Irán, Nisman y Netflix

Irán, Nisman y Netflix

por Jorge Fontevecchia

Netflix puede ser un gran constructor de subjetividad electoral: en Brasil le asignan a su serie sobre el Lava Jato, El mecanismo, el desprestigio del Partido de los Trabajadores de Lula, la consagración como héroe nacional del juez Sérgio Moro y gran parte del triunfo de Bolsonaro en las elecciones de 2018. En Argentina hay quienes opinan que si Jorge Lanata, por su enfermedad, no hubiera cancelado la serie de Netflix sobre corrupción durante el kirchnerismo, que se habría acordado para estrenar antes de las PASO de agosto, el resultado final de las elecciones hubiera sido otro. La traducción literal entre Brasil y Argentina siempre es imperfecta: durante el mandato de Michel Temer (el presidente posterior al impeachment de Dilma Rousseff) se agregaron 3 millones de pobres en Brasil, igual que con Macri en Argentina, aunque proporcionalmente mucho menos porque la población de Brasil es cuatro veces y media mayor que la de Argentina. Pero ese no es el punto, en Brasil no fue el propio Temer quien intentó su reelección, como aquí Macri, sino otro candidato que no cargaba con la mochila del ajuste. Macri nunca quiso cumplir el papel de Temer, de ser un presidente de transición, y como bien dijo Margarita Stolbizer esta semana, “es el culpable de haber traído de vuelta a Cristina Kirchner al Poder Ejecutivo”. Si Lanata hubiera podido filmar para Netflix su serie sobre la corrupción, otro podría ser presidente Quien sí hace esfuerzos por leer literalmente Brasil y Argentina en clave de lawfare, comparando a Sérgio Moro con Bonadio y a Lula con Cristina Kirchner, es Oliver Stone, quien está recorriendo Latinoamérica filmando su nuevo documental, South of the border, y en su paso por Argentina hace dos semanas entrevistó a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner juntos, a Juan Grabois y a mí. Oliver Stone, al recorrer el edificio de PERFIL, dijo: “Esta redacción es más linda que la de The Washington Post, me mudo de Hollywood a Buenos Aires y me vengo a trabajar aquí”. Es que el periodismo es un gran protagonista en estas historias, como lo demuestra el documental de Netflix Nisman, el fiscal, la presidenta y el espía, del director inglés Justin Webster, donde el redactor de la sección Política de la revista Noticias Rodis Recalt aparece repetidamente a lo largo de los seis capítulos. Rodis Recalt es quien más reiteradamente cubrió críticamente la trama de los servicios de seguridad al punto que la AFI dos veces le hizo un juicio por revelar nombres de sus agentes: una durante la gestión Parrilli-Mena y la segunda durante la gestión Arribas-Majdalani, y fue el único que había logrado hablar con Stiuso antes de la muerte de Nisman, a comienzos de diciembre de 2014, generando que echaran primero a Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher y luego al mismo Stiuso. El documental de Netflix tiene un punto fuerte en el anormal aumento de llamadas telefónicas entre Stiuso y distintos miembros de fuerzas de inteligencia el día de la muerte de Nisman, que se interrumpen al conocerse la noticia, y un punto débil al no registrar que Nisman había desestimado la denuncia del periodista Pepe Eliaschev sobre el pacto con Irán en 2011, dos años antes de hacerse público, clave para entender las muchas personales motivaciones del fiscal y su errática capacidad ponderativa. Irán o no Irán fue siempre la cuestión, más allá de Trump u Obama, o Cristina o Macri. Otro documental en formato cinematográfico es Los dos papas, también de Netflix, donde nuevamente en forma tácita otro periodista es el padre de la historia, en este caso Horacio Verbitsky, quien hizo público el conflicto de Bergoglio con sus subordinados en la Compañía de Jesús, Franz Jalics y Orlando Yorio. Los dos sacerdotes se negaron a cumplir la orden del entonces jefe de los jesuitas de dejar de evangelizar en las villas, lo que fue aprovechado por la dictadura militar para hacerlos desaparecer y torturarlos. La marca de ese trauma permite entender mejor la especialmente comprometida relación de Bergoglio con los más pobres. En cada uno de los documentales el protagonista principal queda bien. Queda bien Bergoglio, queda bien Nisman y queda bien Sérgio Moro. Ya había sucedido con la película Llámame Francisco, donde su coautor y guionista explicó esas lógicas: “Quisimos contar una mezcla del verdadero Bergoglio con un Bergoglio que es muy importante en la actualidad, por lo que representa políticamente. Bergoglio canaliza hoy la energía de todo un continente. Tuvimos la posibilidad de reforzar la parte que nos pareció importante”. Por eso el poder de los documentales en la construcción de subjetividad política puede ser mucho mayor aún que el del periodismo porque, mezclando imágenes reales que dan sensación de registro histórico se pueden permitir ficcionalizar asumiendo que se trata de una recreación. El Nisman y el Bergoglio de Netflix, como el Al Pacino de El Padrino, terminan más reales que el real En el documental sobre Nisman se percibe el esfuerzo de su director, Justin Webster, por tratar de mantener el equilibrio en un tema en el que la polarización hace estragos, pero aun así no pudo salirse del formato que el género impone para las biopics, que precisan de un protagonista con rasgos de excepcionalidad y no los de una persona a la que le tocó transitar una situación excepcional. De cualquier forma, en la relación de Nisman con Lagomarsino aparece la oscuridad de ambos en la cuenta de 600 mil dólares en el exterior a nombre de ellos sin declarar, y que Lagormasino testimoniara que la mitad de lo que cobraba en la fiscalía se lo “retornaba” a Nisman. Finalmente, Nisman, Bergoglio y Sérgio Moro son seres humanos con sus contradicciones, cuya idealización responde a la necesidad de las sociedades en cada momento para significar algo que los trasciende, y el cine y los documentales de Netflix son también consecuencia de esa demanda. 

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