Macri considera casi intolerable esa sensación de destrato que le prodiga Milei. Lo cree desagradecido: “Gracias a nosotros ganó la Presidencia y tuvo gobernabilidad estos dos años. Lo consiguió gracias al PRO”, comenta en privado.
Javier Calvo
“Decepcionado”. Mauricio Macri describió así su ánimo en las últimas horas, tras un nuevo desplante político de Javier Milei, que lo volvió a invitar a comer milanesas a Olivos, que le sigue diciendo “Presi”, pero que continúa sin atender ni una sola de sus recomendaciones.
Macri considera casi intolerable esa sensación de destrato que le prodiga Milei. Lo cree desagradecido: “Gracias a nosotros ganó la Presidencia y tuvo gobernabilidad estos dos años. Lo consiguió gracias al PRO”, comenta en privado.
Para un hombre como el expresidente, que se comportó en los ámbitos donde circuló siempre como un accionista mayoritario acaso más que como un líder (las empresas familiares, Boca, la política), no debe ser fácil aceptar que sus palabras caigan en saco roto.
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El malestar crece cuando siente que ese corrimiento sucede a partir de flamear sus propias banderas. Las del cambio. Las del equilibrio fiscal. Las de reducir la inflación. Las de alentar la iniciativa privada y la reducción del Estado. Las del antikirchnerismo. Todas se las arrebató Milei. Hasta la cercanía con Donald Trump. Ni una le dejó. Pobre Macri.
Espejismo mileísta, ferocidad peronista
Lo peor de todo es que este proceso de demolición mileísta sobre el macrismo se materializó con el respaldo del jefe PRO.
La consagración de esa lógica fue convalidar en gran parte del país, en especial en CABA (con la humillación electoral de mayo) y provincia de Buenos Aires, que las candidaturas amarillas mutaran a violetas. En muchos casos, con el formato de rendición incondicional.
Ministros de La Libertad Avanza pertenecían a la administración y última fórmula presidencial del PRO
En público, Macri le reclama al Gobierno que, en nombre de su propia experiencia, trabaje más en el mejoramiento y coordinación de sus equipos y que sea más institucional.
En ese marco, criticó la designación como nuevo jefe de Gabinete de Manuel Adorni y alabó al saliente Guillermo Francos, que hasta hace un tiempo estaba lejos de ser santo de su devoción. Pasaron cosas.
De esas demandas surgen ciertas contradicciones. Macri habla de su gestión como si realmente de ella hubiera participado “el mejor equipo de los últimos 40 años”, (¿se acuerdan?). Repaso pertinente: fue el único presidente que buscó la reelección y perdió.
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Otra. Ensalza su institucionalismo, al que Milei oportunamente englobó en el concepto “ñoños republicanos”. Conveniente olvido macrista de sus intervenciones en la Justicia, a través de carriles formales e informales, y de los zafarranchos de los servicios de Inteligencia, que abarcó a ajenos y propios.
Y otra. Macri le imputa a Milei falta de equipo de gestión. Resulta cuanto menos curiosa esta queja cuando en el Gabinete está la última fórmula presidencial por la que hizo campaña el expresidente. O más de la mitad de los ministros estuvieron en su administración o en el PRO. O que casi todo el equipo económico, empezando por el ministro o el presidente del BCRA, trabajaron en su Gobierno.
Tal vez la respuesta haya que encontrarla en que todas esas incorporaciones, hasta la más reciente de Diego Santilli como ministro del Interior, no fueron acordadas con el accionista mayoritario del PRO.
Tal vez con Milei se imaginó como el garante, como el cogobernante o como el Perón de Cámpora (uno al gobierno, el otro al poder). Sin embargo, luce reflejado por la sentencia icónica de Gardel y Le Pera en el tangazo Cuesta Abajo: “La vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser”.







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