La parálisis que desangra al Gobierno

La parálisis que desangra al Gobierno

Por Ernesto Tenembaum

El Frente de Todos se convirtió en un territorio donde nadie confía en nadie y el poder está tan repartido que es difícil entender dónde realmente está. Así las cosas, difícil que haya una estrategia criteriosa y ordenada para paliar la crisis económica

Por Ernesto Tenembaum

En las últimas semanas, el Indec ofreció dos muestras categóricas de la evolución de la situación económica al informar, por un lado, el alza sistemática de la inflación y, por el otro, el fuerte aumento de la cantidad de pobres en la Argentina. Ambos datos, naturalmente, están vinculados entre sí: como suben fuerte los precios, hay más cantidad de pobres. Y hay más pobres que casi nunca. Y los precios suben más rápido que casi nunca. El panorama se completa con otro elemento muy delicado. En el último mes se fueron del Banco Central USD 1.980 millones, a un promedio sostenido de cien millones por día. Pero no es cuestión de un solo mes. En lo que va del año, las reservas disminuyeron en USD 2.995 millones: es el peor trimestre de los últimos veinte años, en un mercado donde está controlada la posibilidad de acceder a la moneda extranjera. Es todo un sistema de cosas que ha empezado a crujir de manera muy evidente.

Todo eso junto refleja que, ocho meses después de la asunción de Sergio Massa, las cosas no han mejorado sino todo lo contrario: más inflación, más pobreza, y una angustiante situación de caída de reservas. En los comienzos de su gestión, Massa explicaba que era necesario atacar a la inflación desde distintos flancos. Uno era el acuerdo entre trabajadores y empresarios para ir amortiguando la carrera entre precios y salarios. Eso no está ocurriendo. La idea de que los principales precios de la economía no se moverían por encima del 4 por ciento anual nunca funcionó: o no hay productos, o se cobran más alto. Las paritarias, además, se cierran al ritmo inflacionario. Otro flanco de ataque a la inflación era la necesidad de mostrar fortaleza en el Banco Central: tampoco está ocurriendo, como reflejan todos los números. Es cierto que la sequía cumple un rol central en todo esto. Ese dato puede atenuar la responsabilidad del Gobierno, no los resultados que, al final del día, son los mismos.

Para tratar de aliviar esta situación, el presidente Alberto Fernández y su ministro de Economía intentaron la semana que termina conseguir algo de ayuda económica en los Estados Unidos. El viernes por la mañana, voceros del palacio de Hacienda se preocuparon por difundir que ambos volverían con USD 5.000 millones, lo que daría algo de aire: antes habían sugerido que llegaría financiamiento de Qatar, o de Brasil. Aquellas cosas no ocurrieron. Esto también parece ser una ilusión. Mayoritariamente, se trata de dinero que así como llega se va para pagar vencimientos de la deuda con el mismo Fondo Monetario. Ante la desesperación, el Gobierno se apresta a anunciar otros mecanismos para que los dólares de la exportación -esta vez no solo provenientes de la soja- se puedan liquidar a precios más cercanos a los paralelos. Pero eso se sabe que termina en una emisión de dinero por parte del Banco Central, que vuelve a presionar sobre algunos de los tantos dólares que existen. Más brecha, más presión y, finalmente, más inflación.

Todos estos problemas se acrecientan por una dinámica oficial que sigue muy trabada. Ahora ya no es solo el rechazo recíproco entre el presidente y su vice. Cada día aparecen versiones de un nuevo enfrentamiento entre Alberto Fernández y Sergio Massa. La semana pasada, Malena Galmarini se quejó por las versiones en contra de su marido que, según dijo, surgían de la Casa Rosada. El mismo Massa admitió la existencia de esas tensiones aunque las adjudicó a la naturaleza misma de la política. Ayer, en algunos portales se contó que el ministro estaba furioso porque el Presidente se había reunido en los Estados Unidos con Martín Guzmán, como si eso fuera un delito, y se especuló con la posibilidad de que el massismo emitiera un documento lapidario en contra de Alberto Fernández. Es un territorio donde nadie confía en nadie y el poder está tan repartido que es difícil entender dónde realmente está. Así las cosas, difícil que haya una estrategia criteriosa y ordenada.

Alberto Fernández y Sergio Massa,

Un alto funcionario del Gobierno describió de esta manera lo que está pasando: “El albertismo y el cristinismo son dos ejércitos en guerra. Los funcionarios de uno y otro sector no se dirigen la palabra. Alberto y Cristina, menos que menos. Puede haber más diálogo de cada uno de ellos con la oposición que entre ellos mismos. Massa le informa al Presidente solo lo indispensable pero cuida al extremo su relación con Cristina. Por eso, tampoco tiene las manos libres para poder encarar algún plan antiinflacionario con cierta audacia. Y todo eso genera una parálisis frente a la realidad”. En otras palabras, si el Presidente quisiera hacer algo para controlar la situación, no podría. Si el ministro lo intentara, tampoco. La Vicepresidenta parece estar afuera de la gestión, pero la controla a través del ministro. Todo muy normal.

Las preguntas que recorren los despachos oficiales y a todo el sistema económico es en qué momento se terminan las reservas y qué sucederá cuando esto ocurra. El monto de reservas de libre disponibilidad, esto es, la cantidad de dólares que tiene el Estado para abastecer el funcionamiento de la economía no es un dato que el Banco Central informe cada día. Por eso, cada cual puede decir lo que quiera. Sin embargo, si las pérdidas se mantienen a los niveles de marzo, ninguna persona seria cree que la situación aguante más que algunas semanas. ¿Cinco, diez, quince? En cualquier caso, el límite está demasiado cerca. El diagnóstico de lo que sucedería en esa eventualidad varía según las fuentes consultadas, lo que quiere decir que nadie lo tiene demasiado claro. Sea como fuere, se puede pensar en lo mismo que pasa ahora pero mucho peor: más inflación, más recesión, más inestabilidad, más pobreza.

Durante la semana que asumió Massa, los principales medios de comunicación analizaban la posibilidad de una entrega anticipada del poder. En esos días había una corrida fuerte contra el peso, producto de la renuncia de Martín Guzmán, luego de un demoledor ataque por parte de la vicepresidenta Cristina Fernandez de Kirchner. En medio de la desesperación, el gobierno había designado a Silvina Batakis en el Palacio de Hacienda. Las versiones arreciaban. La ominosa imagen del helicóptero volvía a aparecer en el horizonte.

La llegada de Massa logró calmar un poco las aguas. Durante tres meses se impuso cierto ordenamiento político que logró frenar la corrida y bajar un poco la inflación. En pocas semanas se conocerá que la inflación de marzo es casi tan alta como la que había cuando renunció Guzmán. No hay corrida. No hay crisis política. Y, sin embargo, los precios vuelan. Si a eso se le suma la presión sobre las reservas, se entiende por qué algunos fantasmas que parecían lejos, empiezan a volver a atormentar al oficialismo.

Así las cosas, las preguntas han cambiado en muy pocas semanas. Hasta diciembre, se referían a si Massa realmente podría bajar la inflación al ‘trescomaalgo’ que prometía en ese entonces, y si en ese caso podría encabezar una propuesta presidencial competitiva. Ahora, son otras: si el esquema de controles de cambio podrá resistir en los meses que vienen de manera en que los dólares paralelos no escalen a niveles que terminen en una devaluación descontrolada, con los efectos ya tan conocidos en el sistema económico y social. ¿Qué preguntas habrá que hacerse en pocos meses? No es lo mismo ir a una elección con una inflación del 100 por ciento estable que con una situación caótica y mucho más angustiante aún. Tampoco será igual el futuro del país -y el destino de los actuales funcionarios- en un caso o en el otro.

Quedará para el futuro el debate acerca de por qué las cosas ocurren como ocurren. Quienes rechazan al Gobierno destacarán su incapacidad de gestión, sus divisiones permanentes, la manera en que los distintos líderes del Frente de Todos no lograron siquiera conversar para ver cómo enfrentar los desafíos de una realidad endiablada. Quienes lo defienden enumerarán las gravísimas circunstancias que condicionaron al Gobierno desde su asunción: pandemia, guerra, sequía. Dentro del Gobierno unos dirán que fueron saboteados desde el primer día y otros que el presidente designado no entendió nunca las reglas del juego.

En todo caso, las urgencias de estos días requerirían que el peronismo cierre filas y logre presentar alguna idea mínima sobre cómo enfrentar estos problemas tan serios.

Pero el peronismo, como se ve, no es el que supo ser.

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