La estrategia de los mandriles: qué hay detrás de los insultos y la incitación a la violencia

La estrategia de los mandriles: qué hay detrás de los insultos y la incitación a la violencia

Entre insultos, amenazas y mandriles, Javier Milei sigue la receta de sus pares internacionales: convertir el odio en capital político, la grosería en estrategia y la verdad en un valor que ya no tiene la menor relevancia. El agravio y la violencia como método en el nuevo teatro del poder.

Por Dolores Curia.

Un presidente en contra del diálogo porque no considera que sea una herramienta de la construcción democrática. Necesita imponer su mirada a como dé lugar y gobierna únicamente, no ya para quienes lo votaron, sino para quienes asienten sin desviaciones. Verla es sintonizar con la obsecuencia. Y en respuesta a quienes no la ven, el presidente se envalentona. La misma descripción vale tanto para un Javier Milei como para un Donald Trump, o para casi cualquier otro líder de la ultraderecha mundial. No es casualidad que el prototipo y los modos se repitan, como si obedecieran a un método. ¿Cuánto hay de caos y espontaneidad en esas cataratas de insultos anales y llamados a la violencia? ¿Hay más caos y espontaneidad que estrategia? ¿O más cálculo que improvisación?

“El insulto y la violencia son parte de una lógica y de una manera de entender la acción política. Por supuesto que en el caso de Milei, su obsesión por las redes, especialmente X, y su personalidad ayudan muchísimo”, señala en conversación con este diario el editor, escritor y exministro de Cultura Pablo Avelluto.

“Pero no es casual —sigue— que este tipo de estrategias de comunicación se reproduzcan en todos los nodos de la red autoritaria y fascista a nivel internacional. No es que nuestra versión de la extrema derecha incluya insultos contra quienes no pensamos como el gobierno, sino que eso es lo que hace la extrema derecha en todas partes”. Lo de los mandriles, según Avelluto, sí es una pincelada autóctona, pero lo demás no.

El miércoles pasado, Milei se mostró especialmente violento. El contexto fue un discurso ante unos 1.200 empresarios y economistas. Apuntó contra el exministro Martín Guzmán, a quien llamó “imbécil, incapaz e infradotado” por idear una ley “que obliga a tener que pasar un programa del FMI por el Congreso, es decir, el lugar donde están los degenerados fiscales”. En ese marco, festejó haber logrado el acuerdo con el Fondo: “La tienen adentro”. También apuntó contra “los periodistas ensobrados, los sindi-garcas, los profesionales funcionales al conjunto de hijos de puta que cagaron al país, los ñoños republicanos y los zurdos ridículos”, a quienes tildó, otra vez, de “mandriles”. Los que estaban en las butacas se reían y aplaudían; se mostraban como un campo fértil.

Para los ojos de la audiencia, bombardeada minuto a minuto con expresiones cada vez más brutales, líderes de ultraderecha como Matteo Salvini, Jair Bolsonaro, Trump y el propio Milei traen cada día un nuevo numerito. Cada día, un nuevo golpe de efecto, con el discurso de “la doma” de las redes reconvertido en palabra oficial. Con referentes que, aparentemente, tienen en común y de especial que se expresan sin pelos en la lengua, al revés que los políticos tradicionales, que lo hacen en un lenguaje ajustado a ciertas reglas. Pero, sin embargo, por debajo del barullo y la confusión, se oculta el trabajo de propagandistas, comunicadores, especialistas en big data que, en los últimos años, monopolizan el juego político.

Esa supuesta autenticidad convierte a un Trump y a un Milei en depósitos de indignación, personajes que pueden absorber y redireccionar la ira de quienes tienen —o perciben que tienen, según el caso— grandes motivos para estar enojados: los excluidos y marginados sociales, los perjudicados, los que perciben que no están siendo escuchados.

Batalla emocional y democracia de baja calidad

“La estrategia vulgar, grotesca, mesiánica y distorsiva con la que el gobierno de Milei aborda la disputa por la palabra pública no es original ni novedosa; forma parte de un manual ya aplicado o aún en uso por líderes como Trump y Jair Bolsonaro en Brasil, con consecuencias ruinosas para la calidad democrática”, explica Ezequiel Rivero, investigador del Centro de Industrias Culturales (UNQ).

De la mano de estos líderes, y de quienes les proporcionan las herramientas digitales y algoritmos para hacerlo, la política contemporánea se ha ido transformando en una batalla emocional, donde los hechos, los datos chequeables, la verdad científica e histórica han sido reemplazados por la manipulación de sentimientos como el miedo y el resentimiento.

Por eso, ya no gana una discusión quien tiene mejores argumentos, sino quien doma a su contraparte, quien insulta más fuerte. Y esto, además, plantea otra encerrona: quedarse del otro lado pataleando en estado de escándalo frente a la procacidad del debate tampoco ha demostrado servir para algo. De ahí que, para muchas personas, las fuerzas políticas que se supone que constituyen una alternativa a las ultraderechas sean percibidas como: censuradoras, inauténticas, moralistas, hipócritas.

En el caso de Trump, su retórica agresiva hacia los medios, clasificándolos de “enemigos del pueblo”, ha sido ampliamente documentada. “Durante su presidencia, implementó medidas que amenazaron lfa independencia de los medios y la transparencia gubernamental, con ataques verbales, demandas y amenazas de revocación de licencias como represalias políticas. Estas acciones contribuyeron a un ambiente hostil para el periodismo y a un deterioro de la libertad de prensa en Estados Unidos”, explica Rivero.

“Bolsonaro —recuerda Rivero—, durante su presidencia, utilizó plataformas como Facebook para atacar frontalmente a los medios en la mayoría de sus emisiones en vivo. Su gobierno fue responsable de una explosión de violencia física contra periodistas, con agresiones que impidieron el ejercicio de su profesión. Estas prácticas fomentaron un ambiente de intimidación y censura, debilitando la democracia brasileña”.

En Argentina, el presidente Javier Milei ha seguido una línea similar, “estigmatizando a periodistas y desmantelando medios, lo que ha provocado una caída significativa en la clasificación de libertad de prensa del país”, dice. Reporteros Sin Fronteras ha alertado sobre este deterioro, señalando que las acciones del gobierno argentino están reduciendo cada vez más la libertad de prensa. En este contexto, el influencer libertario Daniel Parisini —conocido como "El Gordo Dan"— pidió que el Presidente "meta preso a algún periodista por decreto como hizo (Raúl) Alfonsín".

“Estas estrategias de confrontación y deslegitimación de la prensa y la cultura buscan consolidar un núcleo duro de seguidores, pero a largo plazo entiendo que generan fracturas profundas en el tejido social y político que la ciudadanía en general tiende a rechazar, especialmente cuando se perciben como ataques desproporcionados contra figuras públicas con prestigio social o cultural”, finaliza Rivero.

Algo de esto explica el libro de Giuliano da Empoli, Los ingenieros del caos, donde se analiza cómo la tecnología y la manipulación de las emociones de las audiencias han reconfigurado el panorama político. Si bien estos líderes muestran un comportamiento visceral, en verdad hay más cálculo del que se imagina. No porque no crean en lo que proclaman, sino porque saben cómo administrarlo, cómo usar las herramientas de la comunicación digital para difundir mensajes simples y emocionalmente potentes, segmentar las audiencias y maximizar el impacto. La emergencia de una nueva modalidad de construcción política con el insulto como insumo, alumbrada por usos estratégicos e ingeniosos de Internet y las redes sociales.

“Cuando intentan dar fundamento a una idea, caen irremediablemente en el bochorno”, reflexiona el escritor Martín Kohan sobre el uso oficial del odio y del insulto, a pedido de este diario. Lo dice pensando en el arco que va desde la exposición de Milei en Davos hasta el video oficial de Agustín Laje por el 24 de marzo, pasando por las consideraciones de Victoria Villarruel en su intento de que se diera de baja la novela Cometierra, de Dolores Reyes. “Son variaciones de un derrape entre la inconsistencia, la mala comprensión, el desconocimiento, las simplificaciones más burdas o la lisa y llana falsificación. Han llegado a dar vergüenza a los propios o a los cercanos”, sigue Kohan.

“No es extraño que esa impotencia para el pensar y el decir se resuelva en la alternativa de la violencia verbal, la humillación sistemática, la intimidación calculada. Eso sí les sale bien, porque se han formado haciéndolo. Incluso en áreas que se supone que conocen, como la de la economía, hemos oído al Presidente de la Nación responder cuestionamientos con sus oscuras fantasías de violador, que penosamente hace públicas: fantasías de vaselina y penetración, que lo exaltan por no consentidas. Son expresiones figuradas, ya lo sé. Pero, ¿dónde, sino en las expresiones figuradas, cabe detectar ciertas fantasías? Fue lo que contestó a los cuestionamientos de otros economistas, algunos de ellos cercanos a su visión de las cosas”, puntualiza el escritor en conversación con Página/12.

La búsqueda de nuevos enemigos avanza

No es un presidente de convicciones democráticas. De hecho, es casi imposible rastrear alguna declaración en la que Milei la valore positivamente.

El odio, por estos días, se enfoca contra el periodismo, pero ayer nomás lo hacía contra los artistas que dicen en público no coincidir, por ejemplo, en las expresiones homofóbicas o misóginas. Al principio del mandato, las patotas iban principalmente contra la casta política. Hoy, quizás, es más difícil —a casi un año y medio de gestión— distinguir entre La Libertad Avanza y la entelequia “casta”.

Cuando desde el poder se dicen cosas como que “no se odia lo suficiente al periodismo”, para Philip Kitzberger (politólogo, investigador del CONICET y profesor en la Universidad Torcuato Di Tella), se instala una idea de “disciplinamiento de la esfera pública, de engendrar un efecto de autocensura: cualquier periodista o cualquier voz crítica que quiera emerger en el espacio público va a pensar si se quiere someter al escarnio de las redes filo-oficialistas”.

También hay, según Kitzberger, “ciertas ideas sobre la verdad: el presidente, como economista, cree que tiene un acceso privilegiado a ésta y que los demás ‘no la ven’. Y eso tiene que ver con las ideas que tiene acerca de la democracia. Cree que la democracia es un error, está gobernada por los prejuicios, la ignorancia, por la mayoría o las masas. Su supuesto acceso privilegiado a la verdad hace que él sea el árbitro de qué es verdad y qué es mentira”.

“En su dimensión más preocupante, es el intento de dar fin a la lógica democrática, para afirmar el gobierno directo de los dueños, dejando las instituciones como cáscaras vacías, una legalidad de forma sin fondo sustantivo. Y lo hacen apelando a un discurso bélico, donde quienes nos oponemos somos considerados enemigxs a los cuales negar todo tipo de derechos”, analiza María Pía López sobre este tema.

“En ese contexto hay que entender, por un lado, la construcción de un enemigo muy amplio: el feminismo, las subjetividades trans, las disidencias sexuales, los sindicatos, el Estado, los progresismos, el periodismo, lxs científicxs, las universidades. ¿Qué tienen en común? Dedicarse a la construcción de lazos sociales más allá del mercado; proponer imágenes diversas en el ámbito público; sostener ideas igualitaristas. Y, por otro lado, también implica una revisión del pasado. Al afirmar guerra contra democracia, impugnan el llamado pacto del Nunca Más: es decir, el acuerdo en la condena al terrorismo de Estado. Como en la batalla cultural, el problema no es el terrorismo de Estado, sino el peronismo —como nombre de una apuesta social y estatalista, como experiencia de ampliación de derechos—; buscan un acuerdo de las clases dominantes sobre ese punto y, a la vez, legitiman la represión en el presente”.

De gorilas y mandriles

Una de las que más le gusta es la que combina la animalización con referencias a la penetración anal: se refiere a los “mandriles” —en forma de insultos, animaciones, memes—. La ‘broma’ gira siempre alrededor de una idea que lo obsesiona: ganar —una discusión o las elecciones— es equivalente a someter al contrincante por vía anal.

“El otro día yo escuchaba a Trebucq, el periodista de La Nación Más, haciendo una defensa del uso de ‘mandriles’, diciendo: ‘si a los antiperonistas se los llamaba gorilas, ¿qué hay de diferente entre gorila y mandril?’ Primero, marca la ignorancia histórica de Esteban Trebucq, porque el origen del término ‘gorila’ es bien distinto”, advierte el politólogo Philip Kitzberger.

Kitzberger se refiere a que el origen de la clasificación de “gorila” tiene que ver con una canción de moda en un programa de radio de la época, un poco antes del derrocamiento de Perón. Había un estribillo que decía algo así como “¿dónde están los gorilas?”. Cuando se empezaron a correr los rumores del golpe, dentro del campo peronista se lo empezó a relacionar con ese estribillo: serían los gorilas los que estaban conspirando. “Se le atribuye a eso, pero no tenía nada que ver con una cuestión de animalidad ni de deshumanización. Y luego, además, tuvo una apropiación positiva al término gorila. Muchos antiperonistas se han reconocido históricamente como gorilas; ha tenido su apropiación positiva. Puede que el término ‘mandril’ también la tenga en el futuro. Pero me parece que ahí hay una diferencia importante”.

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