El presidente de la Nación y su mano derecha protagonizan la mayor escalada contra los trabajadores de los medios de las últimas décadas. La incitación a la violencia planificada llevó a la Argentina a empeorar en el ranking de libertad de prensa. La disputa por la mediación entre Estado y sociedad civil.
Por: Martín Piqué.
La advertencia apareció en la cuenta verificada de Javier Milei en la red social X. Era el epílogo de un posteo de 30 líneas titulado “mensaje a los periodistas”. “Si no empiezan a pedir perdón -exigía el presidente de los argentinos-, cada día valdrá más la frase: ‘la gente no odia lo suficiente a los periodistas’.” El tuit fue difundido el martes por la tarde. Horas después, Santiago Caputo fotografiaba con su celular la credencial de ARGRA del reportero gráfico Antonio Becerra, colaborador de Tiempo Argentino. El mismo Caputo, consiglieri de Milei y última revisión de su firma según el propio jefe de Estado, había arrancado la semana con un eslogan –nuevo leit motiv del mileísmo– desde una de sus identidades paralelas en la red. “No odiamos suficientemente a los ‘periodistas’. Todavía”, había marcado la estrategia quien se presenta en X como “John”, usuario de la cuenta @MileiEmperador.
Esa amable invitación a odiar a los periodistas tanto como se lo merecen siguió escalando en la palabra pública. Y fue el propio Milei, desde la cúspide de la comunicación mileísta, quien convirtió la provocación en un ritual cotidiano, reiterativo. El miércoles, el jueves y el viernes de la última semana incluyó en sucesivos posteos de su cuenta de X la frase que convoca a odiar a los periodistas. A odiarlos “suficientemente”. El in crescendo, por supuesto, no era –ni es– casual. Es una estrategia planificada. Una decisión que, más allá de todo tipo de cuestionamiento ético, considera que direccionar ciertos descontentos hacia “los periodistas” es útil políticamente.
¿Por qué Milei, Caputo y hasta quienes aportan a la narrativa ultraliberal desde posiciones subalternas, como el influencer Daniel Parisini (“Gordo Dan” en redes) convocan al odio contra quienes hacen periodismo? ¿Por qué llegaron a proponer que el gobierno “meta preso” a alguno “por decreto”, como aconsejó Parisini el jueves pasado? Ese tuit apareció –no casualmente– al día siguiente de un nuevo posteo largo contra “los periodistas” firmado por el propio Milei. “Preguntas”, lo tituló el mandatario. Y allí pretendió reflexionar sobre la práctica periodística y cruzar eso con la actualidad del país: reprochó, entre otras cosas, que los periodistas “odien las redes sociales” porque, según dijo, las plataformas les quitan capacidad para “extorsionar y chantajear”.
Foto: Antonio Becerra
El raid contra “los periodistas” coincidió temporalmente con una serie de agresiones a personas que trabajan en medios. Simbólica o directamente física, la violencia se descargó también sobre quienes realizan tareas de reporteo en condiciones de freelance. Dos meses atrás, el fotógrafo Pablo Grillo quedó gravemente herido por el impacto en su cráneo de un cartucho de gas disparado durante la represión del 12 de marzo, en una marcha de jubilados que contó con el apoyo de hinchadas de fútbol. La primera reacción pública de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, fue definir a Grillo como “un militante kirchnerista vinculado a la Municipalidad de Lanús”.
Hace 15 días, el periodista y titular del grupo El Destape, Roberto Navarro, fue golpeado desde atrás por una persona que acompañaba a un tercer individuo que lo había insultado luego de reconocerlo. Ocurrió en el lobby de un hotel. Estuvo 48 horas internado en el Instituto del Diagnóstico porque Navarro suele recibir anticoagulantes por un antecedente de ACV.
La saga contra la prensa incluyó también amedrentamientos como los que Milei direccionó esta semana, por un lado, a Carlos Pagni, columnista en La Nación y conductor en LN+, y por otro a dos conductores conocidos de A24, señal informativa del Grupo América de propiedad compartida por Daniel Vila, José Luis Manzano y Claudio Belocopitt. Según versiones que circularon recientemente, Milei habría intentado presionar para que esos dos conductores sean despedidos o desplazados de las franjas horarias más atractivas y con más influencia de la programación.
La ofensiva contra “los periodistas” lanzada desde las usinas oficiales siguió escalando a lo largo de la semana. Y la polémica motorizada desde Casa Rosada atrajo a voces de otros ámbitos, como si actuara una suerte de imán, cierta fuerza gravitatoria: el filósofo Alejandro Rozitchner y el empresario Marcos Galperín, fundador de Mercado Libre, salieron prestamente a darle eco a la postura oficial. Buscaban ampliar el impacto. “Materias en la carrera de periodismo: mentir, difamar a los honestos, proteger negociados”, posteó el primero; “la libertad de expresión es para todos, no sólo para los periodistas”, dictaminó el segundo, con supuesta autoridad, también en X.
La pura casualidad o el calendario preestablecido por una ONG con presencia en todo el mundo quiso que la arremetida del mileísmo coincidiera con la publicación del informe anual sobre libertad de expresión de Reporteros Sin Fronteras (RSF). Ese relevamiento publica un mapa con un ránking que clasifica el respeto o los diversos grados de incumplimiento de la libertad de prensa en 180 países alrededor del planeta. El resultado de la Argentina empeoró desde 2024 a 2025: pasó del puesto 66 al 87 (los números más altos corresponden a los países que peor tratan a los periodistas y que ignoran brutal y catastróficamente el derecho a la libertad de prensa, apelando para eso a la violencia, siendo el peor Eritrea, en el noreste de África, rankeado como 180).
Foto: Eduardo Sarapura
Para la Argentina de Milei, el informe de Reporteros Sin Fronteras contiene una serie de cuestionamientos muy fuertes que hacen foco, justamente, en la intención de “fomentar la hostilidad hacia los periodistas”. Según la entidad, “el candidato de extrema derecha elegido presidente en 2023” (por Milei) utiliza sus políticas para “lanzar ataques destinados a desacreditar a los medios de comunicación y a los periodistas críticos”. Y agrega que el objetivo gubernamental es que los partidarios del oficialismo “se hagan eco” de los ataques, de ese hostigamiento. Que lo repliquen e irradien.
¿Cuáles son las razones del proyecto mileísta para elegir al colectivo de “los periodistas” (que no deja de ser una generalización, como suele decirse en conversaciones más llanas) como destinatario de sus últimos ataques? En principio, la estrategia responde a un objetivo prioritario de lo que en el país representa La Libertad Avanza (LLA). Una búsqueda que no es exclusiva de estas latitudes: consiste en disputar el control de las mediaciones entre Estado y sociedad civil, mediaciones imprescindibles para una democracia liberal. Una de ellas es la prensa.
Así lo entiende, por caso, el politólogo, docente y consultor Gustavo Marangoni. “En la narrativa de Milei el problema son las mediaciones. Como el periodismo, que es intermediario entre la sociedad civil y el Estado. Y si algo destaca a Milei es buscar la ruptura de esas mediaciones: los políticos (menos LLA, claro), los periodistas, las cámaras empresarias, los sindicatos, todos tienen responsabilidad en la decadencia. Los outsiders aparecen cuando las dirigencias se encuentran frente a problemas insolubles. Y en la Argentina de los últimos años ese problema insoluble fue claramente la estanflación: no se pudo resolver ni el crecimiento económico ni la estabilidad monetaria. Entonces, Milei, desde su lógica, busca saltear las mediaciones existentes, o by-passearlas, para ir hacia un diálogo directo con los (sus) votantes”, señaló Marangoni, uno de los titulares de la consultora M&R Asociados.
Con experiencia en la función pública (fue titular del Bapro), Marangoni recomendó dos libros (Extrema derecha 2.0. Cómo combatir la normalización global de las ideas ultraderechistas, del historiador italiano Steven Forti, y La época de las pasiones tristes, del sociólogo francés François Dubet) para entender lo que se juega bajo la línea de flotación en el intento por demoler la mediación periodística: “La idea de generar un diálogo directo con el poder, desde las redes, sin embargo, no deja de ser una narrativa ficcional. Es un simulacro. El que busca mitigar las mediaciones existentes tiene el propósito, nunca explícito pero sí implícito, de crear mediaciones distintas. Y para eso esta administración tiene a sus periodistas. Que no son ensobrados, ni tampoco merecedores del odio, porque son los suyos”, deslizó Marangoni sin ocultar la ironía.
Mientras el mileísmo intenta su ofensiva, quienes ejercen la actividad periodística, aquellos que tienen la pulsión de informar y viven de eso, padecen otro problema propio del clima de época: los estudios de opinión pública reflejan que desde el final del siglo XX la actividad periodística ingresó en una fase de progresivo descrédito. En esa mirada crítica por parte de la sociedad, la prensa rankea bajo junto con otros actores sociales, como la justicia y el sindicalismo.
Sobre esta caída de la valoración social, Marangoni arriesgó una hipótesis: “Los periodistas tienen funcionamientos muy endogámicos y muy herméticos. Como también la justicia y los sindicalistas, aunque por motivos diferentes. No quiero usar la palabra corporativo. Por el contrario, no hay nada menos corporativo que la dirigencia política. Un político que denuncia a otro político en la Argentina es lo más usual del mundo. En cambio, es mucho más difícil ver periodistas que denuncian a otros periodistas, o fiscales y jueces que denuncian a otros fiscales y jueces”, subrayó.
Con una mirada complementaria, el docente universitario e investigador del Conicet Martín Becerra reconoció “el proceso de desprestigio” que afecta “a los medios en general y a los periodistas como sector profesional” pero advirtió que esa situación debe ser analizada en detalle, para que “no paguen justos por pecadores”.
“Sabemos que hay diferencias crecientes y cada vez más marcadas dentro de la profesión periodística: son diferencias que separan, casi con un abismo, la realidad cotidiana de aquellas personas notorias que aparecen en radio y televisión pero que no saben cambiar el dispositivo de un telepeaje cuando compran un auto, o que no viajan en transporte público ni conocen la educación pública, del resto de los periodistas. Sin embargo, desde la perspectiva de alguien que mira la tele y es repositor de un supermercado, el periodista es el que aparece en la tele conduciendo un programa de TV y es un millonario que viene tergiversando, ocultando u acomodando los hechos desde hace muchos gobiernos”, diferenció Becerra.
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