El chavismo, kryptonita para un movimiento perdido en su laberinto. CFK y Massa, en silencio. Larroque y la CGT, en frecuencias distintas. Kicillof sufre.
Por Marcelo Falak.
El chavismo madurista en Venezuela ha sido un elemento divisivo del panperonismo que gobernó tan mal entre 2019 y 2023 que propició el ascenso del experimento de Javier Milei. Sergio Massa lo rechazaba, el cristinismo en general lo reivindicaba y Alberto Fernández –claro– fluctuaba.
Hasta este lunes por la noche, al igual que Massa, Cristina Fernández de Kirchner callaba sobre la elección venezolana del domingo, pero hubo quien pisó el palito. Acaso por el reflejo de tener que decir algo y por el automatismo de cuestionar a Milei, el ministro de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque, declaró a El Destape su "preocupación" por el hecho de que el Presidente esté "más preocupado por lo que pasa en Venezuela que por la realidad de su país. Además, tiene expresiones llamando a un golpe de Estado, sin respetar la voluntad de los pueblos".
¿Es la mejor idea que un excamporista menee la crisis venezolana de un modo un tanto irreflexivo, mostrando, cuando menos equidistancia frente a esa crisis? En efecto, ¿qué dice Larroque que ha ocurrido con la "voluntad del pueblo" venezolano? Sus dichos no se parecen en nada a la nueva canción que ensaya Axel Kicillof, jefe político del Cuervo. Justo cuando Milei, gracias a Nicolás Maduro, se acerca al sentido común más difundido en la Argentina, Larroque aleja de él al peronismo. Al menos la CGT compensó y reclamó la publicación de los datos electorales.
El problema adicional para Axel Kicillof
Por otro lado, Larroque le complica involuntariamente la vida al gobernador en momentos en que intenta retener para la provincia de Buenos Aires la megainversión de alrededor de 40.000 millones de dólares para la instalación de una planta de licuefacción del gas de Vaca Muerta y un puerto destinado a exportar ese producto al mundo. Para ello, Kicillof desmiente el mote de "comunista" que le cuelga el Presidente sólo para sancionar a Buenos Aires y resuelve un dilema ideológico de calado al dar por válido en el territorio provincial al abusivo Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), que evidentemente no le causa mayor simpatía.
Ese proyecto, maná del cielo en momentos en que Milei cumple con su vieja amenaza de fundir a los gobernadores no amigos, no sólo le cambiaría el futuro a la ciudad de Bahía Blanca y a la provincia más importante de la Argentina. También modificaría de raíz el perfil productivo y exportador del país, podría –¡ay, si el RIGI no fuera tan abusivo!– terminar de una vez con la tradicional escasez de divisas del país y generar un polo de actividad capaz de rivalizar en creación de riqueza y hasta en poder de lobby con el tradicional segmento agropecuario del Círculo Rojo.
Si ese plan se concretara, ya no habría un solo sector dueño de la canilla de dólares que desvela a todos los gobiernos. Es demasiado lo que está en juego como para timbearlo en un bingo tan pequeño.
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