Por: Nelson Castro. De los micrófonos ocultos al “diablo con sotana”: el detrás de escena de una guerra silenciosa que terminó en derrota.
Si hay algo que ha caracterizado a Cristina y a Néstor Kirchner es la corrupción, la mentira y el egoísmo. A eso hay que agregarle el transfuguismo: estuvieron al lado de Carlos Menem, con Domingo Cavallo y con Eduardo Duhalde, a quienes traicionaron y denostaron.
En este marco de mentiras y de uso de las personas para su propia conveniencia se ubica la relación del matrimonio Kirchner con Jorge Mario Bergoglio. “El mundo extraña a Francisco”, dijo CFK durante el reportaje con Gustavo Sylvestre por C5N en el que anunció su candidatura a diputada provincial por la tercera sección electoral del primer estado argentino, para agregar que “no había lugar para dos grandes hombres como su esposo, y el entonces arzobispo de Buenos Aires”. La verdad es absolutamente diferente: los Kirchner consideraron a Bergoglio un enemigo al que persiguieron en forma sistemática y obsesiva. Néstor Kirchner –un corrupto y un déspota– lo llamó “el diablo con sotana”.
La inquina de los Kirchner se hizo manifiesta en toda su dimensión cuando en 2005 decidieron no asistir al tradicional Te Deum del 25 de mayo para no escuchar la homilía crítica del arzobispo de Buenos Aires. Tanto lo detestaban que, durante el cónclave que eligió Papa a Joseph Ratzinger, habían intentado operar para bloquear las chances de Bergoglio quien, siendo uno de los más votados, decidió declinar su postulación en aras de la unidad de la Iglesia.
A pesar de los embates que recibía desde la Casa Rosada, el entonces cardenal que, como todo jesuita era un cerebro político, siguió alzando la voz crítica contra las conductas autoritarias del expresidente y de su esposa. Por lo tanto, decidió no permanecer indiferente ante el proyecto de reforma de la Constitución de la provincia de Misiones presentado en 2006 para habilitar la reelección indefinida del entonces gobernador Carlos Rovira. Ese proyecto era fuertemente apoyado por Kirchner quien buscaba posibilitar una segunda reelección del gobernador de la provincia de Buenos Aires Felipe Solá. Así, el 29 de octubre se desarrollaron los comicios para elegir la Convención Constituyente que debatiría la modificación de un solo artículo de la Constitución provincial: el que impedía la reelección indefinida del gobernador. Fue en ese momento que irrumpió en la escena política monseñor Joaquín Piña, un jesuita español que fue el primer obispo de la Diócesis de Puerto Iguazú, quien se puso al frente de una coalición que se opuso a ese proyecto. El arzobispo de Buenos Aires avaló la candidatura de Piña quien terminó ganando la elección por amplio margen, sepultando así no sólo las aspiraciones de perpetuación en el poder de Rovira sino también, por carácter transitivo, el proyecto de reelección indefinida no sólo de Solá y el del gobernador jujeño Eduardo Fellner. El hecho ahondó aún más la bronca del kirchnerismo contra Bergoglio.
En medio de esas tensiones crecientes se llegó así en 2008 a la crisis con el campo desencadenada por la Resolución 125. Allí se alzó nuevamente la voz del arzobispo quien tuvo una postura absolutamente crítica hacia el Gobierno. Tras la derrota del kirchnerismo producida por el voto no positivo de Julio Cobos, sobrevino una tormenta política que forzó la renuncia de Alberto Fernández a su cargo de jefe de Gabinete. Su reemplazante fue Sergio Massa, quien convocó como colaborador a Jorge O’Reilly, abogado y empresario, miembro supernumerario del Opus Dei quien, obviamente, era opuesto a Bergoglio. Corría el mes de agosto de 2008 y la relación con la Iglesia atravesaba un momento crítico que se veía agravado por el hecho de que El Vaticano no terminaba de conceder el plácet para la designación del Dr. Alberto Iribarren como embajador ante la Santa Sede a causa de su condición de divorciado. En ese contexto, Massa y O’Reilly pergeñaron un plan para mejorar la relación con Roma que incluía un acuerdo de desplazamiento del arzobispo de Buenos Aires, iniciativa que contó con el apoyo de sectores conservadores de la Iglesia en la Argentina y en El Vaticano. Los que conocen al detalle esta maniobra coinciden en señalar que el elegido por el kirchnerismo para sustituir a Bergoglio era el obispo de Zárate-Campana, monseñor Oscar Domingo Sarlinga. La orden de llevar adelante esa intrépida maniobra fue de Néstor Kirchner. La embestida contra el futuro Papa –que estaba convencido de que tenía todos los teléfonos pinchados y de que la SIDE, manejada en ese tiempo por Antonio Jaime Stiuso había colocado micrófonos ocultos en todo el edificio del arzobispado– fue brutal. Los que lo visitaban en su despacho recuerdan que ponía música para que los micrófonos no captaran el contenido de las conversaciones.
Como se dijo más arriba, los sectores conservadores de la Iglesia de la Argentina y del Vaticano también tuvieron un protagonismo relevante en este episodio. Entre los mencionados como partícipes de esta maniobra aparecen Esteban Caselli y el ex-Nuncio Apostólico, monseñor Adriano Bernardini.
Cuando Bergoglio se enteró de esto reaccionó con su típico buen humor y con acción. Entre los que lo anoticiaron de esta maniobra estuvieron el canciller Jorge Taiana y el secretario de Culto, Guillermo Oliveri. Testigos privilegiados de esta historia indican que, ante esta circunstancia, el arzobispo le hizo llegar a Massa, quien nunca terminó por desmentir el hecho en forma contundente, documentación comprometedora acerca de monseñor Sarlinga quien, en 2015, debió renunciar a su cargo ante numerosas acusaciones que incluían malversación de fondos, abuso de poder e inconductas.
Ante estas complicaciones, la maniobra fue abortada. Bergoglio nunca olvidó esto y por ello no asistió a la despedida de monseñor Benardini, quien fue trasladado a Roma en diciembre de 2011 –ni tampoco recibió, ya siendo Papa, a Massa. El 13 de marzo de 2013, día de la elección de Bergoglio como Sumo Pontífice, fue para el kirchnerismo una gran derrota. El 20 de marzo CFK, luego de asistir a la Misa de Iniciación, fue recibida por el papa Francisco. En esa larga reunión, en la que ridículamente pretendió explicarle cómo usar el cuero de ante que le había llevado de regalo, le pidió ayuda. Fue ese el momento en que el Santo Padre, que nunca la quiso, la perdonó.
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