Javier Milei, el autor de su propia crisis

Javier Milei, el autor de su propia crisis

Los límites del plan económico del Presidente y su carácter frágil ponen a Toto Caputo, Nicolás Posse y el resto del gabinete en la cuerda floja. Ácido para un mercado que recela.

Por Marcelo Falak.

En un instante, el presidente Javier Milei pasó de vanagloriarse del éxito de su plan a sentar las bases de una crisis política. Bastó con una semana en la que el mercado le mostró los dientes con el dólar y el riesgo país y con los nuevos límites que llegaron del Senado al proyecto ómnibus XS para que ofreciera a todo su gabinete como ofrenda sacrificial, incluyendo acaso a Toto Caputo, pilar del ajuste. ¿Qué le pasa?

La economía y la política le marcan límites cada vez más claros a un ajuste que se sabe que es inequitativo y que, por eso mismo, resulta insustentable y miope. Sin embargo, emerge una vez más la cuestión de su carácter imprevisible, una megalomanía que lo lleva a sobreactuar presuntos éxitos y, también, tropiezos y fracasos parciales.

El presidente Javier Milei se entrega a un culto a su personalidad totalmente desproporcionado en relación con los logros de su gestión.

A la espera del destino del proyecto Bases, el Presidente –a su propio entender, "el máximo exponente de la libertad a nivel mundial" y un hombre que juega "en otra liga"– puso en capilla a su jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y a todo el elenco. Todos son fusibles a punto de saltar. Es más, mencionó como número puesto para una renovación a Federico Sturzenegger, lo que de entrada generó preguntas sobre el futuro de Caputo. El jefe del Palacio de Hacienda fue avalado este sábado por el líder libertario en Córdoba, lo que parece abrirle otro hueco al desregulador en jefe. En tanto, Manuel Adorni, el vocero que suele no saber lo que su jefe pergeña, pasó en 24 horas de confirmar a todos los ministros a confesar que no sabe qué pasará con cada uno de ellos.

Javier Milei, Toto Caputo y el ácido de la desconfianza

¿Semejante incertidumbre suma algo cuando el dólar muestra tensiones, los activos financieros argentinos se desploman, el riesgo soberano salta y pone en duda la capacidad del país de refinanciar en el mercado vencimientos por 12.000 millones de dólares previstos para el año que viene y cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) cree en la corrección del rumbo bastante menos que lo que proclama en público? Además de incubar crisis para el país, Milei genera ahora las suyas propias. La pregunta sobre sus reacciones en momentos de adversidad se hacen acuciantes cuando es posible imaginar, en el futuro, tiempos bastante más adversos que los actuales.

Por obediencia, por la fatiga de representar a un mandatario extremista en negociaciones con un mundo que este desprecia explícitamente o por intuirse candidato a responsabilidades mayores, Guillermo Francos, embajador ante la casta, hasta se ofreció como candidato a chivo expiatorio. No sería ese su destino.

Desde hace varias semanas el Gobierno da señales de que su motor está quemando aceite.

Lo hizo al mandar una mala señal al Círculo Rojo con las idas y vueltas sobre las prepagas; al clavar a las generadoras eléctricas con una quita feroz de la deuda acumulada desde diciembre; al asumir que se había sobregirado con la baja de tasas y, a la vez, desnudado el atraso del dólar frente a casi todos los demás precios; al admitir, sin que el plano fiscal esté ni mínimamente asegurado, que podría comenzar a gastar un poco más; al dar una marcha atrás parcial en la puja presupuestaria con las universidades nacionales; al posponer subas de tarifas y comprometer la reducción de los subsidios; al observar impávido cómo el interior amenaza con estallar en Misiones; al morder la mano de España, segunda fuente de inversiones extranjeras en el país, entre otros dislates diplomáticos que también pusieron en crisis las relaciones con Brasil y China, principales socios comerciales del país…

Javier Milei, ánimo social y señales incipientes

Lo curioso es que las encuestas siguen mostrando un respaldo social sólido, bastante parecido al caudal electoral que el ultraderechista obtuvo en la segunda vuelta de noviembre último.

Hay un evidente descalce temporal entre las señales oficiales y lo que percibe esa mayoría que encuentra que, dado que el presente luce horrible, la incertidumbre sobre lo que podría pasar en el futuro es su única fuente de esperanza.

Tanto esa porción de la sociedad que aguanta los trapos como la que deplora el rumbo del país detectan que enfrente no hay mucho que oponer: se trata prácticamente de Milei o la nada.

El lado oscuro del modelo, su cara dos, es la ausencia de construcción política en la oposición.

Si algo muestra el empantanamiento del proyecto ómnibus en la cámara alta es la emergencia de una coalición opositora con capacidad de veto. Esto, lógicamente más representativo del resultado electoral de octubre –el que le dio al Congreso su forma actual–, encuentra por ahora recursos para condicionar y obstruir.

Es una suerte que no se desencadene ninguna crisis política de importancia –mayor que una de gabinete– cuando no existen alternativas de poder a la vista.

Axel Kicillof, la UCR y una oposición que sólo veta

Axel Kicillof ensaya el milagro de caminar sobre el agua de la situación social de la provincia de Buenos Aires y visita a gobernadores de espacios no peronistas. ¿Sólo busca desmarcarse de la descripción de dogmatismo que sus detractores trazan de él o apunta a sentar las bases de una transversalidad hoy impensable con miras a 2027? ¿Su choque con el camporismo es solo cuestión de posicionamientos políticos o encubre una nueva canción hecha de heterodoxias doctrinarias? ¿Cuán dispuesto estará a dar el paso de diferenciarse de su madre política, Cristina Fernandez de Kirchner, y a abjurar de su tutela?

La Unión Cívica Radical (UCR), en tanto, sigue en terapia y escarbando en su infancia para entender qué es. El trámite de la ley Bases en el Senado podría resultar definitivo para el presidente del partido, Martín Lousteau, quien debe hace equilibrio entre el interés del sector "opoficialista" de su partido y la necesidad de responder a las expectativas que él mismo creó de no dejar pasar excesos como el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI), reformas impositivas insólitas y otros contenidos sensibles.

Con Mauricio Macri ahora formalmente a la cabeza, el PRO sigue perdido en combate. Con menos dilemas existenciales, la política opositora sorprende cada tanto con géiseres que emanan de un subsuelo denso en diálogos, pero que aún tropieza con su incapacidad de mirar el mediano plazo y actúa, por el momento, de modo apenas reactivo, limitándose a realizar autocríticas genéricas sobre sus malas praxis pasadas, condición necesaria y casi suficiente de la emergencia de la ultraderecha.

El peronismo y el radicalismo en sus laberintos

Los referentes –más o menos– antimileístas no dan precisiones y, puestos contra la pared, aleccionan que es mejor hablar de futuro. El problema es que, si la revisión del pasado –por lo pronto, el del Frente de Todos– no es detallada, nunca va a quedar claro cómo harían los sectores supervivientes de la vieja política para prometer "volver mejores" y resultar mínimamente creíbles.

Sergio Massa, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, rostros visibles de la frustración del Frente de Todos.

La gran problemática nacional es económica: cómo abatir la inflación sin morir en el intento, cómo pergeñar una estructura productiva que asegure crecimiento sostenido y divisas para no naufragar en el mar de deuda y cómo repartir los frutos del esfuerzo de modo de no ahogar la inversión y permitir una mejora impostergable de las condiciones de vida. Así, no sorprende que los conatos de una nueva narrativa surjan del pensamiento económico y que la política venga a la zaga a la hora de articular una mínimamente convocante.

Letra P se preguntó en su momento si lo que podría denominarse "progresismo" o "campo popular" sería capaz de dar, de una vez por todas, un debate a fondo sobre su alma. Esos interrogantes persisten.

Negar los inconvenientes que genera gastar más que lo que se recauda de modo persistente es un atajo conservador para evitar el compromiso de echar mano en los huecos presupuestarios que benefician a lobbies, holdings y "regímenes especiales" opacos. El drama es que no atreverse a eso socializa los costos a través de niveles de inflación insoportables, estancamiento o retracción de largo plazo de la actividad y consiguiente empinamiento de la pobreza.

Décadas atrás, Juan Carlos Portantiero habló de un "empate hegemónico" para definir el largo impasse de la política argentina de la segunda mitad del siglo XX, uno en el que el país peronista y el antiperonista no tenían los recursos de poder suficientes para instalar una hegemonía, pero sí para vetarse mutuamente.

Dados los desequilibrios acumulados, si el ajuste del Presupuesto –no del gasto social– es insoslayable, la inviabilidad social y política del aplicado una y otra vez por las distintas variables de las derechas indica que uno más acogedor para las mayorías sería la única alternativa viable de estabilización macro. Los tropiezos –¿las inviabilidades?– del plan Milei no hacen más que volver a ilustrar este punto.

Pensar nunca es una herejía, pero la política no logra, por ahora, figurarse más que la semana que viene.

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