Mauricio Macri y Alberto Fernández, de los dos lados de las silobolsas

Mauricio Macri y Alberto Fernández, de los dos lados de las silobolsas

Las silobolsas se transformaron en el símbolo de una conducta extorsiva de una pequeño sector beneficiado por las tragedias de la pandemia y la guerra que toma de rehenes al resto de los argentinos. La puja por la devaluación y el riesgo de volver a los '90.

Por: Luis Bruschtein.

“Qué gran invento las silobolsas, ¿no?” dijo con ironía Mauricio Macri el miércoles tras dar a conocer una carta donde pidió “retomar el camino de los '90”. Alberto Fernández apuntó en cambio “a los que guardan 20 mil millones de dólares en el campo (en silobolsas) esperando una mayor rentabilidad cuando el país los necesita”. Las silobolsas están en el centro de los problemas, por lo menos allí las han puesto el expresidente y el actual. El artilugio, que apenas cuesta diez mil pesos y puede contener hasta 200 toneladas de grano, no fue una picardía argentina, sino que fue usada desde los años '70 en Estados Unidos y Europa para guardar el forraje. Lo que es un invento argentino es utilizarla para el chantaje y la especulación.

Mientras para los emprendedores del campo en Estados Unidos y Europa se trataba de guardar el alimento para los animales durante el invierno, el “campo” patriótico argentino lo usa para incrementar su fortuna a costa del bolsillo de trabajadores y jubilados. Al guardar en las silobolsas y no rendir los 20 mil millones de dólares que a esta altura del año deberían haber vendido, secan el mercado de dólares y presionan para una devaluación.

Mauricio Macri dijo que había que retomar el camino de los '90, cuando peor estuvo el campo. Cualquiera podía comprar 200 mil hectáreas en el sur con lo que costaba un departamento en Palermo. Con un dólar que equivalía a un peso resultaba muy difícil exportar. Las economías regionales rurales fueron destruidas y cientos de pequeños y medianos productores perdieron sus campos por las deudas que habían tomado, el valor de la tierra era mínimo.

El campo se salvó cuando la economía salió del uno a uno que impuso Domingo Cavallo con Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Y esa salida coincidió con el boom de la soja. Gracias a las tragedias de la pandemia y de la guerra entre Rusia y Ucrania, el precio de los alimentos se fue a las nubes y los productores rurales se favorecieron de estas tragedias. El precio de los alimentos acompañó esa subida. La devaluación del 20 o 30 por ciento que buscan ahora implicará un aumento de sus ganancias que esta vez no provendrá de los compradores internacionales, sino del 20 o 30 por ciento que le sacarán al salario de los trabajadores y jubilados.

Se ha dicho que son múltiples los factores que determinan la disparada del dólar paralelo que ha trabado gran parte de la actividad económica. Pero resulta claro que hay un disparador y que si el campo rindiera su cosecha en forma normal, los granodólares podrían parar esa disparada que está agobiando a los argentinos.

La estrategia del campo no es buscar más ganancias en el mercado al que le venden, sino que trabajadores y jubilados financien ese incremento. Resulta obvio que el pequeño productor –cuando no arrienda y trabaja su tierra-- tiene una mentalidad diferente. Pero los intereses del mediano y del terrateniente son los mismos que los del acopiador y el exportador porque van a comisión en valores de venta.

En Argentina, cuya ventajas comparativas están en la riqueza de sus tierras, las oligarquías y las diferentes formas de explotación rural que las fueron equiparando se expresaron siempre en la política como fuerzas conservadoras. La fuerte relación actual de la Sociedad Rural y otras asociaciones con el PRO, o con Juntos por el Cambio, no constituye una novedad. Tampoco es una novedad que actúen en forma desaprensiva hacia el resto del país. La forma capitalista de explotación rural que diseñó el proyecto liberal del roquismo a fines del siglo XIX no fue progresista sino que empezó en pocas manos y actualmente está en menos manos todavía porque tiende a la concentración salvaje. El campo “patriótico” hay que buscarlo más atrás en la historia o en otros reductos que no son la Sociedad Rural ni la CRA o ese tipo de entidades, como los llamados “autoconvocados” manipulados directamente por el macrismo.

Se visten de gauchos impecables con sus cuatro por cuatro, y se envuelven en la bandera argentina. Pero son insolidarios con el resto de los argentinos y formaron parte de un gobierno que estaba dispuesto a olvidar el reclamo por las Malvinas y que se lamentaba delante del Rey de España por la declaración de independencia. Y durante muchos años, esas oligarquías, terratenientes, acopiadores y exportadores pusieron y sacaron presidentes según su conveniencia.

En medio del caos que han contribuido a crear en gran parte aprovechando las circunstancias extraordinarias de la pandemia mundial y una guerra entre dos países productores de alimentos y energía, aparecen los “patriotas” que tratan de pescar en río revuelto.

El carapintada Aldo Rico difundió un video donde convocó a los militares retirados y en actividad a organizarse para voltear al gobierno. Sin darse cuenta el coronel Rico (RE) reencarnó al sector de las viejas fuerzas armadas que comía de la mano de las oligarquías y transnacionales, como los que actuaron en la Patagonia Trágica o en las dictaduras.

En coincidencia con el carapintada defensor de la dictadura y de los torturadores y violadores que actuaron en ella, el legislador Francisco Sánchez, de Juntos por el Cambio, pidió públicamente la renuncia de Alberto Fernández. Sánchez milita el ala dura del PRO y es un admirador confeso del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, también defensor de las dictaduras militares de ese país.

En los pasillos de la política se especula hasta qué punto esta ofensiva apunta a la salida adelantada del gobierno o simplemente obedece a la voracidad especuladora del capital concentrado y los exportadores. Algunos aseguran que a nadie le conviene una salida anticipada del gobierno porque no habría quien quisiera reemplazarlo en medio de la crisis y prefieren que se desgaste primero el oficialismo con lo que llegaría con pocas o ninguna chance a las elecciones.

Otros piensan en el fenómeno que despertó el kirchnerismo en el peronismo y la necesidad de terminar con una propuesta que apareció como el obstáculo principal para el modelo de país planeado por el neoliberalismo, el país del capital concentrado con millones de excluidos. Ven una salida anticipada como las de Raúl Alfonsín, y más la de Fernando de la Rúa, como el certificado de defunción del movimiento popular. No sería sólo una derrota electoral sino una derrota en todos los planos.

Después de De la Rúa, el radicalismo progresista se apartó o se alió al kirchnerismo, y el aparato partidario fue condenado a servir de furgón de cola del PRO. Ni siquiera tuvo capacidad para instalar candidatos propios en las distintas alianzas, a pesar de poner el mayor despliegue territorial en la alianza derechista. La fantasía es que ahora suceda lo mismo con el kirchnerismo.

Los precios de los alimentos empezaron a bajar en los mercados internacionales. Pero estos agrogarcas piensan que ganarán más con la devaluación y mantienen su producción en los silos. Rusia y Ucrania acordaron esta semana en Turquía dar salida a los granos que producen, lo cual hará bajar más aún los precios.

El gobierno encaró el conflicto como una pulseada que se decide en el tiempo, porque de hecho no tomó ninguna medida. El problema es que el empresario rural podrá perder algunos pesos, pero el gobierno pierde más por el desgaste.

Desde la recuperación del campo después de De la Rúa este conflicto con los gobiernos de turno se ha repetido, incluso con el de Mauricio Macri. Se ha convertido en un problema crónico que se deberá tomar en cuenta igual que el carácter bimonetario de la economía. La escena interminable de los silos repletos de grano constituye la imagen más descarnada de desprecio a los argentinos. Todo el mundo tiene derecho a su ganancia, pero este sector no puede tomar de rehén a todo el país cada vez que le viene en ganas.

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