Por: Pablo Sirvén. Foucault acuñó el término, pero ya los romanos, con “pan y circo”, tenían en claro cómo empaquetar a los ciudadanos.
“Pan y circo” y “Roban, pero hacen” fueron durante mucho tiempo consignas inquietantes pero, en cierto modo, honestas en cuanto a que planteaban crudamente dos caras convivientes de la política: una mejor y otra peor. Hace rato ambas quedaron obsoletas porque han sido violentamente amputadas. Ahora solo hay “circo” sin pan y “roban”, pero no hacen. Bien podría ser una síntesis angustiosa contemporánea de las versiones originales.
La primera consigna viene rodando desde hace varios siglos, más precisamente desde que se la acuñó en la Roma imperial. A “Panem et circenses” se refiere el poeta latino Juvenal en su Satira X, alrededor del año cien de nuestra era. Época de la “pax romana”, con el imperio en expansión y gran estabilidad, las carreras de carros y los combates entre gladiadores eran los espectáculos preferidos. Ya entonces, al mismo tiempo, Julio César ordenaba regalar o vender trigo a precios muy bajos a 200.000 beneficiarios. Tres siglos después, el emperador Aureliano hacía repartir dos panes gratuitos diariamente a 300.000 personas.
La expresión, que significa que con solo atender necesidades muy básicas, pero con un buen envoltorio de entretenimientos, los pueblos se mantienen dóciles y sin ánimos de rebeldía, se fue manteniendo en el tiempo, con ciertas adaptaciones como, por ejemplo, “pan y toros”, de los españoles de los siglos XIX y XX, o el “pan y fútbol”, aplicable a la anestesia social que por sus poderosos efectos distractivos y de satisfacción meramente virtual en las sociedades actuales de distintas latitudes tiene ese deporte.
El “Roban, pero hacen” es una consigna mucho más nueva y autóctona. Desde hace un par de décadas apunta a justificar cierto grado de corrupción, siempre y cuando el gobernante no se olvide de beneficiar de alguna manera a su electorado. El año pasado la consultora y militante peronista Mayra Arena fue denunciada por apología de la corrupción tras justificar que “es una parte necesaria porque aceita algunos engranajes”, particularmente en la obra pública, que es algo que queda y genera múltiples fuentes de trabajo directas e indirectas. “Soy pro corrupción, porque estimula que hagamos todo el tiempo”, dijo con descarnada franqueza.
Desde que Alfredo Martínez de Hoz, durante la última dictadura militar, reemplazó la matriz productiva de la economía argentina por una de índole financiera que estimula la especulación con ganancias rápidas vía compra y venta de bonos y acciones, tasas de interés atractivas y cambio fijo, ningún gobierno pudo salir del todo de ese callejón sin salida.
Administraciones peronistas de distinto cuño (el menemismo, con la Convertibilidad y las privatizaciones; el kirchnerismo, con precios controlados, cuantiosas regulaciones, subsidios y mayor presión tributaria) lograron momentos pasajeros de alivio consumista superficial evaporados en los cíclicos episodios de “reventones” cambiarios. Y a los gobiernos no peronistas (Alfonsín, De la Rúa, Macri y Milei) siempre les toca el magro papel de “ajustadores”, sin contar con respaldo legislativo suficiente para encarar necesarias reformas laborales, previsionales y tributarias.
Con imágenes de Trump y de Milei, la filósofa y psicoanalista francesa Cynthia Fleury se refirió días atrás por Radio France al “cansancio democrático” y a la “teatralización obscena” de la política en estos tiempos. Recordó que Michel Foucault en su curso Los anormales, destacó la existencia de una “soberanía grotesca” que está presente desde la antigüedad y que podría definirse como “la fuerza que se entrega en exhibición”.
Así como en la vidriera pública no parecen entusiasmar a Javier Milei las rutinas presidenciales serias, en cambio se ve que disfruta mucho, y está en su salsa, cuando protagoniza exhibiciones histriónicas como el show de autohomenaje en el Movistar Arena y las giras proselitistas que viene haciendo por Mar del Plata, Mendoza, Corrientes y Chaco.
En el interior concedió salirse del escueto staff de periodistas amigos que siempre lo entrevistan al otorgar microentrevistas de diez minutos a representantes de dos medios locales en puestas en escena y luces digitadas por su documentalista personal Santiago Oria. Tanto el cronista como el presidente conversan de pie. Luego Oria se encarga de enviarle el video sin cortes y tal cual se grabó al entrevistador. En Mar del Plata se le salió la cadena a Milei con Mariano Suárez, de Canal 8. Lo acusó de “operar” simplemente porque le preguntó algo sobre José Luis Espert, a quien había defendido hasta último momento, pero ahora le fastidia que le pregunten por él. En cambio, al responderle a viva voz a un vecino que lo insultó desde un balcón, le dijo: “Igual, te estoy arreglando la vida”. Sonó irónico.
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