Massa o el dilema de un actor clave

Por Joaquín Morales Solá 

 equipo de la exitosa campaña electoral de 2013 ya no está. Unos se fueron enojados con Sergio Massa, otros simplemente se alejaron y algunos decidieron dedicarse a otras cosas. Massa es a veces inescrutable para la especie política. Al final, quedó rodeado sólo del publicista Ramiro Agulla y del asesor comunicacional español Antonio Sola, un viejo consultor del conservador Partido Popular de su país. A pesar de todos sus contratiempos, Massa retiene una cantidad de votos suficientes como para volcar la próxima elección presidencial hacia el oficialismo o la oposición. La tendencia de las encuestas lo alejan del triunfo en octubre, pero no lo eliminan como actor decisivo de esos comicios.

Hay una pregunta que carece de una sola respuesta. ¿Los votantes que dejarían a Massa, por el desgaste de éste o por su abandono de la carrera presidencial, se inclinarían más por Daniel Scioli o por Mauricio Macri? Encuestadores afines a Massa aseguran que la salida de éste de la batalla electoral significaría el triunfo en primera vuelta de Scioli. Los de Macri no dicen lo mismo; más bien atribuyen aquella conclusión a la estrategia de esparcir el miedo. Una medición preliminar de encuestadores de Macri asegura que más del 60 por ciento de los votantes de Massa prefiere el cambio a la continuidad. "Esos votos vendrán a nosotros", concluyen.

Pero ¿qué pasó con Massa? En enero de 2014, en su momento de gloria (acababa de asumir como diputado nacional luego de batir al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires), tenía el 30 por ciento de intención de voto presidencial. Scioli contaba con sólo el 26 por ciento y Macri estaba relegado al 14 por ciento. Ahora, quince meses después, Scioli oscila entre el 31 y el 33 por ciento de los votos; Macri escaló a un nivel que va del 26 al 28 por ciento, y Massa se redujo a una franja que está entre el 20 y el 22 por ciento de los votos. Por eso, gran parte de los encuestadores señala que la Argentina se encamina hacia una polarización entre Scioli y Macri, entre lo más parecido y lo más distinto del cristinismo.

Massa tiene una deuda con la política. Scioli sabe lo que es; él decidió encarnar la continuidad de Cristina Kirchner, aun llevando a Cristina sobre sus espaldas. Macri no necesita decir que es distinto del kirchnerismo; lo es por historia, por ideas y por formación. Massa se abrazó, en cambio, al marketing puro. Una foto es más importante para él que la conquista de un importante dirigente político. Mensajes de texto por su zarandeado celular son casi el único medio que usa para comunicarse con la dirigencia política. "Este muchacho es un maleducado", suele decir Jorge Busti, ex gobernador de Entre Ríos, que sólo recibe sus mensajes de texto luego de haberse sacado la consiguiente foto con él.

Juan José Álvarez, un ex ministro de Duhalde, lo abandonó como jefe de campaña. Alberto Fernández, el ex confidente de Néstor Kirchner, se alejó de Massa, aunque lo frecuenta y conserva un buen diálogo con él. Fernández prefirió asesorar a Darío Giustozzi como candidato a gobernador porque detesta que Francisco de Narváez haya recalado al lado de Massa. Graciela Camaño, una especie de madre política de Massa, se dedicó a contener a los molestos dirigentes massistas del interior del país. El intendente de Escobar, Sandro Guzmán, volvió al cristinismo. Ése fue el núcleo duro del equipo de campaña de las elecciones legislativas que ganó en 2013. De aquel equipo victorioso, sólo queda a su lado el intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre, pero éste era massista ante de que existiera Massa.

"Sólo están Agulla y Sola. Es decir, falta la política", resume un amigo de Massa. En los meses que corrieron entre la victoria y la contrariedad, Massa se apartó de muchos aliados importantes, ya sea porque los maltrató (como Reutemann) o porque incumplió sus promesas. Por ejemplo, les aseguró a todos sus colaboradores que su alianza con Julio Cobos era indestructible, que éste sería candidato a gobernador de Mendoza en su nombre y que volcaría al radicalismo hacia una alianza con él. Cobos perdió en la convención radical de Gualeguaychú, no fue candidato a gobernador y acaba de anunciar que votará por Macri si en las primarias perdiera su candidato presidencial, Ernesto Sanz.

¿Inexperiencia o soberbia? Seguramente se trata de una mezcla de las dos cosas. Al revés de Scioli y de Macri, que cursaron una cruel carrera para gobernar distritos importantes del país, a Massa le resultaron relativamente fácil las cosas hasta aquí. Fue intendente de uno de los municipios más ricos del Gran Buenos Aires; fue jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, de donde se fue sin contagiarse de cristinismo, y, por último, eligió el momento justo para ser candidato opositor, en 2013, cuando la sociedad opositora necesitaba frenar al kirchnerismo. La carrera presidencial es otra cosa: requiere mucho más que un buen marketing y que una dosis enorme de voluntarismo, que él la tiene.

Su problema existencial consiste en qué hacer ahora para no correr el riesgo de desaparecer. Algunos amigos le aconsejaron que desafíe a Macri a una interna amplia de la oposición, pero Massa ya se inclinó por una primaria con José Manuel de la Sota. Tiene miedo, además, de parecer débil ante Macri. "No se trata de pedirle nada a Macri, le contestan, sino de desafiarlo." El mensaje que le hacen llegar consiste en dramatizar las probabilidades: el que rechace la unidad en un solo espacio opositor, dicen, quedará como el que permitió el triunfo del kirchnerismo a través de Scioli.

Macri no se molesta por eso. "El 65 por ciento de la sociedad quiere un cambio. El argentino que quiere la continuidad lo tiene a Scioli y el que quiere un cambio lo tiene a Macri", precisan cerca de Macri. Es cierto, por lo demás, que Macri carece de espacio como para plantearse esa posibilidad: Carrió detesta a Massa, Reutemann está ofendido con él y el radicalismo no quiere volver a discutir qué hará de su vida. Sea como sea, Massa tiró esos papeles el viernes, en Vélez, cuando eligió volver a las palabras duras, a la liturgia peronista y a la opción entre ellos o yo. El acto fue imponente, sobre todo para una campaña sin actos. ¿El relanzamiento le permitirá regresar a una competencia en igualdad con los otros dos? Esa fue su gran apuesta.

Massa es el único candidato a presidente que no tiene un solo candidato propio a gobernador. Sucede que Massa se respaldó en una liga de intendentes ("la revolución de los coroneles", la llamaron), pero la pelea presidencial es para los intendentes una prioridad remota. La única obsesión de los alcaldes es ganar sus municipios y los concejos deliberantes. Quieren el territorio, no la revolución ni la gloria. Son llevados por la gente, no son ellos los que llevan a la gente. Los intendentes han sobrefacturado siempre su participación en las decisiones electorales.

Massa debió cambiar drásticamente el eje de la campaña en los últimos días. Había elegido el eslogan "distinto" y apareció en los carteles con remera. Sus analistas le dijeron que se equivocó: no puede ser distinto quien estuvo en el gobierno kirchnerista desde 2003 hasta 2008 y la remera es ahuyentadora de los sectores sociales que lo consideran todavía inmaduro para ser presidente. Lo constató en sus propios focus groups. Eligió otro eslogan: "El cambio justo". Ni la continuidad perfecta de Scioli ni el cambio absoluto de Macri. Falta saber si con eso le bastará para resucitar o si tendrá que optar por ayudar a alguno de los otros dos candidatos a ser presidente

Comentá la nota