El manejo de la crisis empezó en la Casa Rosada con una línea, pero mutó con la participación de los Menem. “Hacen lo que quieren”, dicen en Las Fuerzas del Cielo sobre los riojanos, principales apuntados del caso
Por Brenda Struminger
A seis días del estallido de la peor crisis libertaria, desatada por los audios sobre supuestas coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), ya no hay una estrategia unificada en el Gobierno para controlar daños. En cambio, las distintas alas -a veces enfrentadas- del oficialismo ensayan discursos incoherentes entre sí, cambian el eje con el paso de las horas y apuntan en variadas direcciones.
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Javier y Karina Milei siguieron como siempre con sus actividades de campaña y gestión, pero nada dijeron del caso. Y el vacío comunicacional que dejaron, sumado a las internas entre el sector del asesor Santiago Caputo y los Menem generaron un desorden discursivo que, por ahora, el oficialismo no logra cohesionar.
El sector del asesor, que suele lidiar con las situaciones de crisis, había determinado hasta el fin de semana que la mejor táctica era esperar a que actuara la Justicia y, mientras tanto, evitar poner en tela de juicio la veracidad del material y de su contenido. “Sería inverosímil”, decían el sábado.
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Los Menem, en cambio, se inclinaban por poner en duda la autenticidad de los audios con la voz del titular de la ANDIS, Diego Spagnuolo. Al final, dijeron que se trataba de una “operación”, sin dar mayores explicaciones de los autores (en principio, incluso habían sugerido que lo mejor era clamar ante la opinión pública que las supuestas grabaciones eran apócrifas y que habían sido trucadas o creadas a través de la inteligencia artificial).
Diego Spagnuolo
Después del viraje, Caputo sigue haciéndose cargo de la parte operativo de la auditoría de la ANDIS -por caso, ayer en Gobierno dejaron trascender que cambiarán el sistema de contrataciones y pasarán el organismo al área de Salud que maneja el ministro Mario Lugones, amigo del consultor. Pero la organización cabal de la estrategia, con la comunicación incluida, dejó de estar en sus manos.
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También hubo cambio de voceros. Hasta el lunes estaba decidido que el encargado de dar la cara y unificar el mensaje del oficialismo fuera el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Pero entre el sábado y el domingo hubo un cambio de planes y se decidió, con aval de Karina Milei que fueran los propios involucrados, Lule y -por extensión- Martín Menem quienes salieran a defenderse y a su jefa, sin apegarse al guion. “Hacen lo que quieren”, refunfuñaron en un despacho palaciego.
En los pasillos de la Casa Rosada, algunos críticos de los riojanos deslizaban que esperaban con ansias que Lule Menem presentara su renuncia. Pero en el entorno del subsecretario de Gestión Institucional evitaban contestar. En oficinas cercanas a las de Martín Menem también apelaban a la evitación: “Martín está dedicado principalmente a la tarea parlamentaria”, aseguraban allegados suyos mientras arreciaban los rumores de que podría ser desplazado de la presidencia de la Cámara de Diputados a partir de diciembre, con el recambio de autoridades.
La habitual falta de un único liderazgo -el mando del Gobierno, por acción u omisión, se divide entre Javier y Karina Milei- llevaron a la una multiplicidad de versiones y posiciones sobre el mismo tema. Según el despacho consultado, decían que preferían la cautela hasta que actuara la Justicia; que el audio había sido trucado; o que es real, pero que Spagnuolo mintió en una parte. Al mismo tiempo, apuntaban contra actores tan disímiles como la vicepresidenta, Victoria Villarruel; la diputada ex libertaria Marcela Pagano; o la oposición kirchnerista. En on the record, los Menem denunciaron una maniobra política, pero no dijeron quiénes creen que son los responsables.
Más allá de los trascendidos, el Gobierno en sus distintas vertientes también fue variando el discurso oficial, inclusive usando las mismas palabras pero en sentido contrario. Francos dijo que no ponía las manos en el fuego por ningún funcionario, mientras que Martín Menem repitió dos veces que ponía las manos en el fuego por su tío Lule, y por Karina Milei. Con el agravante de que el contraste entre un mensaje y otro se leyó puertas adentro y afuera del Gobierno como una respuesta tirante entre unos y otros.
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