Omisiones, falsedades y agresiones

Omisiones, falsedades y agresiones

Por Joaquín Morales Solá

La prioridad de Alberto Fernández no es el país ni el gobierno, sino agradar siempre a su vecina de al lado

Es inútil esperar otra cosa. La prioridad de Alberto Fernández no es el país ni el gobierno, sino agradar siempre a su vecina de al lado. Ayer osciló entre parecerse a un aburrido pastor evangélico o semejarse a un agresivo general de Putin. Quien no se quedó dormido antes de la primera media hora de su discurso ante la Asamblea Legislativa, pudo ver luego el in crescendo de su diatriba contra la oposición. Necesitará a los opositores si quiere que su acuerdo con el Fondo Monetario salga aprobado del Congreso. Es inútil también la esperanza albertiana de agradar a Cristina Kirchner, porque esta no lo quiere y le desconfía. Le desconfiará siempre. “Nunca me olvidaré de ese traidor, hasta el día de mi muerte”, les dijo a varios interlocutores la actual vicepresidenta cuando aun era la jefa del Estado. Se refería a Alberto Fernández. La extraña y desesperada coalición de 2019 terminó con este resultado híbrido, que se exhibió ayer en el principal recinto del Congreso, en el que ni ella puede hacer su imaginaria revolución contra el mundo ni él puede acertar con un gobierno sensato.

El discurso de Alberto Fernández debe leerse o escucharse más por las cosas que omitió o deslizó con segundas intenciones que por lo que realmente dijo. No se le escuchó una clara condena a la Rusia de Putin por la criminal invasión a Ucrania. Solo sobrevoló el conflicto con frases que decían muy poco. Un gobierno que cambió cinco veces de posición en cinco días sobre esa tragedia política y humanitaria confunde a los argentinos y a los extranjeros. ¿Cómo reclamar por las islas Malvinas, con la efusión y emotividad que lo hizo ayer el Presidente, cuando no se tiene clara una posición sobre la espectacular ocupación militar de Ucrania por parte de Rusia? A la frase prorrusa de Santiago Cafiero de ayer (“no hay que elegir entre dos bandos”) se le sumó la alusión meliflua del Presidente sobre la guerra en Ucrania, que Ucrania no buscó. Todo eso sucedió un día después de que el mismo Cafiero condenara con claridad la ocupación del territorio soberano ucraniano en un discurso ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. ¿Cuál es la posición última y verdadera? “La última nunca es la última”, resumió un ministro que milita en el albertismo. Si no hay que elegir entre dos bandos, es porque los dos tienen algo bueno y rescatable. ¿Qué tiene de bueno la Rusia de Putin después de haber matado a civiles en Ucrania, de haber provocado un masivo éxodo de personas de su propio país y de haber amenazado la paz mundial con el uso de un poderoso armamento nuclear? ¿Acaso existe una opción moral entre un país pacífico que está siendo invadido y una potencia militar y nuclear que avanza sobre un territorio soberano con el método de un patotero barriobajero? En definitiva, ¿es Rusia una opción moral?

La política exterior proclive hacia los regímenes iliberales quedó expuesta en ese discurso presidencial. Algodones para hablar de la masacre de Rusia en Ucrania y elogios efusivos para China porque aumentará el swap; es decir, enviará más yuanes al Banco Central argentino. Fulbito para la tribuna. El Banco Central convierte los yuanes en dólares, pero solo en los papeles porque no son dólares. Ni siquiera sirven para pagar las importaciones de China; el régimen de Xi Jinping exige dólares, no yuanes, para sus transacciones comerciales. Ninguna mención a Estados Unidos, que le hizo a la Argentina la mayor donación de vacunas que recibió. Millones del inoculante Moderna llegaron al país por orden de Joe Biden justo en el momento en que Rusia había discontinuado el envío de su vacuna Sputnik. Ninguna agradecimiento tampoco al mensaje de Biden al Fondo Monetario para que no deje caer en default a la Argentina. El gobierno de Alberto Fernández se acerca a la triste posición de quedar al lado de Putin, que será de ahora en adelante un paria internacional. Ya lo es. Hasta China está tomando distancia de un desequilibrado que perdió el sentido de las proporciones. La historia existe (remember, como dice Cristina). En 2014, en París, en una conferencia de prensa al lado del entonces presidente francés Françoise Hollande, la actual vicepresidenta dijo textualmente: “Las Malvinas siempre fueron argentinas, como Crimea siempre fue de Rusia”. El video está en Youtube para el que lo quiera ver. De aquellos vientos vienen estas tormentas. La violenta anexión de Crimea, que formaba parte del territorio ucraniano, por parte de la Rusia de Putin en 2014 fue el principio del asedio constante a Ucrania, que estalló con la ocupación militar, violenta e inhumana, de estos días. No hay razones económicas, comerciales, geopolíticas ni estratégicas que expliquen la debilidad de Cristina Kirchner por el déspota de Moscú. Solo el resentimiento con los Estados Unidos, el despecho hacia la dirigencia norteamericana que nunca le dio el lugar que ella cree merecer. Ni Barack Obama ni Biden la tuvieron en cuenta. Y, para peor, Donald Trump lo conocía a Mauricio Macri desde los tiempos en que los dos eran empresarios. Tal vez la guerra de Ucrania sea la primera confrontación directa y armada entre el nacionalpopulismo (que encarnan tanto Putin como Cristina Kirchner) y las democracias occidentales. La Argentina de los Kirchner, con la obsecuente aquiescencia de Alberto Fernández, se colocó en el bando del populismo nacionalista. Eligió un bando. No es cierto lo que afirma Cafiero, cuando asegura, sin vergüenza, que no hay que elegir entre dos bandos. Su gobierno ya optó por uno.

Un Presidente manipulador y mentiroso (también excesivamente confrontativo) fijó el inició de la crisis económica en 2018, cuando gobernaba -cómo no- Macri. No es verdad. La economía argentina está estancada o en recesión desde noviembre de 2011, cuando su socia, Cristina Kirchner, acababa de ganar el segundo mandato. Ella dejó un déficit de 5,4 por ciento del PBI. Al déficit del Estado se lo puede encarar de tres maneras: con créditos, con ajuste o con emisión. No hay una cuarta alternativa. Macri prefirió hacer ajustes graduales con la ayuda de créditos internacionales. Tal vez no haya sido la mejor solución. Al final, cuando la economía internacional le jugó en contra, tuvo que hacer un severo ajuste hasta dejar en cero el déficit. Fue la consecuencia del acuerdo con el Fondo Monetario, que era entonces, al revés de lo que afirma Alberto Fernández, mucho más estricto que el Fondo de ahora. La actual conducción del organismo multilateral le exige al gobierno argentino que baje el déficit al 2,5 por ciento del PBI. Significa un ajuste, pero mucho más amable que el cero que le impuso a Macri.

El Presidente se va pegando tiros en los pies. Uno fue cuando aludió a la denuncia criminal que le hizo al gobierno de Macri (y a los entonces funcionarios del Fondo) por el crédito a la Argentina. Otra vez jugó para la tribuna (y para su vecina), porque contraer un crédito de un organismo multilateral es una decisión política no judiciable. Alberto Fernández lo sabe. También debería saber que un funcionario importante del Fondo que firmó el acuerdo con Macri es David Lipton, actual jefe de asesores de la poderosa secretaria del Tesoro norteamericano, Janet Yellen. Yellen es la que ordena las posiciones de la representación norteamericana en el Fondo. Lipton también será investigado por la insustancial causa abierta en la Justicia para que investigue el crédito del Fondo.

Tales referencias provocaron que la oposición estallara de bronca y que la bancada de Pro se fuera del recinto. La sonrisa de Cristina Kirchner indicó que el Presidente había acertado una vez al menos en su cambiante vida y había logrado su objetivo fundamental: agradarle a ella. Al mismo tiempo, descerrajó el segundo disparo a sus pies. La ausencia de Máximo Kirchner y el gélido recibimiento en el Congreso al Presidente por parte de Cristina indican que el cristinismo está más cerca de la abstención o de la ausencia que de votar a favor el acuerdo con el Fondo. Alberto Fernández necesitará a la oposición para aprobar ese acuerdo sin mostrar una extrema debilidad política. Un día antes, Alfredo Cornejo, presidente del interbloque de Juntos por el Cambio en el Senado, había dicho que la eventuales referencia agresivas del Presidente a la oposición condicionarían la posición de esta en la votación del acuerdo con el Fondo. Es el mismo Cornejo que ayer le gritó “¡Mentiroso!” al Presidente cuando este aludía al supuesto delito penal de Macri por haber gestionado el crédito del Fondo Monetario. El líder del bloque radical de Diputados, Mario Negri, tuvo también duras palabras para criticar el discurso presidencial. Cornejo y Negri expresan a la mayoría del pensamiento del radicalismo. Elisa Carrió eligió otra forma de contribuir sin acercarse al gobierno: su bloque presentó un proyecto por el que el Congreso autoriza austeramente el préstamo del Fondo, sin entrar en los detalles del acuerdo. “Es una posición ética y moral. El país no puede caer en default”, dijo Carrió para explicar su proyecto. No significa, por lo tanto, un aval a la política económica que decantará de ese acuerdo.

Alberto Fernández no dejó pasar ni los supuestos hechos de espionaje político por parte de Macri, todos denunciados por los servicios de inteligencia que controla ahora Cristina Kirchner. ¿Y cómo andamos por casa? El actual presidente denunció poco después de renunciar como jefe de Gabinete, en 2008, que su teléfono estaba siendo intervenido por las cloacas de la inteligencia al servicio de la entonces presidenta Cristina Kirchner. En el despacho del juez Marcelo Martínez de Giorgi duerme un sueño injusto una causa iniciada por el fallecido juez Claudio Bonadio, luego de que este encontrara en la casa de Cristina Kirchner en El Calafate carpetas de los servicios de inteligencia con informes sobre conversaciones de dirigentes políticos opositores y destacados empresarios. Bonadio también encontró en esa casa una carta original de San Martín que Cristina Kirchner había recibido como regalo de Putin, cuando este ya le había pegado el manotazo a Crimea. Todo tiene que ver con todo (Cristina dixit).

Ni la economía es la belleza que describió Alberto Fernández ni el futuro es el paraíso que él dibujo. La actividad económica de hoy es igual que la de 2019, cuando gobernaba su detestado Macri, salvo en algunos sectores industriales, en lo que hubo un pequeño incremento. Pero la falta de dólares preanuncia una caída en la producción industrial, que necesita de insumos importados, que se pagan con dólares. El futuro requiere de un país sin cepos y con reformas laboral, impositiva y previsional. Es lo que han hecho los países que progresan en el mundo. La Argentina vive con los paradigmas de hace 70 años, cuando el mundo y la economía eran muy distintos. Hay trazos parecidos también en las cuestiones económicas con Putin. El autócrata ruso acaba de instaurar un cepo a la transferencias de dólares al exterior. Obligó también a los exportadores a liquidar divisas extranjeras (dólares) para comprar rublos, la moneda rusa. La riquísima oligarquía rusa es amiga del poder o no es. El nacionalpopulismo no se agota en las formas ni en la política.

El acuerdo con el Fondo significará un importante aumento en las tarifas de la energía. El Presidente anunció que ese aumento estará apenas por debajo de los aumentos salariales. No habrá aumentos por debajo del 40 por ciento en un año en el que la inflación se pronostica entre el 55 y el 60 por ciento. Las tarifas subirán, por lo tanto, el 40 por ciento o más, depende de cuál sea el promedio general de los aumentos salariales. No hizo ese anuncio tan explícitamente, sino con rodeos, digresiones y, otra vez, ataques a Macri. Cristina Kirchner y Alberto Fernández parecen trabajar para Macri. Ellos lo eligieron como su enemigo número uno. ¿Por quién optará, entonces, la sociedad antikirchnerista cuando deba elegir al mejor referente contra la actual diarquía gobernante? Están cayendo en el mismo error que cometió Macri cuando la elevó a Cristina al podio de sus enemigos.

Sea como fuere, habrá ajuste. Alberto Fernández eligió la prosa poética de Dickens (“era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación”) para traer a la memoria la famosa frase de Álvaro Alsogaray: “Hay que pasar el invierno”. En ese instante, Cristina no sonrió ni aplaudió; al contrario, se apresuró a sacarle el micrófono al Presidente, que se convirtió en el primer presidente de la historia en no poder inaugurar formalmente las sesiones ordinarias del Congreso porque se quedó sin micrófono. Ella comenzó dándole una orden (“Dale, pedí un minuto de silencio”) y terminó quitándolo el micrófono. Una metáfora perfecta, desde el principio hasta el final.

Comentá la nota