Las urnas castigaron una gestión sin rumbo

Las urnas castigaron una gestión sin rumbo
El escenario político de Salta está dominado por las secuelas de la elección del último domingo y las expectativas por las que se realizarán el domingo que viene.

Las elecciones legislativas nacionales mostraron a cuatro actores privilegiados. Urtubey, por más que no quiera reconocerlo ahora, puso a prueba su gestión. Él mismo habló de “plebiscito” y pidió para su hermano mayor un voto que, según el spot de propaganda, era de aval a su gobierno. Ese pedido y la promesa de dar quórum y votar a favor de lo que pida la presidenta fueron toda la oferta electoral de Rodolfo Urtubey. No se puede hablar de la propuesta de Cristina Fiore ya que de ella solo se sabe que se hizo famosa por votar a favor de la reforma judicial cuando se había comprometido a hacerlo en contra, y que su itinerario político la vio postularse en diversas fuerzas. Nunca había sido peronista ni kirchnerista hasta este año. Se supone que, por ahora, seguirá votando lo que le pidan. Sin embargo, el escenario nacional muestra señales de un cambio de rumbo. Algunos voceros del entorno de Urtubey ya hablan de “final del kirchnerismo” y, aunque el gobernador estuvo en la cumbre de mandatarios K en San Juan, todo indica que está sondeando cuidadosamente la dirección del viento.

Sus amigos dicen que su objetivo de máxima es intentar ser presidente en 2015; no desdeñaría ser el vice de alguien, pero también se resignaría a pelear una segunda reelección para proyectarse a nivel nacional recién en 2019.

Las urnas no lo ayudaron y el futuro no parece demasiado promisorio para él. La ausencia de la presidenta Cristina la dejó fuera, transitoriamente, de momentos cruciales en los que el kirchnerismo se muestra carente de liderazgo. Cuando ella regrese, tendrá que ungir a un sucesor. Mientras que la mayoría de los gobernadores K tienen importantes victorias para ofrecerle, Juan Manuel Urtubey le llevará la novedad de que en Salta, el 71 por ciento de los ciudadanos le votó en contra y que, si bien hay dos senadores que le prometieron obsecuencia, de los seis diputados nacionales kirchneristas, solo quedan cuatro. Guillermo Durand Cornejo, del MPS, y Pablo López, del PO, son nítidamente opositores. Es cierto, también, que cuando las encuestas dejaban a Amado Boudou sin candidatura porteña, Cristina lo nombró vicepresidente. La mala performance de Urtubey, sueñan en el Grand Bourg, no impediría que ella lo eligiera como su delfín, por encima de Daniel Scioli, que perdió pero que le garantiza hasta hoy más de tres millones de votos, contra los 121.000 del PJ salteño; en esa quimera, también quedarían postergados Jorge Capitanich y Sergio Urribarri, considerados hoy presidenciables. Parece difícil, pero queda por delante un trecho no muy largo, aunque crucial: la reacción de Cristina a su regreso.

El otro actor relevante es el Frente Popular Salteño. El triunfo en capital y la recuperación notable en todo el interior de la provincia dejaron en claro que para 2015 se plantea una propuesta de gobierno. Entonces sí, sin tapujos ni encubrimientos, confrontarán dos modos de pensar la provincia y, sobre todo, dos gestiones. Las de Juan Carlos Romero y la de Urtubey. Ambas reivindican al peronismo.

Alfredo Olmedo es un político llamativo cuya habilidad es la de mostrarse como el “antipolítico”. Quizá sin planificarlo, ocupó el lugar que hasta hace treinta y siete años ocupaban las Fuerzas Armadas en el imaginario colectivo: promete mano dura para la delincuencia y servicio militar obligatorio, sin detenerse demasiado en la observancia de la ley. Su voto, que cosecha entre el electorado de la derecha más profunda, prende, con su simplicidad, entre quienes se sienten abandonados por el Estado y librados a su suerte frente a los criminales, la droga y el desempleo. Su explícito pacto con Urtubey lo perjudicó. No se conocen los términos del acuerdo, pero el oficialismo insiste en mantenerlo vigente hasta 2015, con la esperanza de que lo ayude a frenar a Romero.

Como contrapartida está el Partido Obrero, convertido en la vedette por su desempeño en Salta capital. A diferencia de Olmedo, es un partido, con ideología, líderes, militancia y disciplina. Su sistemática posición opositora le permite captar el descontento de muchas personas desencantadas de una democracia algo híbrida. Queda por ver si el éxito del PO seguirá en ascenso cuando haya que debatir sobre cuestiones de fondo, y explicar en términos prácticos, por ejemplo, cómo se hace para aumentar sueldos y reducir impuestos que ellos anuncian. O cuando tenga que explicar el alcance de la estrategia de expropiaciones. Habrá que probar si los sectores medios que le dieron su apoyo, seguirán votando propuestas como que las autoridades de los hospitales sean elegidas en asamblea y sin evaluar las condiciones del postulante. Dentro de una semana, el escenario de Salta capital se volverá a modificar. El PO ya se imagina controlando el Concejo Deliberante de la capital y con un bloque de tres diputados provinciales. Así y todo, resulta difícil imaginar una Salta trotskista. Quien conoce al trotskismo por dentro encuentra difícil imaginar al PO en la conducción de un gobierno, revolucionario o no.

El Partido Obrero, este año, abandonó la periferia y se ubicó en el centro del ruedo. Su crecimiento, en parte, se debe al fracaso de la gestión de Urtubey. En Salta, lo que se pone en juego para estos cuatro actores será, justamente, la capacidad de gestión.

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