Cristina pone los límites y obliga al Presidente a salir a dar explicaciones

Cristina pone los límites y obliga al Presidente a salir a dar explicaciones

La vicepresidenta redujo al mínimo histórico su presencia pública. Pero cuando interviene pone en marcha al kirchnerismo duro.

 

Cristina Kirchner consiguió en los últimos años dominar como nadie el arte de mantener silencio. Lo hizo cuando todavía estaba en el poder como presidenta y se dio cuenta de que machacar con cadenas nacionales a cada rato se había convertido en un peso. En los últimos cinco años dio algún discurso frente a los tribunales de Comodoro Py, grabó tres o cuatro videos para difundir en Youtube, escribió algunos posts en Facebook, publicó un libro y lo presentó en una decena de lugares. También habló dos o tres veces cuando le tocó presidir sesiones en el Senado, pero, si se cuentan los políticos relevantes de este país, es con seguridad la que menos intervino en las discusiones públicas. Ahora llevó esa reserva a mínimos desconocidos en la historia moderna de la Argentina política.

Esta semana, con un tuit, tal vez la intervención más pequeña que se puede hacer en el abarrotado mundo de las redes sociales, desató una catarata de eventos que obligaron a Alberto Fernández​ a ocuparse de la tarea que definió durante años su posición en el elenco de los políticos: bombero.

Luego de que la vicepresidenta citara una nota de Página/12 en la que se ponía en duda la efectividad del diálogo del Gobierno con empresarios (entre ellos, con algunos de los que habían cenado con Máximo Kirchner unos días antes) el Presidente tuvo que llamar por teléfono a Hebe de Bonafini y contestarle una carta a las Madres de Plaza de Mayo, que le dedicaron un texto con acusaciones más duras que cualquiera de las declaraciones que le arrojó la oposición desde que comenzó su mandato. También, Fernández salió a explicarle a los medios oficialistas en qué consiste su política frente a la Venezuela de Nicolás Maduro.

El Presidente suele decir que prefiere mantener las discusiones políticas, incluso las que existen dentro del Frente de Todos, en el ámbito público. No hay por qué dudar de esa convicción. Pero sí se puede decir que esos debates no siempre contribuirán a fortalecer a Fernández. En la política, además de ejercer el poder, hay que mostrar que se ejerce. Para decirlo en otros términos, un Presidente dando explicaciones por cada desvío de lo que algunos dirigentes o militantes de su espacio consideran el canon irrevocable se parece más a un Presidente que pide permiso que a un Presidente que gobierna.

Fernández llegó a la Casa Rosada por su evidente capacidad para comunicar y para discutir diferencias con interlocutores muy lejanos al kirchnerismo, algo que ningún otro dirigente del espacio puede hacer. Cristina lo eligió justamente por esa característica. Pero eso alcanza para explicar “cómo se llegó” al Gobierno. Todavía no se conoce el “para qué”, y esa incertidumbre es la que inquieta a los funcionarios y militantes que ven que Fernández se mueve con comodidad en las reuniones con Horacio Rodríguez Larreta, con los legisladores de la oposición o con empresarios que manifestaron una y otra vez su preferencia por Mauricio Macri​.

Esa inestabilidad en la alianza de Gobierno, que puede ser exasperante para algunos, no necesariamente conducirá a una ruptura en el oficialismo. En principio, en el Frente de Todos saben bien que las divisiones en el peronismo terminan en derrotas, sobre todo en una situación como la de ahora, con los jefes de Juntos por el Cambio dedicados casi exclusivamente a sostenerse juntos y no tanto a cambiar las cosas.

Pero además, el Presidente no puede alejarse de Cristina. Sin un territorio propio y sin un número de dirigentes leales suficientes como para llenar por sí mismos las listas electorales, no hay hoy ningún indicio que haga pensar, por ejemplo, que el año próximo pueda modificarse la división ganancial que le permitió a Fernández designar a sus ministros y dejarle a Cristina todo el manejo del Poder Legislativo, incluidos los acuerdos con Sergio Massa.

Cuando se lo preguntan, Fernández dice que conversa con Cristina cada vez que lo cree necesario. Algunos de sus ministros admiten por lo bajo que hay áreas, como la de la Justicia, donde todo está condicionado a la opinión de la Presidenta.

En la economía, en cambio, lo más probable es que el Presidente no tenga demasiado que consultar con su vicepresidenta. Le tocó transcurrir su época montado a un animal que no existía: el kirchnerismo sin plata. La situación es tan delicada que ni siquiera puede aumentar el gasto público en la misma medida en que lo hicieron sus colegas presidentes en la región, que volcaron en sus economías montos que no puede permitirse la Argentina, incluso la Argentina que tiene a la Casa de la Moneda imprimiendo sin pausa en tres turnos las 24 horas y gastando el 40% más de energía eléctrica que el año pasado.

Esas carencias alteraron cualquier perspectiva de mejora económica para este año y condicionarán fatalmente el panorama político para 2021. En los años electorales suele expandirse el gasto público. ¿Cómo logrará el Gobierno hacer esa proeza, luego de un año en que el Estado entregó el IFE a la mitad de los hogares argentinos, pagó los sueldos de miles de trabajadores privados y asistió a las provincias con montos astronómicos? El Presidente necesitará que se ponga en marcha el sector privado, ya que no existe forma en que el Estado reemplace a las empresas como generadoras de empleo y como motor de la economía. Esas empresas están manejadas por los empresarios que el Presidente invitó para celebrar el 9 de julio a la Quinta de Olivos, el evento al que aludió, en tono crítico, la nota periodística que citó Cristina en el tuit que abrió todo.

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