Alianzas impensadas, fuego amigo y tratos por conveniencia: cronología política de un conflicto sanitario que lleva 150 días

Alianzas impensadas, fuego amigo y tratos por conveniencia: cronología política de un conflicto sanitario que lleva 150 días

La pandemia y la cuarentena obligó a todo el arco político a vivir en una negociación permanente sobre la aplicación de restricciones a la circulación y la caída de la economía a un ritmo vertiginoso

 

En la tarde del 19 de marzo Alberto Fernández recibió en la Quinta de Olivos a la mayoría de los gobernadores de la Argentina. Cuatro de ellos siguieron la reunión por Zoom. Fue una muestra incipiente del formato que tendrían las reuniones de trabajo en los meses siguientes. Luego de ese cónclave el Presidente brindó una conferencia de prensa junto dos gobernadores peronistas y dos de Juntos por el Cambio. En el momento que le contó a los argentinos que deberían empezar a convivir con la cuarentena estaba acompañado por Axel Kicillof, Horacio Rodríguez Larreta, Omar Perotti y Gerardo Morales.

La puesta en escena de aquella tarde fue el primer mensaje político contundente de la pandemia. Fernández mostró que quería gestionar la crisis sanitaria generada por el coronavirus junto a la oposición. Entendió que no había otra forma de hacerlo. El mensaje para la sociedad tenía que ser contundente y empático. Para eso necesitaba contar con el apoyo de todo el arco político. Para mostrar que había una coincidencia con respecto a los pasos a seguir frente a un escenario incierto, desconocido y poco habitual. La chicana política se había convertido en un juego de niños ante la enorme gravedad de la pandemia.

“Es una medida excepcional que dictamos en un momento excepcional, pero dentro del marco que la democracia permite”, dijo Fernández ese día. Con el paso de los meses la medida dejó de ser excepcional para renovarse sistemáticamente cada quince días o tres semanas. La extensión de la cuarentena se concretó en 11 oportunidades. Los últimos tramos fueron menos útiles que los primeros. Por una simple razón. La gente se hartó de cumplirla y decidió participar de encuentros sociales clandestinos, o se arriesgó a transgredir un decreto presidencial por la necesidad imperiosa de trabajar y generar ingresos.

La reunión en la que Alberto Fernández le comunicó a los gobernadores que en Argentina comenzaría la cuarentena (Presidencia)

En un primer momento la prolongación fortaleció la idea del Gobierno de cuidar la salud de los argentinos y desnudó una grieta interna en Juntos por el Cambio. Quedaron expuestos dos grupos. Uno identificado como el ala dura y otra con un tinte más dialoguista. El primero comandado por la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, y respaldado por el ex presidente Mauricio Macri, y el segundo liderado por Horacio Rodríguez Larreta y la ex gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Dos miradas distintas sobre cómo gestionar un país con enormes deficiencias en el sistema sanitario y una crisis económica profundizada durante los últimos años del macrismo en el poder.

Macri, Bullrich y Miguel Pichetto fueron los primeros en castigar al gobierno nacional. Consideraron que las extensiones del aislamiento obligatorio estaban cortando la libertad de la gente y destruyendo la economía argentina. Fernández respondió con la herencia recibida, la enorme deuda que dejó la gestión de Cambiemos y puso su pie sobre la herida interna del principal espacio político opositor. “Hay dos sectores en la oposición. Los que gestionan y con los que estamos trabajando codo a codo, y los que cuestionan por Twitter”, repitió el Jefe de Estado. Los separó públicamente. Los dividió. Luego, ellos, tuvieron que aclarar que, pese a las diferencias, existía una buena convivencia bajo el mismo techo.

El Presidente se enfrentó públicamente con la oposición pero buscó dejar siempre a un lado a Rodríguez Larreta, uno de sus socios principales durante la gestión de la crisis sanitaria en el AMBA, el lugar donde actualmente se concentran el 80% de los casos y las camas de terapia intensiva están ocupadas en un 70%. Entrar en un conflicto con el jefe de Gobierno porteño no le convenía. Y, al mismo tiempo, le sirvió para que la interna de Juntos por el Cambio toque el punto de ebullición. Al ala dura no le gustaba, ni le gusta, ver a Rodríguez Larreta tan pegado al Presidente. La grieta nunca se terminó de cerrar. Ni siquiera con una crisis económica y sanitaria que hizo estallar los cimientos del mundo entero.

Alberto Fernández junto a Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta, una postal que se repitió a lo largo de los 150 días de cuarentena (Presidencia)

Los últimos meses de pandemia obligaron a Fernández fortalecer un triangulo de actores indispensables para la gestión diaria. El vértice siempre fue él. El encargado de dar la palabra final. Los otros dos puntos fueron Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, quienes, aún con varias diferencias en la toma de decisiones, se vieron obligados a llegar a acuerdos permanentes y cíclicos para llevar a cabo una política sanitaria sin desajustes. Fue, hasta aquí, un vínculo con vaivenes, cuestionamientos públicos y diferencias de criterios en la aplicación de las regulaciones. Una película que también protagonizaron sus ministros. Sin embargo, acordaron. Y ese solo hecho es un triunfo para la política argentina, donde los puntos de contacto entre oficialismo y oposición suelen ser mínimos.

Kicillof es un duro. Es su estilo. Confrontativo en el discurso, extremadamente riguroso en las estadísticas y poco flexible en la negociación. Un intendente de Juntos por el Cambio lo definió así: “Con Axel en algún punto acordas. No es fácil de llevar en la negociación. Tenes que armarte de paciencia. Pero en algún momento podes llegar a un acuerdo”.

El jefe de Gobierno porteño lo vivió en carne propia. Sobre todo cuando el gobernador bonaerense le dijo, en público y en privado, que el AMBA debía ser considerado como un solo mapa sanitario y que abrir en la Ciudad de Buenos Aires, mientras los casos crecían, era, al mismo tiempo, una acción que iba a multiplicar los contagios en el conurbano, debido a que un porcentaje elevado de bonaerenses trabaja en la Capital Federal. Insinuó que era un irresponsable. Luego, la tensión bajó.

En ese triangulo Alberto Fernández terminó siendo un mediador. Porque por más que conduzcan dos distritos diferentes y tengan potestad de gobernar con distintos tipos de criterios, no ponerse de acuerdo para las medidas del AMBA resultaba un peligro latente para el día a día del conglomerado urbano más transitado del país y, en consecuencia, para la capacidad y atención de sus sistema de salud.

En la mayor parte de la pandemia Rodríguez Larreta se aferró a un discurso moderado pero, al mismo tiempo, a una clara intención de avanzar con mayor velocidad que Kicillof en la flexibilización de actividades. Esa idea multiplicó los roces pero no rompió el triangulo. Al final, los encuentros cada quince días y las comunicaciones permanentes, le dieron mayor dinamismo a una relación que en la actualidad está muy aceitada y funciona sin mayores contratiempos.

El Presidente mantuvo un diálogo fluido con los gobernadores durante los meses de cuarentena

Las diferencias siguen existiendo y Rodríguez Larreta sigue dando un pequeño paso al costado cuando necesita mostrarlas. A veces con frases sutiles y otras con acciones más claras. En el último cónclave que tuvieron logró llegar a un acuerdo para poder avanzar en la apertura de comercios en la zona más transitadas de la ciudad y habilitar un puñado de deportes individuales. Se lo permitió, en gran medida, los datos epidemiológicos del territorio porteño, donde lleva cinco semanas teniendo un promedio de 1100 casos diarios y la curva, según estiman, está bajando lentamente. Cada uno jugó siempre con las cartas que tenía a mano.

Kicillof también marcó sus diferencias en público. Se encargó de resaltar en los Zoom que mantuvo con intendentes del conurbano, o en algunas entrevistas periodísticas, que el principal foco de contagio fue y es la Ciudad de Buenos Aires, y que luego se expande por todo el conurbano. “Es la realidad”, suelen decir en el gobierno bonaerense, donde no siempre son políticamente correctos y se aferran a los datos duros para argumentar los cuestionamientos. Más allá de las críticas solapadas, mostraron voluntad de encontrar un punto de equilibrio. Con tensiones normales de una negociación obligatoria entre equipos con diferentes camisetas.

El gobernador de Buenos Aires afrontó una tarea difícil en el comienzo de la cuarentena. Tuvo que llevar adelante una relación con los intendentes - tanto oficialistas como opositores - que no estaba aceitada. Los propios le cuestionan, hasta el día de hoy, sus formas de gestionar, sus críticas inoportunas a la gestión de María Eugenia Vidal en medio de conferencias de prensa sobre las medidas contra el coronavirus, y la actividad de su Gabinete, del que dicen que está compuesto por sus compañeros de facultad.

Axel Kicillof durante una de las videoconferencia con los intendentes (Foto: Mariano Sandá)

Esta última afirmación tiene una parte de verdad. Muchos de los ministros del gobierno provincial fueron compañeros o alumnos de la Universidad del actual mandatario. El caso más ejemplificador es el de Carlos Bianco, el jefe de Gabinete, que fue alumno de Kicillof. Sin embargo, ese título no les quita mérito para gestionar ni para intentar llevar adelante el gobierno de una provincia con enormes problemas estructurales, de inseguridad y de pobreza.

La realidad es que confrontan dos miradas diferentes sobre cómo hacer política en el barro bonaerense. Cuando la pandemia quede a un lado, quizás las tensiones encubiertas de estos tiempos florezcan con el tema menos pensado. Mientras tanto, conviven. Como también lo tiene que hacer Rodríguez Larreta con aquellos que por lo bajo le cuestionan su acercamiento al Presidente y el Gobernador.

Mientras tanto, Kicillof llevó adelante la relación con los intendentes sin inconvenientes. Pudo hacer valer su autoridad y todos los jefes comunales, aunque a veces molestos, terminaron acudiendo al Gobierno para pedir fondos o para negociar la llegada de insumos médicos. Detrás de Kicillof siempre está Cristina Kirchner, su jefa política y la de todo el kirchnerismo, que amplió la base de poder en el territorio provincial en los primeros nueve meses de gobierno. Su figura sobrevuela en forma permanente sobre la gestión bonaerense. Y siempre será un dato importante a tener en cuenta por si algún jefe comunal quiere librar una batalla política y subterránea.

En estos 150 días de cuarentena los gobernadores fueron determinantes para el cumplimiento efectivo de las medidas. Bajaron un mismo mensaje en todas las provincias, apoyaron a Alberto Fernández sin pataleos y priorizaron, al igual que el Presidente, la salud por sobre la economía. Algunos, como es el caso de Sergio Uñac en San Juan, tuvieron buenos, e inmediatos, resultados epidemiológicos durante el aislamiento y no sufrieron demasiado impacto de la pandemia en el engranaje económico, productivo y financiero de sus provincias.

El Presidente durante un zoom con el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales (Presidencia)

Otros, como es el caso del radical Gerardo Morales, en Jujuy, tuvieron más de dos meses sin contagios, y pudieron abrir actividades a un ritmo mucho más veloz que el resto del país. En el caso específico de la provincia del norte argentino, esa apertura sufrió un retroceso en las últimas semanas como consecuencia de un rebrote del virus. Lo mismo le sucedió a Córdoba, Santa Fe y Río Negro, por citar algunos ejemplos. Fernández lo puso como ejemplo en su última conferencia, donde sostuvo que “la cuarentena no existe más” y que la única forma de combatir el virus “es reducir los contactos entre personas”.

No fue un reto a Morales, de hecho dijo que el gobernador jujeño había hecho lo imposible para no tener la situación que tiene al día de hoy, con sistema sanitario al borde del colapso. Pero le sirvió para darle volumen a su argumento de que si la gente no cumple con la cuarentena, entonces todo el fuerzo de estos meses podría incinerarse en pocos días. Además, fue un ejemplo que llevaba en su interior un doble sentido. La provincia más complicada es gobernada por un dirigente de Juntos por el Cambio, la fuerza donde las críticas contra la gestión de la pandemia comenzaron a multiplicarse en las últimas semanas.

La historia política de la pademia tuvo múltiples aristas, cuestionamientos cruzados y fuego amigo. Durante estos casi cinco meses Alberto Fernández hizo un esfuerzo por escapar de la grieta pero a veces cayó en ella; Mauricio Macri habló de falta de libertad y luego se fue del país junto con su familia; Cristina Kirchner se mantuvo ajena y no brindó su mirada sobre la gestión diaria y los preocupantes números que llevan la marca del coronavirus.

El anuncio de la producción de la vacuna en Argentina generó un horizonte más certero para la sociedad (REUTERS/Agustin Marcarian)

En Juntos por el Cambio pusieron el hombro para afrontar la crisis sanitaria pero también invitaron a romper la cuarentena en protestas masivas en la vía pública; en el Frente de Todos el peronismo del interior marcó su autonomía pero respaldó al Presidente sin peros, mientras que el kirchnerismo se dividió entre la responsabilidad de la gestión y la crítica militante al último gobierno. Kicillof y Rodríguez Larreta jugaron su propio partido. Casi siempre. Fue lo más lógico. Lo que les dio un buen resultado a los dos. Sin ser amigos, sin creer en la misma forma de entender y aplicar la política.

En 150 días de cuarentena la sociedad pasó del miedo al hartazgo y de la preocupación a la decepción. De la incertidumbre a la decisión concreta de romper las reglas, y del cumplimiento efectivo del aislamiento a la subestimación de las restricciones vigentes. También pasó de la desazón por un futuro sin fronteras a la semi tranquilidad de una vacuna salvadora. En el medio siempre estuvo la política. Los políticos. Con sus guerras internas y su capacidad para darse la mano en momentos límites. Y, a esta altura, no caben dudas que el coronavirus llevó a la Argentina y al mundo a una situación límite. Y dolorosa.

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