Diario de una temporada en el infierno

Diario de una temporada en el infierno

El Gobierno se encamina a dar la batalla por la que fue elegido -bajar la inflación y achicar la desigualdad social- con un ejército a todas luces destartalado

Por Nancy Pazos

No solo no se hablan. Ya lograron que nadie quiera ser intermediario. Y, al parecer, no hay gesto público ni privado que pueda aplacar los ánimos. Al contrario. Un regalo de cumpleaños como el que ayer le envió Cristina Kirchner a Alberto Fernández (el libro Diario de una Temporada en el Quinto Piso de Juan Carlos Torre) desató un rapto de ira en el Presidente. El Gobierno se encamina así a dar la batalla por la que fue elegido -bajar la inflación y achicar la desigualdad social- con un ejército a todas luces destartalado. Cada uno atiende su juego y parecen hablar dos idiomas más que distintos, antagónicos.

A esta altura son contados con la mano los dirigentes que hablan en lo cotidiano con los dos. Sergio Massa es uno. El titular de la Cámara de Diputados ayer debió duplicar sus horas de protocolo diario para cumplir con ambos. Fue al acto oficial por el 40 aniversario de la guerra de Malvinas en la Ex Esma junto al Presidente y protagonizó junto a Cristina la entrega de medallas a ex combatientes en el Congreso. Su rol debe ser uno de los mas estresantes en estos días. Es el principal receptor de los reproches cruzados.

Nadie parece tener conciencia de la parálisis que afecta a la gestión. Ambos bandos parecen más preocupados en que el tiempo les dé la razón en sus respectivas convicciones, que en desandar las diferencias.

La dinámica actual es tan desgastante que el Gobierno fagocita hasta las “buenas” noticias. Esta semana pasó desapercibida la baja del índice de pobreza del 42 al 37%. Está claro que en el actual contexto inflacionario ese número más que marcar tendencia puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Pero cualquier otra administración hubiera conseguido al menos una semana de tranquilidad mediática. No estaría siendo este el caso.

Igual las cifras del INDEC merecen una lectura más profunda. El poder adquisitivo del salario en el país está tan deteriorado que hoy un empleo formal no te garantiza salir de la pobreza. Hoy sos pobre hasta con recibo de sueldo y aguinaldo. Por eso desciende mas rápido la desocupación que la pobreza. Con estos niveles salariales se podría llegar a desocupación cero y seguir teniendo millones de pobres.

El Gobierno es consciente de esa brecha. Viene conversando con la UIA y otras entidades la idea de darle un bono a los trabajadores que saldría directamente de las ganancias empresariales. Por ahora no quieren imponerlo. No quieren sacar un decreto. Quieren que sea optativo y por consenso. ¿No estarán reeditando la famosa frase de Juan Carlos Pugliese, el ministro de Alfonsín que cuando les habló a los mercados con el corazón le respondieron con el bolsillo?

Está clarísimo a esta altura que la mayor diferencia entre Alberto y Cristina es cómo se para cada uno frente a los poderes establecidos. Por personalidad y por convicciones, Cristina no dialoga. Impone o intenta imponer. Alberto estuvo el lunes tres horas con empresarios y sindicalistas (reunión insólitamente reservada a la que llevó solo a los ministros que considera propios en otro gesto de “independencia” o empoderamiento), se volvió a juntar en el Consejo Económico y Social y finalmente el viernes fue Martín Guzmán el que firmó un compromiso de recomposición salarial de cinco puntos. “Una sumatoria de buenas intenciones que no sirve para nada”, en léxico kirchnerista.

Algo de eso le quiso decir Cristina al Presidente ayer. Alberto estaba en Olivos festejando su cumpleaños con Evo Morales, Pepe Mujica su esposa Lucía Topolansky y Fernando Lugo, cuando la vicepresidenta hizo público su regalo. Enviarle “Diario de una temporada en el quinto piso”, no fue para -como creyeron los albertistas- comparar a Alberto con Alfonsín y presagiarle un final catastrófico en lo económico.

Cristina está convencida que Alberto tiene una mirada peligrosamente ingenua sobre las cuestiones más álgidas del poder.

Por eso revalorizó la anécdota de cuando el ministro de Economía radical viaja a Washington para pedir un préstamo para privatizar el polo petroquímico creyendo que la palabra privatización sería como música para los oídos del establishment financiero internacional. Pero se volvió con las manos vacías porque a Estados Unidos no le interesaba tener competencia regional con el desarrollo de ese polo en Argentina.

Alberto no necesitó escuchar la anécdota. Lo que llegó a sus oídos por terceros fue suficiente como para decidir que al menos ayer no abriría el regalo.

Hartazgo es la palabra que mejor sintetiza la relación. Hay quienes insisten en que lo peor ya pasó y que se avecinan semanas de calma. Lo cierto es que Guzmán ya advirtió que sin volumen político la guerra contra la inflación está perdida de entrada. El ministro hoy no tiene más interlocutores que sus pares y el Presidente. El kirchnerismo y el massismo le hicieron la cruz. Los primeros porque están convencidos que les mintió. Y los segundos porque esperan expectantes el recambio de esa cartera. Alberto resiste. Cree que entregar a Guzmán sería rendirse ante Cristina.

La vicepresidenta elige la acción. Ahora está embarcada en arrinconar a la oposición con el proyecto que se presentó en el Senado esta semana para pagar con dinero negro que tengan argentinos en el exterior parte de la deuda externa. Se vote o no se vote, para Cristina discutir el tema es llevar a Juntos por el Cambio al debate que a ella más le gusta.

Comentá la nota