La SIDE contra Aníbal Fernández por la historia del nuevo espionaje

Por: Eduardo van der Kooy

Esta vez nosotros no tenemos nada que ver". La frase no pertenece a ningún miembro de una organización guerrillera tratando de deslindar responsabilidades sobre alguna operación non sancta. La dijo a este periodista uno de los cuatro principales integrantes de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) que comanda Héctor Icazuriaga, un histórico amigo patagónico del ex presidente Néstor Kirchner.

El funcionario también refería a un episodio execrable: la presunción de espionaje y persecución sufrida en los últimos días por el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Sólo una víctima, seguramente, entre un montón de mortales de una práctica política que el Gobierno de los Kirchner nunca extirpó, pero que parece haber acentuado desde que el ex presidente debió mudarse de la Casa Rosada a la residencia de Olivos para dejarle a sillón presidencial a Cristina, su mujer.

La admisión del integrante de la SIDE revela que, en efecto, el organismo se entretiene desde hace mucho tiempo en las tareas de espionaje. Una ley del Congreso que apuntaba a convalidar ese tipo de acciones fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema. Y su vigencia caducó. Aunque el Gobierno, por lo visto, pareciera permanecer desinformado.

No sólo eso. Durante este año el presupuesto del organismo fue aumentado por los Kirchner un 20%. Se trata de un año electoral, con los resultados conocidos, que sucedió al prolongado conflicto con el campo que carcomió las bases políticas y sociales del Gobierno.

Pero la SIDE sostiene que en el capítulo que acaba de involucrar a Alberto Fernández no tiene nada que ver. ¿Y quién tendría que ver, entonces? Los hombres de inteligencia prefieren no pecar de imprudentes pero aconsejan reparar, por ejemplo, en quehaceres de rutina que también efectúa la Policía Federal. Tal vez, en los ratos de ocio que le permite el combate al delito. O, tal vez, esas desatenciones expliquen en parte por qué razones la delincuencia se extiende con el vértigo con que lo hace.

La Federal depende en la formalidad del Ministerio de Justicia y Seguridad. Así fue mientras el ministro era Aníbal Fernández. Ahora lo es Julio Alak, en algún momento intendente de La Plata. Pero el control fáctico de las actividades policiales sigue en manos del jefe de Gabinete flamante.

El escándalo por el nuevo espionaje surgió de un episodio menor que resulta incomprensible que haya adquirido semejante dimensión: un encuentro discreto entre Julio Cobos y Alberto Fernández. Una cita que debió ser normal para un Gobierno y una democracia normales que, está a la vista, no parecen serlo.

El funcionario de la SIDE asegura que aquel encuentro no fue registrado en ningún momento por el organismo. Y que la lógica de los sistemas de espionaje indicaría que se trató de un rastreo policial. "La información tuvo que haber llegado hasta la oficina de Aníbal Fernández", arriesgó.

No existe prueba fehaciente de que eso haya sucedido así. La reconstrucción de los hechos indica, en cambio, que el jefe de Gabinete fue quien le pidió a Alak que despidiera -por pedido de Kirchner- a su viceministra. Se trata de la abogada Marcela Losardo, que comenzó a tutearse con el poder cuando Alberto Fernández apareció como un hombre clave en el esquema de los Kirchner.

¿Kirchner dio la orden del despido luego de que Aníbal Fernández le informara al ex presidente sobre aquella cita de Cobos? Sólo ellos podrían saber la verdad, aunque el funcionario de la SIDE asiente suavemente con su cabeza.

Alberto Fernández parece no estar del todo seguro. Aunque no dejaron de llamarle la atención algunas declaraciones del jefe de Gabinete quien, sorprendido, preguntó porqué el ex funcionario no lo había llamado para quejarse por el despido de Losardo o la inclusión de Beatriz Paglieri, una mujer de Guillermo Moreno, en un lugar del directorio de la empresa Papel Prensa que, en la formalidad, correspondía hasta la semana pasada al ex jefe de Gabinete.

"Era mi amigo", se lamentó Aníbal, con tono de melancolía tanguera. Es cierto que los Fernández trabaron una buena relación en los tiempos kirchneristas. Es cierto que Alberto le sacó en los primeros tiempos varias papas del fuego a Aníbal en su relación tormentosa con Kirchner. Ese tipo de relación, casi, casi, abortó su continuidad con Cristina. Pero Aníbal no suele ser un hombre de rendiciones fáciles. Respondió con entereza a Alberto mientras éste estuvo en el Gobierno e, incluso, ya fuera de él. Por lo menos mientras ofició como ministro de Justicia.

Los vientos políticos empezaron a afectar esa relación cuando Aníbal fue empinado a la Jefatura de Gabinete después de la derrota de los Kirchner el 28 de junio. Ese ascenso fue saludado por Alberto, pero superado el primer entusiasmo alumbraron los problemas.

Las críticas en aumento de Alberto Fernández contra el Gobierno incomodaron al jefe de Gabinete. Lo incomodaron, sobre todo, por el martirio al que acostumbra a someterlo diariamente Kirchner cuando oye a su ex amigo y funcionario. Aníbal Fernández está ahora en la primera línea del poder y no puede jugar al distraído.

Quizás Kirchner y Cristina hayan advertido la reacción desmesurada que tuvieron contra el ex jefe de Gabinete por su encuentro con el vicepresidente. Al menos así lo comunicaron por un emisario.

Lo más revelador de este episodio, tal vez, no tenga que ver con esas menudencias. El episodio, en sí mismo, en su esencia, podría estar señalando el indigno ocaso de un ciclo político.

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