Incógnitas múltiples en el último bastión del cristinismo. Los votantes de la tercera sección electoral tienen la palabra. Una alternativa para salir de la encerrona: el caso Monteverde. Años de letanía y ensimismamiento.
Sebastián Lacunza
La Provincia de Buenos Aires se transformó hace tiempo en la casa por excelencia del kirchnerismo. En ninguno de los otros 23 distritos electorales, la vertiente peronista fundada por Néstor y Cristina Kirchner tiene hoy un peso tan decisivo como en la provincia en la que viven 37% de los habitantes de Argentina.
En el resto del país, la figura de Cristina sigue teniendo raigambre en segmentos populares y clases medias de tradición progresista —más o menos críticos—, pero dejó de ser una carta de triunfo años atrás. Por el contrario, en ciertas provincias —Córdoba, Mendoza, Capital Federal—, la asociación de las expresiones locales con el mundo Kirchner es una carta de derrota. En Santiago del Estero y Formosa, el kirchnerismo sigue obteniendo triunfos por amplio margen, aunque de la mano de liderazgos locales muy asentados, que manejan sus propias lógica a y hoy responden a la expresidenta, y mañana podrían no hacerlo.
Nadie es tan consciente de esa relativa debilidad como la propia Cristina, que desde 2015 se vio obligada a elegir tres candidatos presidenciales de su espacio que matizaran el signo kirchnerista, a costa de la contradicción intrínseca de la campaña, el borroneo programático y, en la última y traumática experiencia, la disfuncionalidad en el ejercicio del Gobierno. El eje Cámpora-Patria encontró una forma de asimilar el proceso: Cristina fue demasiado generosa al sacrificarse en pos de la unidad y la victoria, pero no fue correspondida por delegados incapaces, mezquinos o traidores.
Hasta hace un tiempo, los politólogos estimaban que el resultado electoral en la provincia de Buenos Aires era en sí mismo un buen predictor para todo el país. No sólo por la incidencia evidente de un distrito en el que viven más de tres de cada diez votantes, sino por la composición social, económica, laboral y demográfica, que hacía que el sufragio en Buenos Aires fuera proyectable a la Nación. En lo que va del siglo XXI, se abrió una brecha y esa interpretación dejó de valer. Varias elecciones recientes terminaron con el peronismo bonaerense unos cuantos puntos por encima del promedio nacional.
Si se afina la mirada, el peso determinante del cristinismo se circunscribe a la medialuna de unos cuarenta kilómetros que rodea a la Ciudad de Buenos Aires: el conurbano. En las principales ciudades del interior bonaerense, como Mar del Plata, La Plata, Bahía Blanca y San Nicolás, el comportamiento electoral se parece al de provincias vecinas con mayor presencia antiperonista y/o antikirchnerista.
No obstante, la delimitación de una expresión política en el conurbano sigue siendo de enorme significado. En 39 partidos del Gran Buenos Aires vive cerca de 25% de los 47 millones de argentinos. Entre las secciones primera (norte y oeste; Vicente López, San Martín, Moreno, Morón, Campana) y tercera (oeste y sur; Quilmes, Lomas de Zamora, La Matanza, Avellaneda, Lanús, Lobos), suman un padrón de 9,4 millones de electores, que se dividen en partes iguales.
Corresponde agudizar el foco para comprender dónde radica el corazón del voto cristinista/kirchnerista.
Mapas, votos y escenarios
La primera sección combina municipios urbanos con menor índice de necesidades básicas insatisfechas y mayor presupuesto por habitante del país (Vicente López, San Isidro, Morón, Tigre), otros heterogéneos en su composición socioeconómica (San Martín, Tres de Febrero), terceros más humildes (José C. Paz, Merlo, Moreno), unos cuantos con importantes áreas rurales (Suipacha, Las Heras, Campana, Navarro) y los que contienen cascos urbanos relevantes y, en las afueras, concentran la mayor cantidad de barrios privados, separados de otros abiertos y humildes, paredón de por medio (Pilar, Escobar, Tigre).
En la segunda vuelta de 2023, en la que Milei se alzó con 56% de los votos nacionales, Massa obtuvo 58% en la sección del conurbano oeste-sur,
Ese conglomerado de la primera sección se ha venido comportando electoralmente en forma bastante pareja entre el peronismo y el antiperonismo. En el pasado balotaje, Javier Milei triunfó en catorce partidos de la sección (con un pico de 64% en San Isidro), y Sergio Massa, en diez, con leve ventaja para el segundo en el total, similar al de la provincia en su conjunto.
En cambio, la tercera sección —no exenta de diversidad sociodemográfica— demostró un liderazgo inexpugnable del peronismo liderado por Cristina. En la segunda vuelta de 2023, en la que Milei se alzó con 56% de los votos nacionales, Massa (Unión por la Patria) obtuvo 58% en la sección del conurbano oeste-sur, y triunfó en todos los partidos de trabajadores y populares, con un pico de 63% en Florencio Varela, mientras el ultra sólo ganó en los cinco más asimilables a las características del interior rural de la provincia (Lobos, Cañuelas, Brandsen, Magdalena y Punta Indio).
De modo que el resultado de la elección para diputados y senadores provinciales y concejales municipales de la tercera sección electoral, convocada para el 7 de septiembre próximo, en siete semanas, puede llegar a determinar el destino político inmediato del proyecto de los Hermanos Milei.
La mesa electoral cuenta con representación de los tres socios del peronismo bonaerense: Máximo Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof NA
Cualquier resultado parecido a un empate en la tercera sección, y ni hablar de una victoria de la alianza La Libertad Avanza-PRO, el camino de la ultraderecha a la elección nacional de medio término del 26 de octubre podría asemejarse a un paseo. En la vereda de enfrente, un resultado agrio para Fuerza Patria o la suma de sus partes —se negociaba febrilmente la remanida “unidad”, al cierre de esta edición— en La Matanza y Lomas de Zamora, y la consecuente derrota provincial significaría una repliegue sobre sí del eje Instituto Patria-Cámpora todavía mayor, y el fin del proyecto presidencial de Axel Kicillof. Los intendentes entrarían en desbandada y el peronismo en su conjunto se atomizaría, con emergentes ávidos de dejarse seducir por Milei.
Aunque los Kirchner centrarían la responsabilidad de un eventual mal resultado en la decisión de Kicillof de desdoblar los comicios, la aceleración del fin del liderazgo de la expresidenta parecería inevitable. Si Cristina ni siquiera garantiza una victoria en su último bastión, fuere porque perdió apoyo popular o autoridad, la lealtad y su impostura habrán perdido incentivos. Desde dónde y bajo qué forma podría llegar el desafío es una de las mayores incógnitas de la política.
Claro que la hipótesis contraria está sobre la mesa. Una victoria muy contundente del peronismo en la tercera sección proyectable a toda la provincia demostraría que la resistencia a Milei es fuerte. Aunque habrá una disputa por la paternidad de un eventual triunfo peronista, otro elemento saliente sería que Kicillof quedará en condiciones de discutir mano a mano en la primera liga de la política.
La lectura inmediata de un mal resultado para Milei en el sistema de poder, tanto político como financiero, agitaría las aguas en los días y semanas posteriores, y modificaría la perspectiva de un triunfo de LLA el 26 de octubre. Se precipitaría una crisis en el Mundo Milei, sus gritos, sus groserías, el canchereo de los funcionarios que suben y bajan tasas como si timbearan, la compulsión a tomar deuda, los streamings fascistas y las pantallas enardecidas de Clarín, América y La Nación.
Así las cosas, en la noche electoral, habrá que mirar qué hicieron los habitantes de la villa Virrey del Pino, en La Matanza, o las familias de siderúrgicos de Avellaneda, o aquéllos que se levantan a las seis, combinan colectivo, tren y subte para llegar a su trabajo precario en el centro de la Capital desde Florencio Varela o Rafael Castillo, y traen algo en el tupper o comen un pancho de parados. El “qué hicieron” incluye la duda de a quién votaron, y si votaron.
Se precipitaría una crisis en el Mundo Milei, sus gritos, sus groserías, el canchereo de los funcionarios que suben y bajan, la compulsión a tomar deuda, los streamings fascistas y las pantallas enardecidas de Clarín, América y La Nación
Un tercer escenario provincial también es obviamente factible: resultado parejo o incluso victoria de LLA por un margen escaso, que prolongue la situación actual de preeminencia de la ultraderecha, sin que se despeje del todo lo que el mundo financiero entiende como “el riesgo populista”.
Para mayor incertidumbre, los barrios más humildes del conurbano son los más difíciles de medir en los sondeos y los que han dado mayores sorpresas con sus vuelcos electorales y su abstención en los últimos años.
¿Derechización?
El Gobierno, consultores y medios transmiten y promueven una supuesta épica que “padece, pero apoya” un ajuste que perfora la vida de los hogares y los barrios, porque se prioriza la “estabilidad” y se premia un proyecto “que termine con todo lo anterior”. Es probable, o lo contrario.
Juan Monteverde, quien acaba de ganar la elección municipal en Rosario con una alianza entre su partido, Ciudad Futura (izquierda), y el peronismo, no observa tal resignación, ni una corriente mayoritaria de apoyo a Milei, ni un proceso de derechización social. “Hay desafección de una parte de la población, que es más que una crisis de representación. Significa que muchos no ven una conexión entre lo que pasa ahí arriba, en la dirigencia, y su vida cotidiana”.
Ante ello, el concejal rosarino tiene claras dos opciones a evitar: derechizar la propuesta para supuestamente sintonizar con la corriente relatada en los medios, o “empantanarse en la misma forma y discurso, refugiarse en identidades, a la espera de que la gente recapacite y sienta en carne propia las consecuencias de lo que votó”, lo que define como “una postura horrible”.
Hay desafección, que es más que una crisis de representación. Significa que muchos no ven una conexión entre lo que pasa ahí arriba, en la dirigencia, y su vida cotidiana
Juan Monteverde
Monteverde, una de las voces más novedosas de la política, vislumbra que una “alternativa, que significa más que oposición, será lo que permitirá sintonizar con una mayoría social, que viene de abajo hacia arriba y de la periferia al centro, para superar esta vergüenza que sentimos como país de tener a este Presidente”. Para el dirigente, la alternativa supone sostener proyectos concretos que permitan construir un horizonte, y demostrar de qué modo la política se vincula a mejor transporte, seguridad y acceso a los alimentos.
Dos años después
Un dato saliente es que el eje Cámpora-Patria logró imponer en el debate interno del peronismo, —al punto de que sus medios y streamings no atinan siquiera a repreguntar la idea contraria—que Cristina no tuvo responsabilidad alguna en el fracaso del Gobierno del Frente de Todos. Que, por el contrario, la expresidenta alertó sobre la “necesidad de alinear crecimiento con precios, tarifas y salarios”, pero no fue escuchada.
Era 2021, la pandemia no terminaba, y el eje Cámpora-Patria ya había decretado que Alberto Fernández era un “pelele” y “un traidor”, y Martín Guzmán, “un infiltrado del poder financiero internacional”; frases de sus voces más hirientes, no contradichas, más bien confirmadas en las cartas de la jefa del espacio. Ese año, el PBI de Argentina creció 10%, una recuperación plena e inesperada por todos los pronosticadores económicos y el FMI desde la caída del 2020, año hundido por el peso de la deuda de Macri y el coronavirus.
Luego de un mensaje grabado, los militantes en Plaza de Mayo escucharon el llamado telefónico de Cristina Fernández de Kirchner. Matías Martin Campaya/EFE
Desde aquella ofensiva de mediados del Gobierno de Fernández, el cristinismo no se movió un ápice. Más bien, se felicita por su rechazo al acuerdo de pagos de la deuda con el FMI que había tomado Macri. Ese acto de arrojo protagonizado por Máximo Kirchner y avalado por su madre fue en el medio del río, tras dos años de negociaciones en las que ni se había esbozado el desconocimiento de esa deuda, apenas consumada una derrota electoral y en el comienzo de una guerra en el centro de Europa que desbarató la economía mundial. Siguió un pacto con Massa, una sequía y un final a toda orquesta, con devaluación y dilapidación de subsidios, caldo de cultivo ideal para que la promesa de dolarización de Milei hiciera estragos.
Kicillof esbozó hace más de un año la necesidad de entonar “nuevas melodías”. Acto seguido, guardó la guitarra, acaso porque el eje Cámpora-Patria dedicó toda su energía a hacer tronar el escarmiento
Por si la letanía del cristinismo ortodoxo no fuera de por sí insuficiente para interpelar a una familia que padece quince años de una economía a los tumbos o en recesión, el peronismo bonaerense ofreció un capítulo agotador de una pelea entre los Kirchner y Kicillof, con múltiples condimentos de continuidad de aquélla con Alberto Fernández. El forcejeo impresentable por la presentación de listas que se extendió hasta la madrugada de este domingo marco un eslabón más de una dinámica tóxica.
El gobernador bonaerense esbozó hace más de un año la necesidad de entonar “nuevas melodías”. Acto seguido, guardó la partitura, acaso porque el eje Cámpora-Patria dedicó toda su energía a hacer tronar el escarmiento. Más que componer melodías, Kicillof entendió que debía que centrarse en forjar un escudo y una red de protección ante el ataque de Milei, e intentar un armado electoral que le permitiera sobrevivir a los Kirchner. El cálculo incluye la condición de que las elecciones que él mismo adelantó, y para las que anuló las primarias obligatorias, no lo saquen de pista.
Ya lo expresó Mayra Mendoza, la principal espada pública de Cristina y Máximo. La intendenta de Quilmes se siente mucho más “convocada por Guillermo Moreno para volver a enamorar” que por Kicillof, quien la decepciona.
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