalda y la tensión entre el cristinismo y Kicillof se espiralizó. El 17 de noviembre, día de la militancia peronista, Cristina se convirtió formalmente en titular del PJ.
Siete meses más tarde, otro movimiento suyo sacudió el tablero peronista. Ya sonaban rumores sobre una posible condena cuando Cristina intentó adelantarse a la jugada y anunció su candidatura a diputada provincial por la Tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires. La jugada también provocó chispazos con Kicillof, pero generó nuevos contactos y una tregua inesperada.
La reorganización del peronismo
“Estábamos en eso de reorganizarnos cuando se desataron los demonios”, dijo Cristina el sábado, desde Corrientes. Se refería a los rumores que daban cuenta de que la decisión de la Corte se aceleraba. En tiempo récord, tres jueces habían decidido condenar a quien fuera dos veces presidenta y una vez vicepresidenta, siempre victoriosa en primera vuelta, y ahora había anunciado una nueva candidatura electoral.
El Gobierno y el macrismo festejaban mientras Cristina volvía al nido de Matheu para alimentar la mística peronista y activar un escudo protector. El 17 de octubre, los 18 años de proscripción, el exilio de Perón, los fusilados de los basurales de José León Suárez aparecieron en discursos encendidos como si, al evocarlos, fuera posible volver a unir las piezas del partido roto, recuperar la identidad perdida. La expresidenta reactivaba recuerdos de su gobierno, hablaba de universidades y satélites al espacio, y construía el mito: perseguida, proscripta, presa. "Es un gran error. La van a convertir en martir. Había que ganarle en las urnas", se lamentó un peronista que no se alinea con la expresidenta.
“Que vean una dirigencia política y social comprometida con los problemas de la gente, no con los problemas que tienen entre ellos”, pidió Cristina este martes, cuando jugó su última carta en la puerta del mítico edificio, donde ya se habían activado contactos internacionales para denunciar que el gobierno de Milei tenía detenida a la presidenta del principal partido de la oposición. A los jueces de la Corte les dedicó una descripción triste, “tres monigotes” del poder.
Una cadena de mensajes de solidaridad se activó en diferentes partes del mundo. Dentro del peronismo hubo una mezcla de conmoción y angustia con alivio de algunos que, durante años, intentaron correr a la expresidenta de la conducción. Dijeron que "se terminó el as de espadas" de La Cámpora. Ahora será barajar y dar de nuevo, con otras reglas. Afuera de la carrera electoral, a la noche, en Constitución, Cristina salía al balcón para saludar a una multitud que la vivaba desde la calle. Así coronó un camino de meses cargados de simbología y quiso avisar que el mito recién empieza.
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