El mini-Marshall de Massa

El mini-Marshall de Massa

Por: Roberto García. Aterriza Sergio Massa con una baguette bajo el brazo luego de su viaje por China. Promete un diminuto Plan Marshall como alimento para llegar a las elecciones sin devaluar y, de paso, mantener su cada vez más diluida voluntad por candidatearse a la Presidencia.

 Dos ilusiones, quizás, alguna se cumpla. La mención al salvataje económico de aquel general George Marshall, secretario de Estado de Harry Truman, parece necesaria. En 1947, además de contribuir a la publicitada reconstrucción de Europa con créditos y donaciones, el programa de Marshall impuso una contrapartida: el dólar como moneda universal para las transacciones comerciales y la garantía de que sus ascendentes exportaciones fueran adquiridas en el Viejo Continente. No todo es humanitario en la vida.

Con menos imaginación y minúsculo aporte de dinero, ahora el gigante oriental intenta repetir aquel propósito norteamericano del final de la Segunda Guerra con la Argentina: instaurar un uso más creciente del yuan en el comercio internacional para desplazar otras monedas y, además, la obligación de que el país compre más productos chinos si quiere crédito (progresiva tendencia advertida en el intercambio entre las dos naciones). Nada nuevo, ideologías aparte. El remanido sistema de “préstamos atados” también se observó durante el gobierno de Raúl Alfonsín, cuando Italia trató de impulsar una operatoria semejante y diversos proyectos apuntaban a convertir emprendimientos peninsulares en necesidades locales. Picardías empresarias para ganar plata, claro. Como se sabe, el club de la obra pública, las prebendas y las confesiones de los cuadernos no son patrimonio nacional exclusivamente.

Parece, también, que China exige más condiciones que el FMI para conceder préstamos, al revés de lo que piensa Cristina. Al respecto, estará informada por su hijo Máximo, quien participó del viaje y –dicen– le resultó insuficiente lo conseguido por la delegación oficial que él mismo integró. Se lo declaró a la madre, quien confesó orgullo por haberlo visto vestido de traje. En otra visita, seguramente se pondrá corbata, igual que los chinos anfitriones, quienes suelen usar en el comité central trajes iguales, camisas, zapatos y tintura para el cabello. Uniformidad en la revolución. Tampoco Máximo debe haber quedado satisfecho con el fracasado pedido a los Brics, la desatinada idea de que ese cuerpo entregue fondos para que Brasil haga de China en su relación comercial con la Argentina. Como si los muchachos de ojos oblicuos estuvieran desatentos. Nueva falla de Lula, como si conspirara contra Cristina, a favor de Alberto.

No trascendió tampoco el resultado de las negociaciones entre Massa y Máximo, forzados por Cristina a resolver sus cuitas en el viaje, a determinar candidatos y listas. Algo se sabrá esta semana, cuando prosiga la faena de Massa  en diez días vuelve a viajar a Washington con la expectativa de que le renueven vencimientos perentorios y le otorguen plata fresca para seguir navegando. Tendrá que convencer al board, lo dijo su propio punta de lanza en el gobierno Biden, el influyente Juan González: sostuvo el funcionario que habrá asistencia cuando el gobierno de los Fernández atraviese el examen de sangre que demanda el FMI. Y eso que González, según mentas, es la figura más sensible a la que llegó Massa gracias a un estudio jurídico especialista en lobbies. Gratis, difícil. No se desanima el ministro: cree que puede cabalgar sin costo entre China y los Estados Unidos asumiendo aquella expresión del verdadero revolucionario oriental, Deng Xiao Ping, a quien le importaba que el gato cazara ratones, sin tener en cuenta si el felino era rojo o negro.

Tropezará Massa con otro espectáculo menos venturoso cuando mañana regrese a su casa en el final del acceso Tigre: su recorrido bonaerense está sembrado de carteles de Wado de Pedro acompañado con la foto de Cristina de Kirchner (atención: nadie en el oficialismo se arriesgaría a utilizar esa imagen sin el consentimiento femenino). Es un indicio de cierta preferencia de la vicepresidenta, auspiciando el eslógan “Se viene” que se remonta al siglo pasado, un robo a la exitosa campaña de Alfredo Palacios y el socialismo argentino. Por ahí en el justicialismo se reconocen méritos por hurtarle leyendas e ideas a quien fue partícipe de la Revolución Libertadora y había promovido leyes de las cuales el general Perón más tarde se apropió.

Algunos ya le asignan a Massa un retiro más sosegado en la Cámara de Diputados futura (el senador por la provincia de Buenos Aires sería Máximo), inclusive debido a que no solo la inflación lo corroe para su aspiración: desde la Casa Rosada le bloquearon la exigencia de que haya un candidato único, condición en la que él mismo se había lacrado. Ni se arregla Alberto Fernández: tenaz en sus venganzas, mantiene en la interna partidaria la postulación de Daniel Scioli junto a su socio Pepe Albistur, la esposa Victoria Tolosa Paz, el ministro Rossi y el todoterreno Aníbal Fernández. Está empeñado en ese comicio.

Aunque no ignora que, para la pugna final, a Scioli poco le sirve el apartamiento eventual de Massa: Cristina no lo quiere al embajador en Brasil, ni de frente ni de perfil. Menos ahora asociado con Alberto, su indigestión cotidiana. Nunca lo quiso, a pesar de haber sido el más obediente y también el más castigado desde que estuvo con Néstor Kirchner en la vicepresidencia. Tampoco Scioli puede ofrecer apoyos que no sean cupulares, ni un concejal está con él, pero el problema mayor radica en una ecuación:  tal vez el oficialismo con De Pedro candidato y el respaldo de Cristina no pueda ganar en la elección general, pero ningún otro puede asomarse al triunfo sin el respaldo de la viuda de Kirchner. Ese es el drama de Scioli, el romántico que está condenado a la derrota por el amor no correspondido de una veleidosa señora. A pesar de la fe y la esperanza del Pichichi.

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