Crucen los dedos y eleven plegarias: falta muy poco

Por: Carlos M. Reymundo Roberts. Histórico. Espectacular. Épico. Inolvidable. Después de tanto sufrir, estamos a un paso de la gloria: ¡el gobierno de los Fernández acaba de empezar su último año!

 

Cómo no estremecerse de emoción, cómo no exaltar la resistencia del pueblo argentino. Por Dios, qué gesta. Sé que puede parecer mucho tiempo, pero son apenas 12 meses, sin alargue ni penales. Hago un ferviente llamado a la calma y a la pacificación de los espíritus. El país ha dado muestras de paciencia infinita, y no es cuestión de aflojar en el tramo final. Ya los libros se ocuparán de este tiempo y de esta gente, suerte de malformación genética, anomalía existencial. “Puede pasar”, dice, ante ocasiones de gol pifiadas, Gustavo Kuffner en sus vibrantes relatos de los partidos del Mundial. Juan Pablo Varsky suele definir a Messi como “la rutina de lo extraordinario”. Estos tres años han sido la rutina de la ordinariez, y aun así la gente sigue aguantando los trapos, puro estoicismo. Tenemos a la selección en la final, y al Gobierno en el final. ¿Qué más se les puede pedir a los cielos?

Hay algunos paralelismos. ¿Quién daba un peso por Scaloni cuando, para sorpresa de todos, fue designado DT interino por la AFA? Solo había conducido brevemente un equipo juvenil. ¿Quién confiaba en que Alberto podía ser un presidente con autoridad si Cristina, para bajarle el precio, anunció su candidatura mediante un tuit? Otro interinato. De aquel técnico frágil y sin pergaminos, a su gran creación, la Scaloneta. De aquel presidente inesperado, a este presidente inexistente, animador de las Covid Fests en Olivos. Con Scaloni nos equivocamos: el propio Diego lo lapidó cuando dijo, por aquellos días, que no estaba en condiciones de dirigir “ni el tránsito”. Con Alberto también erramos fiero: los malos augurios se quedaron cortos. Es cierto: Scaloni tiene a Messi, y el profesor, a Massa.

Ahora sabemos que Scaloni se hizo acompañar por un cuerpo técnico de primer nivel: Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala, futbolistas que fueron cracks, todos con pasos por los clubes más importantes del país y de Europa, y que formaron parte de la selección en campeonatos mundiales. Al asumir, Alberto eligió para la Jefatura del Gabinete a Cafierito, que venía de fundir una librería; en Economía, a Martín Guzmán, que se fue cuando estábamos a punto de fundirnos; en Cancillería, a Felipe Solá, hombre de tierra adentro, del campo, animador de asados como gran contador de chistes (fue echado cuando estaba arriba de un avión y lo reemplazó Cafierito, con primer año de la Cultural Inglesa aprobado); en Seguridad, a Sabina Frederic, la antropóloga que veía un policía y le agarraban convulsiones (después llegaría Aníbal Fernández, cosa de meterles miedo a delincuentes y narcotraficantes), y en Salud, a Ginés, lobista de laboratorios y experto en vacunatorios vip. Wado de Pedro es un eficiente ministro del Interior, pero en el gabinete de Cristina: juega para otro equipo. Sería injusto no recordar las gestiones de un tal Basterra en Agrikultura, de Flowers Batakis, de Juan Cabandié y, especialmente, de Daniel Scioli, de célebre raid: en dos meses fue embajador en Brasil/ministro de Desarrollo/embajador en Brasil; un jugador de toda la cancha. Scaloni lleva ya cuatro años con el mismo cuerpo técnico; Alberto ha cambiado tantas veces de ministros que todavía no logra retener los nombres de los nuevos.

Ya se han hecho legendarias las emocionadas lágrimas de Scaloni y Aimar en el banco de suplentes. Así despediremos a Alberto, Cristina y su gabinete de científicos: llorando a mares.

Macri está en Qatar, festeja los triunfos argentinos, se codea con emires y jeques, y comparte palco con su amigo Macron, presidente de Francia. Alberto se debe estar revolviendo de envidia: la última celebridad en recibirlo fue Putin, que apenas le dedicó unos minutos porque estaba preparando la invasión a Ucrania. El profesor fue invitado a la final, pero obviamente decidió no ir; si mufa a la selección, no puede volver al país. Más injusticia todavía: la gran apuesta de Massita para hacerse de dólares es un generosísimo blanqueo de activos en el exterior. ¿Qué activos? ¡Los 54.000 millones que se llevaron los amigos de Macri! Presi y vice vienen machacándonos con esa monumental fuga y promoviendo juicios en los tribunales, para que ahora a Massita se le ocurra abrirles las puertas y perdonarles la vida. Extraño gobierno: es kirchnerista con Cristina, es nada con Alberto y es macrista con Massa.

Por pura cábala, yo insisto en la fórmula que me viene dando resultado: el país necesita más goles que dólares. Y si es cuestión de pedir, pidamos: más Scaloni, menos Alberto; más Messi, menos Massa; más fiscales y jueces que condenan la corrupción, menos Cristina.

Crucemos los dedos, falta un día. Crucemos los dedos, toquemos madera, elevemos nuestras súplicas al más allá: solo falta un año.

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