Por: Javier Calvo. Que si puede salir. Que si no. Que si puede saludar. Que si no. Que si puede hablar. Que si no. Que si puede ser visitada. Que si no. Que si puede postear. Que si no. Tras la decisión de la Corte Suprema de ratificar su condena por corrupción en la causa Vialidad, Cristina Fernández de Kirchner y el Tribunal Oral que la juzgó están enmarañados en la letra chica del cumplimiento domiciliario de la pena.
Parecían detalles menores. Salvo porque en ellos se ponen en juego derechos y obligaciones, también –o sobre todo– para quienes reciben un castigo por incumplir la ley. Y, en este caso, quedan marcados con resaltador al tratarse de una expresidenta, a la que se inhabilitó para volver a ejercer cargos públicos y que congregó a una multitud el pasado miércoles en Plaza de Mayo para respaldarla.
De esas especificidades aparentemente mínimas, aún sin zanjar en ese duelo clásico entre Cristina y la Justicia, además depende gran parte de la apuesta política que ella y la dirigencia acólita reforzaron para los tiempos que vienen: la centralidad eterna.
Si se permite la licencia, exagerada, la lógica intenta actualizar al nuevo milenio el exilio dorado de Juan Domingo Perón en la madrileña zona de Puerta de Hierro entre 1960 y 1973, hacia donde peregrinaba cualquiera que lo quisiera ver y hablar. Con la venia del General, claro. Ahora se trataría de Balcón de Hierro, como se podría rebautizar la porteña esquina de San José y Humberto I.
Hay que aclarar que no es el único concepto desmesurado con el que Cristina pretende emparentar su presente con la trágica historia del peronismo entre las décadas del 50 y 70. La persecución política y la proscripción electoral forman parte de ese menú de “coincidencias”.
En vista de la masiva convocatoria del miércoles, un alto porcentaje de la dirigencia cristinista se muestra convencida de que su protagonismo está en modo recargado. Semejante entusiasmo parece maridar con algunos flamantes sondeos de opinión pública, según los cuales CFK se consolida por lejos como la principal líder de la oposición a Javier Milei.
A partir de esa presunción, La Cámpora y otras tribus aliadas (provenientes de gremios, movimientos sociales y hasta partidos de izquierda) barruntan como inimaginable cualquier movimiento político o electoral que prescinda del guiño de CFK. O de quien hable en su nombre.
Convendría interpretar en esa línea el reciente desfile mediático de Máximo Kirchner, habitualmente arisco y desconfiado a la hora de responder preguntas. Ni siquiera cada vez que fue candidato se expuso como esta semana.
En sucesivas apariciones, Kirchner Jr. recitó el libreto de la victimización. Nada que sorprenda. Fue más cauteloso en relación a la posibilidad de “heredar” la postulación de su madre a una diputación bonaerense por la Tercera Sección: “No me resultaría simpático”. E insistió en exhibir su distancia con Axel Kicillof, al sostener que mantienen “diálogo mínimo”.
Sucede que así como el cristinismo busca editar la historia del Perón refugiado en España, como sujeto cardinal de la política argentina, debería evitar el olvido de las rebeliones en su contra dentro del justicialismo. Lo que se llamaba “peronismo sin Perón”.
Desde hace años, amplios sectores peronistas se alejaron de Cristina. Gobernadores, sindicalistas, dirigentes sociales y políticos trataron de seguir su propio camino. Muchos de ellos volvieron al redil para evitar la reelección de Mauricio Macri. Los casos más emblemáticos, Alberto Fernández y Sergio Massa. Los resultados de esa estrategia de unidad quedaron a la vista: sirvió para ganar, pero resultó un autoboicot a la gestión.
Esa nueva experiencia traumática de gobierno (como sucedió con el macrismo) sin autocrítica ni revisión conceptual no sólo parió la elección de Milei como presidente. Además aceleró la diáspora peronista. Multiplicada. Al punto que hasta Kicillof decidió avanzar hacia un “kirchnerismo sin Cristina”. Las dichosas canciones nuevas.
El pico de tensión entre el gobernador bonaerense y el cristinismo se alcanzó en los primeros días de abril, cuando el mandatario decretó el adelantamiento del comicio provincial para el 7 de septiembre, un mes y medio antes de las legislativas nacionales. Abundaron las diatribas de uno y otro bando en el distrito más poderoso del país.
La decisión de la Corte Suprema abrió una tregua plagada de agujeros, por los que continuaron permeando veladas acusaciones a Kicillof por traición. Otro tótem del peronismo, que sigue con sus evocaciones cada 17 de octubre al Día de la Lealtad.
Según funcionarios cercanos al gobernador, la idea es mantener firmeza con el cristinismo para acordar las candidaturas bonaerenses. En La Cámpora se augura mayor fortaleza –e inflexibilidad– propias en esa negociación, que debe finiquitarse en menos de 30 días. Desde su encierro “balconiano”, habrá que preguntarse qué priorizará CFK. ¿Unidad aunque duela? Se esperan indicios en los próximos días.
Donde sí ya se detectó cierta posibilidad de cohesión, que incluye, pero excede al peronismo, es en la necesidad que vislumbró una porción amplia de la dirigencia política de establecer una mayor incidencia sobre los tribunales.
Tal como se contó en esta columna el domingo pasado, operadores judiciales que dicen representar distintos colores e intereses partidarios (PJ, PRO, LLA, UCR) claman por designaciones pendientes, que abarcan a la Corte y su posible ampliación.
Esas voces se reactivaron con fruición a partir del fallo supremo sobre Cristina. Pero acaso recibieron un incentivo extra esta semana, cuando la Corte rechazó de manera unánime un recurso presentado por la empresa familiar de los Macri en la causa Correo.
Los alerta encima otra posible novedad: un conocido influencer judicial agita por estos días que más pronto que tarde habría novedades en Comodoro Py con el expediente $Libra, que afecta a Milei y a la hermanísima Karina. ¿Realidad o ficción?
Como CFK, y teniendo en cuenta su caso como antecedente, parece que el resto de la política también saldrá a balconear. Pero para ver si puede coordinar una mayor injerencia sobre fiscales y jueces. Otro efecto cuanto menos curioso de la sentencia a Cristina. No será el último.
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