Ningún semestre

Ningún semestre

Panorama económico

 

Las ventas de productos de consumo masivo cayeron en junio 4,3 por ciento respecto de igual mes del año pasado, cuando habían retrocedido 6,4 por ciento en relación a junio de 2015. El primer semestre del año, por lo tanto, cerró con un declive del 4,9 por ciento interanual, mientras que en el mismo período de 2016 se había anotado una baja del 3,6 por ciento. La medición pertenece a la consultora Scentia, a cargo del ex Nielsen Osvaldo Del Río, quien registra la evolución de las cantidades despachadas por supermercados y autoservicios a nivel nacional. Sus datos son referencia para los empresarios del sector. El relevamiento analiza la comercialización de cuatro grandes rubros de la demanda popular: alimentos, bebidas, artículos de limpieza y tocador. Los números del tercer semestre de Cambiemos son consistentes con la performance que reflejan al mismo tiempo el mercado laboral y el poder adquisitivo de los salarios, con los peores resultados en una década. En relación al consumo, la tendencia de marcado deterioro empezó en enero de 2016 a causa de la estampida de precios que provocó la devaluación –el Gobierno sostenía que no tendría impacto porque supuestamente las empresas se manejaban con el dólar blue– y se consolidó a fuerza de tarifazos y despidos hasta encadenar 18 meses de caídas ininterrumpidas. Lejos de la promesa de que el segundo semestre traería la recuperación, ya van tres semestres consecutivos de contracción de las ventas. 

 Mauricio Macri se puede referenciar en Fernando de la Rúa, quien también llegó a las elecciones de medio término de 2001 con una sucesión imparable de achicamiento del mercado interno. La ventaja del actual presidente es que le tocó heredar una situación holgada, ya que en 2015 se produjo el pico máximo de consumo, según coinciden consultoras, cámaras empresarias y datos oficiales. Lo mismo ocurre con el desahogo que significó el desendeudamiento del Estado a un nivel mínimo en décadas, lo que le permitió a Cambiemos acceder a unos 100 mil millones de dólares en colocaciones de títulos públicos, incluido el escandaloso bono a 100 años. Sin ambos colchones, Macri no se vería hoy muy distinto al De la Rúa de comienzos de siglo.

Las ventas de productos de consumo masivo cayeron en junio 4,3 por ciento respecto de igual mes del año pasado, cuando habían retrocedido 6,4 por ciento en relación a junio de 2015. El primer semestre del año, por lo tanto, cerró con un declive del 4,9 por ciento interanual, mientras que en el mismo período de 2016 se había anotado una baja del 3,6 por ciento. La medición pertenece a la consultora Scentia, a cargo del ex Nielsen Osvaldo Del Río, quien registra la evolución de las cantidades despachadas por supermercados y autoservicios a nivel nacional. Sus datos son referencia para los empresarios del sector. El relevamiento analiza la comercialización de cuatro grandes rubros de la demanda popular: alimentos, bebidas, artículos de limpieza y tocador. Los números del tercer semestre de Cambiemos son consistentes con la performance que reflejan al mismo tiempo el mercado laboral y el poder adquisitivo de los salarios, con los peores resultados en una década. En relación al consumo, la tendencia de marcado deterioro empezó en enero de 2016 a causa de la estampida de precios que provocó la devaluación –el Gobierno sostenía que no tendría impacto porque supuestamente las empresas se manejaban con el dólar blue– y se consolidó a fuerza de tarifazos y despidos hasta encadenar 18 meses de caídas ininterrumpidas. Lejos de la promesa de que el segundo semestre traería la recuperación, ya van tres semestres consecutivos de contracción de las ventas. 

Mauricio Macri se puede referenciar en Fernando de la Rúa, quien también llegó a las elecciones de medio término de 2001 con una sucesión imparable de achicamiento del mercado interno. La ventaja del actual presidente es que le tocó heredar una situación holgada, ya que en 2015 se produjo el pico máximo de consumo, según coinciden consultoras, cámaras empresarias y datos oficiales. Lo mismo ocurre con el desahogo que significó el desendeudamiento del Estado a un nivel mínimo en décadas, lo que le permitió a Cambiemos acceder a unos 100 mil millones de dólares en colocaciones de títulos públicos, incluido el escandaloso bono a 100 años. Sin ambos colchones, Macri no se vería hoy muy distinto al De la Rúa de comienzos de siglo.

PUBLICIDAD

“A principios de año habíamos pronosticado que el consumo masivo terminaría en un rango de crecimiento de 1 por ciento o de caída de 1 punto. Ahora vemos que el número será negativo entre 1 y 2 por ciento”, sostiene Del Río, quien recuerda que 2016 cerró con -4,5 por ciento frente a aquel record de 2015. El dato de junio sorprendió porque la base de comparación ya era baja (-6,4 por ciento de caída interanual en 2016) y porque la mayoría de los consultores estimaba que para esta altura el Gobierno podría asegurar que se había alcanzado un piso en las ventas de los rubros más sensibles y empezaría la remontada. El Indec confirmó que eso no sucedió en mayo –los despachos de supermercados bajaron 2,5 por ciento interanual y los de shoppings lo hicieron 4,3, en términos reales– y las cifras que se van conociendo de junio son peores. La última vez que crecieron las ventas fue en diciembre de 2015, por lo que Macri consumió casi el 40 por ciento de su mandato con números en rojo. En los supermercados, esta situación provocó 1150 despidos en mayo respecto de igual mes del año pasado, de acuerdo al informe del Indec que se conoció a mitad de semana. 

En medio de la campaña electoral, el presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, optó por dejar de decir que los niveles de consumo durante el kirchnerismo eran irreales y pasó a desplegar el argumento de que la ciudadanía se cuida de gastar en alimentos, bebidas, artículos de limpieza y tocador para ahorrar para la compra de una vivienda, descartando que exista un problema de ingresos. No falta plata, sino que hay una reorientación de las prioridades de la demanda, afirma el funcionario. Es una interpretación que no se ajusta a la realidad laboral y salarial de porciones crecientes de la población, que han visto caer su disponibilidad de recursos por paritarias que quedaron detrás de la inflación, porque les cortaron las horas extras, porque les cayó el volumen de trabajo, porque los suspendieron o porque directamente los despidieron, como ocurrió apenas la última semana con trabajadores de Atanor, Cresta Roja, Prifamon y Carboclor, a quienes se agregaron operarios de Alpargatas, con vacaciones adelantadas, y de GGM, que no cobran hace cuatro meses.  

El 4 por ciento de crecimiento de la actividad económica que anunció el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, para el segundo trimestre del año también choca con los datos de consumo, empleo y salarios en igual período. En todo caso, lo que se observa es que el perfil del nuevo modelo económico orientado a los agronegocios y la valorización financiera deja de lado a un universo amplio de trabajadores. La concentración de la riqueza en esas actividades no derrama hacia el resto de la sociedad. Esto se observa con claridad en una serie de indicadores laborales resumidos por el Centro de Estudios del Trabajo y el Desarrollo (Cetyd), de la Universidad Nacional de San Martín, que encabeza el ex ministro de Trabajo, Carlos Tomada:

“El modelo económico vigente redujo en mayor medida el empleo registrado en la fase contractiva del ciclo, mientras que durante la incipiente etapa de recuperación creó una menor cantidad de puestos de trabajo”, advierte en su último documento. Cuando se comparan las últimas tres recesiones, las de 2009, 2014 y 2016, se advierte que en esta última la contracción del empleo fue de 0,3 por ciento por cada punto de caída de la actividad, contra 0,25 de 2009 y 0 en 2014 –a pesar de la recesión, ese año el gobierno logró resguardar los puestos de trabajo con políticas de estímulo–. En cambio, cuando se produjo la recuperación tras la crisis de 2009, el empleo aumentó 0,18 por ciento por cada punto de suba del PIB, y en 2014 lo hizo a un ritmo superior, del 0,58, mientras que en 2016 fue solo 0,11 por ciento.En 2016 se quebró la tendencia ascendente de la participación de los asalariados en el ingreso, que venía aumentando de forma continua desde 2003, con las excepciones de 2009 y 2014. Pero en ambos casos luego de la pérdida del salario se retomó un ritmo de recuperación rápido. Ahora, lo que pasó en 2016 “es el inicio de una tendencia contractiva como resultado de un modelo económico que entiende que la matriz distributiva actual constituye una limitante para el auge de las inversiones y el crecimiento económico”, afirma el Cetyd. “El enfoque de la política económica en marcha identifica el costo laboral como una variable central de ajuste para aumentar el rendimiento del capital y así generar los incentivos para promover las inversiones”, completa.En el conurbano bonaerense, donde se concentra la mayor proporción de empleo industrial, la situación laboral empeora a una velocidad mayor que el promedio nacional. La tasa de desempleo del primer trimestre de 2017 subió 34 por ciento respecto del valor que tenía en igual lapso de 2015, alcanzando el 11,8 por ciento. De este modo, la desocupación pasó por primera vez a dos dígitos en nueve años.

La política económica oficial, en resumen, es amarreta en creación de puestos de trabajo, los salarios son objeto de un proceso de ajuste estructural y los sectores industriales mano de obra intensivos están achicando sus planteles frente a la contracción del mercado interno y la apertura importadora. Es una receta que ya está lanzada y que al cabo de tres semestres arroja bajas del consumo persistentes y un alza de la desocupación. Y en la TV sale un chico estigmatizado.

Comentá la nota