Justicia: el oficialismo se alista para la guerra

Justicia: el oficialismo se alista para la guerra

Por ROMINA MANGUEL

- ¿Sabías de la visita de Soria a la Corte? 

- Sí. Claro. Ahora, lo que hizo ahí...

-¿De quién fue la estrategia de romper?

-Eso me gustaría saber.

 

En una oficina del centro y almorzando la mejor comida fusión peruana directamente de las bandejas de plástico, uno de los hombres más cercanos al Presidente seguía con sorpresa los tuits incendiarios del ministro de Justicia después de la fría reunión con los cortesanos. Fría y corta.

 

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Martín Soria entró al Palacio de Justicia a las 10 de la mañana y salió 35 minutos después. Si se descontara el tiempo que toma caminar los pasillos, subir al cuarto piso, llegar al salón y sacarse la foto, la conversación apenas alcanzaría, en el cálculo, para un saludo protocolar más que para la cantidad de planteos que el ministro Soria dice haber formulado

 

 

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Las dudas sobre su visita se incrementaron tras el silencio indiferente con el que decidieron responderle sus anfitriones. Nada. Ni una palabra.

 

 

Otro de los hombres de conversación diaria con Alberto Fernández y clave en las reformas judiciales propuestas manifestaba una ¿simulada? sorpresa: "Nosotros queremos dialogar, no sé qué hizo este muchacho. Se corta solo. Es un autito chocador. Si el kirchnerismo está para acordar, no es esta la forma".

 

 

De repente Soria no era de nadie. No respondía a nadie. Un alma libre que manifestaba su profundo desagrado hacia esa élite de juristas, su manejo de la agenda, el interés por determinadas causas en detrimento de otras, y hasta se jactaba de no tener diálogo siquiera con el Presidente de la Nación. Raro. Muy raro. Al relato del Soria desatado en soledad contra la cabeza del Poder Judicial le faltaban algunos datos para que resultara verosímil.

Máxima tensión entre el Gobierno y la Corte: Soria se reunió con los jueces y les lanzó durísimas acusaciones

 

 

Con el correr de las horas, los muchachos escondedores de la política judicial del Gobierno dejaron ver sus cartas.

 

 

El día anterior a la visita del ministro a la Corte, llegaron a enviar la ley del Consejo de la Magistratura. Ninguna casualidad. Circulaban rumores de que la Corte podía emitir ese fallo, declarar la inconstitucionalidad y tomar el control del Consejo. Aparecía, ahora sí, el botín que desataba la guerra. El motivo de la irrupción menos diplomática que se recordara en el cuarto piso. La presentación del proyecto de ley buscaba marcarles la cancha a los cortesanos y, como mínimo, demorar la decisión.

 

 

Y 24 horas después, apareció el hombre fuerte del Ministerio de Justicia que, de acuerdo con la tradición, no es el ministro sino el vice: Juan Martín Mena. Más sofisticado y concreto, sentenció que esta Corte, así como está, no funciona. Que dejó de ser un faro para los problemas de la sociedad y se volcó a la política. Que el punto de inflexión fue el gobierno de Mauricio Macri, durante el cual se encarcelaba gente a partir de causas armadas, algo que, dijo, no había ocurrido antes. Recordó las más de 80 llamadas entre el actual presidente Carlos Rosenkrantz y el operador judicial Fabián "Pepín" Rodríguez Simón -que cumplía casualmente un año prófugo en Uruguay-. Y adelantó que se está trabajando seriamente en un proyecto de ampliación de la Corte, aún cuando fue el kirchnerismo el que la llevó de nueve a cinco miembros. Los tiempos habían cambiado. Pasaron cosas.

 

 

Mena no es Soria. Y lo que el martes se leyó como una bravuconada, el jueves se transformó en una declaración de guerra. A las formas de Soria, Mena le dio contenido.

 

 

El momento elegido para hacerlo se explica por la preocupación del Gobierno respecto del fallo de Magistratura (¿quién se la queda? ¿qué pasa con los jueces nombrados bajo esta ley?) y el convencimiento del triunfo en la derrota tras las últimas elecciones. En la plaza del 17 de noviembre, el Presidente sentenció: "Hoy es un día para dar inicio a la segunda etapa de nuestro gobierno". Y cuando dijo "nuestro gobierno", sus cuatro hombres de la mesa chica sonrieron. ¿Había nacido finalmente el albertismo? Para un hombre a quien algunos veían como un administrativo que debía transitar su mandato lejos de las decisiones clave y cuyo objetivo debía limitarse a no entorpecer la gestión con declaraciones desafortunadas, este nuevo escenario representa un cambio drástico. Alberto Fernández empieza a levantar la cabeza mientras lo corren los tiempos del acuerdo con el FMI que podría terminar con sus planes más rápido que una declaración pública de CFK. Mientras se esperan señales desde Washigton, el gobierno de AF parece enviagrado.

 

 

En la Corte, silencio. Saben que la política no logra perforar la nueva tríada de poder que conforman Carlos Rosenkrantz, Horacio Rosatti y Carlos Maqueda. Que el apoyo público de hombres fuertes como Diego Molea o el mismísimo Wado de Pedro a Ricardo Lorenzetti no alcanzó para evitar que fuera el otro santafesino quien se alzara con la presidencia. Saben que tienen con qué dar pelea. Sí, la lista de causas sensibles para el Gobierno es extensa: desde la coparticipación de CABA hasta las cautelares contra el decreto por el encuadre de servicio público de todo el espectro de las telecomunicaciones. 

Pero el secreto no es qué sino cuándo. Si existe diálogo, es de caballeros advertir, dar tiempo, no tomar al Gobierno de sorpresa. Que puedan arreglar sus cosas y no se enteren por la tapa de un diario. En palabras de un cortesano, "Resolución sobre el escritorio y no una piña en la cara".

 

 

Hoy sin interlocutores, algunos añoran la figura del "Chueco" Mazzón o de otro hombre del peronismo con el volumen (político y físico) suficiente para recorrer con maestría esos pasillos.

 

 

Así como están las cosas, hay una sola convicción que comparten el Gobierno y la Corte: alguien saldrá lastimado.

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