Por: Nelson Castro. Israel lanzó una ofensiva contra Irán para frenar su programa nuclear. La operación marcó un giro bélico amenazante.
El conflicto entre Israel e Irán alcanzó en los últimos días uno de sus puntos más álgidos en décadas. El pasado 13 de junio Israel lanzó una ofensiva aérea de grandes dimensiones. Todo fue cuidadosamente planeado. ¿El objetivo inicial de la llamada operación León Naciente?
Terminar o, al menos, retrasar y dañar el programa de desarrollo nuclear y de misiles del régimen iraní. Además de los sitios de producción nuclear, el ejército israelí informó que se bombardearon varias instalaciones dedicadas a la proliferación de armamento como fábricas de materias primas y componentes utilizados para los misiles tierra aire. El vocero del ejercicio Ronie Kaplan dijo que “el objetivo de los líderes iraníes es borrar a Israel del mapa. No teníamos alternativa ni vuelta atrás. El desarrollo nuclear de Irán se transformó en una amenaza real, inminente y existencial. Estaban a un paso de contar con quince bombas atómicas”. En manos de un régimen como el iraní, se trata de una amenaza que podría extenderse a otros sitios clave del mundo en Occidente.
El prolongado intercambio de ataques ha dejado muertos, heridos, daños irreparables en barrios residenciales y en la infraestructura civil de ambos países. Si bien inicialmente los focos alcanzaron ciudades como Tel Aviv, Jerusalén y Teherán, nadie puede asegurar el alcance y la propagación de la guerra. En el terreno de lo real, lejos de los cálculos y las estrategias, las consecuencias en el día a día son devastadoras. Ha pasado una semana desde el inicio del fuego y la crueldad de la guerra se vive a cada paso. En Tel Aviv, esa misma crueldad golpea y sorprende. Los habitantes han tomado dimensión del conflicto a fuerza de dolor y sufrimiento. Han pasado de la confianza en la llamada cúpula de hierro a comprender que su capacidad defensiva –aunque asombrosa– es limitada.
Los misiles iraníes que han logrado atravesarla, han producido un impacto enorme en la población. Una primera muestra de la falta de humanidad fue el ataque al Centro Médico Soroka, en Beerseba. El hospital, con más de mil camas, brindaba sus servicios a casi un millón de personas del sur de Israel. Además de los heridos que produjo el ataque, todo ha quedado paralizado. Operaciones, partos y cirugías programadas se han suspendido de inmediato. Al recorrer los pasillos del hospital uno puede imaginarse la desesperación de quienes estaban allí. Paredes destruidas, caños destrozados, pérdidas de gas que ponen en peligro las tareas de los médicos y enfermeros que han decidido quedarse para colaborar y hasta las viandas de los pacientes con la comida intacta, pero desparramadas por el lugar.
El centro de Tel Aviv ha sido impactado en áreas residenciales. El sistema de alerta temprana, las alarmas para acudir a los refugios y la preparación de una población que ha tenido que lidiar varias veces con situaciones similares han colaborado para reducir el número de víctimas civiles. Sin embargo, la ciudad no es ni será la misma. Los ataques nocturnos son devastadores, las alarmas otorgan a los habitantes un tiempo cercano a los 10 minutos para acceder al refugio más cercano, si el sistema de intercepción de misiles es vulnerado, el impacto, la explosión y su onda expansiva son inevitables. El regreso a casa es prácticamente imposible por el riesgo de derrumbe de lo poco que queda en pie y, para esas familias, su vida cambió por completo de un momento a otro. Un proyectil que impacta de lleno afecta de manera directa entre siete y diez edificios a la redonda. Haber llegado al refugio es una bendición, pero al salir, todo se hace cuesta arriba; habrá que volver a empezar. No hay en la memoria cercana de los habitantes de la ciudad registro de misiles con llegada directa e impacto certero. Esto marca la naturaleza del conflicto que se está librando minuto a minuto.
Hay zonas de la ciudad que están semivacías, pero se vive la paradoja en sus habitantes de tener que retomar su vida casi de inmediato –una vez que cesan las alarmas– a pesar del temor que los invade. “Necesitamos sentir que podemos vivir a pesar de todo esto, no es una señal de negación, es un reflejo de supervivencia; de lo contrario cualquier esperanza de futuro se vería truncada por el accionar de los terroristas y enemigos de Israel” –graficó una ciudadana argentina que lleva años en estas tierras.
En el mientras tanto Israel confirmó que no cesará en sus planes y envió una flota de aviones de combate a atacar Teherán. No es momento de ceder. Es el octavo día de la operación León Naciente y todos están convencidos de que la ofensiva se extenderá por tiempo indefinido. No se trata ya de una creencia, las autoridades militares advirtieron a la población que debe prepararse para una “campaña prolongada”. La respuesta iraní azotó gran parte del territorio terminando con las esperanzas de una resolución más o menos rápida por la vía diplomática. Quizás por eso Israel se apresuró a lanzar sus primeras estimaciones: su ministro de Asuntos Exteriores declaró que los bombardeos llevados a cabo “han retrasado la posibilidad de que Teherán desarrolle un arma nuclear al menos dos o tres años”. Esto no asegura la tranquilidad puertas adentro para una nación que, muy a su pesar, se acostumbró a vivir bajo amenaza.
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