¿Qué tiene Kicillof en la cabeza?

¿Qué tiene Kicillof en la cabeza?

Massa ganó en la Provincia por una diferencia de solo 1,7 por ciento de los votos. Incluso en los distritos donde el peronismo creció, también subió Milei con el aporte del PRO. El futuro. Los intendentes. Las obras públicas. La puja que se viene.

 

Por Martín Granovsky

Axel Kicillof, el principal sobreviviente en el peronismo.

El peronismo subió 8 puntos respecto de la primera vuelta en la provincia de Buenos Aires, pero esa diferencia no fue suficiente. Más aún: el hecho notable del balotaje es que Javier Milei subió 23,4 puntos. Por eso para la Presidencia la diferencia entre Sergio Massa y Javier Milei en la Provincia terminó siendo exigua: el 50,85 por ciento para Unión por la Patria y el 49,15 para Javier Milei. Massa triunfó en el principal distrito del país, y principal distrito del peronismo, por solo un 1,7 por ciento. Eso, y las derrotas terminantes en Mendoza y Córdoba, explican el aluvión de Milei.

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La cifra se dio a pesar de que en el mayor distrito de la Provincia, La Matanza, el peronismo y sus aliados obtuvieron un resultado similar al de 2019: subieron 8 puntos respecto de la primera vuelta y sacaron el 61,20 por ciento frente al 38,80 por ciento de Milei, que subió 16 puntos desde el 22 de octubre. Allí hay una diferencia con el 2019, porque entonces la brecha entre el peronismo y la segunda fuerza osciló en el 40 por ciento y no en el 23 por ciento como en esta segunda vuelta. Para quienes, en política, se dedican a subestimar a los adversarios, el aporte de Mauricio Macri con dinero, fiscales y entusiasmo antiperonista fue básico.

También en Lomas de Zamora, el segundo distrito del conurbano en cantidad de electores, Unión por la Patria subió 8 puntos y llegó a 58,55 por ciento. Pero La Libertad Avanza aumentó casi 20 puntos y llegó al 41,45 por ciento.

El tercer distrito es La Plata. La tendencia fue la inversa. Milei subió tantos puntos (un 27,9 por ciento) que llegó al 50,54 por ciento y quedó primero en la capital de la Provincia. También allí Massa obtuvo casi diez puntos más que en la primera vuelta, pero su 49,46 por ciento quedó detrás de los números del candidato de la extrema derecha ultraliberal.

En Bahía Blanca, donde el peronismo recuperó la intendencia el 22 de octubre, Milei se impuso por 63,39 por ciento frente al 36,61 por ciento. Milei avanzó nada menos que 30,4 por ciento. Massa avanzó solamente el 8 por ciento, una cifra similar al promedio de la Provincia. La ola nacional fue un tsunami.

Distritos como Avellaneda cumplieron con el objetivo fijado por Massa, de aumentar la diferencia en su favor. La cifra llegó al 57,54 por ciento, es decir un 8,5 por ciento más que en la primera vuelta. Pero Milei creció 22 puntos y alcanzó el 42,46 por ciento.

Durante toda la campaña el gobernador Axel Kicillof insistió en que su objetivo no era convertir la provincia de Buenos Aires en un refugio del peronismo sino lograr que el distrito fuese la palanca para un triunfo de Sergio Massa. En privado los dirigentes peronistas dijeron a este diario que eso significaba llegar, como cifra ideal, a un 60 por ciento de los votos. La cifra alcanzada fue de 10 puntos, con el dato añadido de que Milei logró capitalizar buena parte de los votos de Juntos por el Cambio y, aun sin ganar, completó la ola de la Región Centro del país. 

La futura relación con Milei

Lo cierto es que el balotaje convirtió el refugio no buscado en un refugio alcanzado. Con todas sus dificultades, claro. Es verdad que la Provincia aporta alrededor del 40 por ciento de los recursos coparticipables de la Argentina y recibe alrededor de la mitad. Pero también fue verdad, con el gobierno de Alberto Fernández, que el presupuesto bonaerense fue engrosado con aportes del Tesoro nacional más allá de ese 22 por ciento de los papeles. 

La pregunta es si un gobierno de Milei Presidente mantendrá esa cifra o tratará de ahogar a la Provincia de Buenos Aires. Una respuesta inicial diría que optaría por el segundo camino. Pero aquí aparece la historia: ¿un gobierno nacional puede asfixiar no solo a la Provincia sino al Gran Buenos Aires sin que explote, y sin que esa explosión salpique con sus esquirlas la estabilidad general? No se trata de conspiraciones encabezadas por supuestos complotadores peronistas, y ni siquiera del ejercicio liso y llano de la oposición. Es un proceso natural que nunca tuvo excepciones. Ni en el siglo XX ni en el siglo XXI. 

Más aún. Al revés de 2015, cuando Mauricio Macri ganó la Presidencia y María Eugenia Vidal la gobernación de Buenos Aires, esta vez no hay simultaneidad alguna. Kicillof triunfó sin vueltas el 22 de octubre, con 19 puntos de diferencia sobre el segundo, Néstor Grindetti de Juntos por el Cambio. Ese triunfo inapelable le permitió la reelección y ahora, a la vista de los resultados del balotaje, lo convierte en dos cosas al mismo tiempo. Por un lado, una rara avis nacional nada menos que a la cabeza de la provincia más grande la Argentina: el 50 por ciento del Producto Bruto Interno, casi el 40 por ciento de la población, el 37 por ciento de los electores. Por otro lado, un posible portador de efecto demostración sobre cómo se pueden ganar elecciones con una visión concreta que atiende la inversión social en educación, salud infraestructura y modernización penitenciaria. A lo cual debe sumarse, además, una política pública de acercamiento a los productores rurales que consiguió superar la barrera creada con la resolución 125 de 2008.

Los caminos de Kicillof

¿Cuál será el plan político de Kicillof? Cualquiera es libre de especular lo que se le antoje. Por lo pronto, Kicillof es la máxima referencia ejecutiva del peronismo, y encima en la provincia de Buenos Aires. Es decir que es la máxima referencia en medio de un páramo casi absoluto. Pero al mismo tiempo conviene rastrear su forma de construcción:

Sin despegarse de la referencia de Cristina Fernández de Kirchner, a quien al menos hasta ahora sigue reivindicando como jefa, hizo un trazado propio, que incluyó la candidatura a la reelección como gobernador contra la opinión de Máximo Kirchner, el líder de La Cámpora, una agrupación que de todos modos avanzó y quedó al frente de 13 municipios, entre ellos Lanús y Quilmes. Las obligaciones de la gobernabilidad, presupuesto incluido, pueden llegar a limar asperezas en lugar de agudizarlas. Ese trazado abarcó un abanico de alianzas. Primero con una parte de los intendentes, empezando por Mario Secco de Ensenada, Jorge Ferraresi de Avellaneda y Fernando Espinoza de La Matanza. Luego con los gremios más afines, como el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires. Más tarde con un anillo de gremios industriales que incluyó a la Unión Obrera Metalúrgica y al Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor. En otro paso más se incorporaron a la campaña de reelección los movimientos sociales, el Evita incluido.Una especulación habitual es si Kicillof le disputará a Máximo la presidencia del Partido Justicialista bonaerense. Quienes especulan con esa eventualidad parecen no haber leído a Juan Perón: el PJ importa cuando hay elecciones. Fuera de elecciones lo único que vale es el Movimiento. Entonces, ¿para qué emprender una batalla sin sentido práctico?Al margen de mejorar la relación con los intendentes (y no solo con el tridente más afín), Kicillof en la campaña nacional de Massa trabajó a la par de otros gobernadores como los de Formosa, Tucumán, La Rioja y Catamarca. Si se lanzará ahora a una proyección nacional, teniendo en cuenta que su mandato termina en 2027 y no tiene reelección, es una incógnita. A la vista de su estilo de construcción una apuesta ganadora diría que no. O al menos no tendrá ningún apuro por hacerlo. Otra duda es cómo queda, después de esta derrota, el liderazgo relativo de Cristina Fernández de Kirchner, que jugó un rol testimonial al no poder liderar políticamente la marcha del gobierno. Es una duda doble: si quiere y, si queriendo, podrá. Aunque nada debe darse por seguro cuando se trata del futuro, Kicillof podría encontrarse con un vacío a llenar más allá de su voluntad de hacerlo. Fenómeno que podría acentuarse porque sería el funcionario peronista de más rango para discutirle a Milei no quién tiene razón, cosa tan inútil en política como en la pareja, sino quién es capaz de resolver mejor las urgencias populares.

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