Repsol, los biocombustibles y los camelos de la descarbonización

Repsol, los biocombustibles y los camelos de la descarbonización

Digamos, como primera observación, que estas nuevas instalaciones no van en el sentido de la transición ecológica, y ni siquiera de la energética, si somos finos al examinarlas: todo lo que sea combustión, contribuye a acelerar las negras perspectivas de la humanidad

Como se hace desde siempre con Repsol y sus inversiones cartageneras, se ha celebrado, a bombo y platillo, la construcción de unas nuevas instalaciones destinadas a producir “biocombustibles avanzados” con destino, principalmente, el transporte (aviación, camiones, automóviles). Y sus máximos dirigentes se han exhibido ante nuestros políticos como empresarios de categoría internacional, a la cabeza de la tecnología de bajo impacto y, por supuesto, de la conciencia ecológica del país; y todo ello, orientado a la sagrada –e incuestionable– tarea de descarbonizar España y el planeta. Nuestros políticos, abiertos de alma y cuerpo a cuanto venga de esta multinacional, han compartido, con la fe del incondicional, el despliegue publicitario de la empresa.

La nueva inversión consta, esencialmente, de dos plantas industriales, siendo la principal la de fabricación de biocombustibles a partir de grasas, aceites vegetales y residuos de distinto origen, y estando la segunda, de fabricación de hidrógeno, destinada a alimentar el proceso de la primera, llamado hidrogenación. Del proceso concreto y las características técnicas, energéticas y contaminantes nada se cuenta a la opinión pública: nada se adelanta sobre si, por ejemplo, entre esos residuos figuran los sólidos urbanos o si esos aceites vegetales implicarán agrocultivos, tipo colza o maíz. Esa información queda oculta con el oportuno velo del objetivo final, que es la reducción de las emisiones de CO2. Habrá que remitirse al análisis –solícito y benévolo, es de temer– que los escrutadores regionales de la evaluación de impacto ambiental vayan a realizar, para que se arroje la luz necesaria sobre estos nuevos focos contaminantes en Escombreras, lo que rebajaría, inevitablemente, las excelencias y fanfarrias de tan celebrado proyecto.

Digamos, como primera observación, que estas nuevas instalaciones no van en el sentido de la transición ecológica, y ni siquiera de la energética, si somos finos al examinarlas: todo lo que sea combustión (y esos nuevos “combustibles avanzados” la conllevan) se enfrenta a la maldición entrópica y contribuye a acelerar las negras perspectivas de la humanidad; y todo lo que sea estimular el desarrollo del transporte va en sentido contrario a los intereses globales socioambientales. Pero ante la urgencia de eliminar el petróleo de sus usos sociales, la industria petrolera no acepta imponerse ningún objetivo de autorreducción y minimización, sino que, empujada por el fatalismo capitalista de reproducción infinita, busca nuevas formas, mediante el disimulo, el cuento y el ocultismo, de prosperar a despecho del aumento de la contaminación a producir, algo inevitable en esas circunstancias de espiral productiva.

Así, este esfuerzo por mantener un negocio que debiera limitarse desde las instancias gubernamentales (si existiera un mínimo de interés por el clima y el medio ambiente) busca soluciones ecológicamente inviables, amparándose en falacias de reciente y oportunista creación, como la de la economía circular, en primer lugar, y la del objetivo cero emisiones, en segundo. En ambos casos, estas empresas alardean de seguir y alinearse con las directrices europeas y las recomendaciones de las conferencias del clima lo que, en general, es tan cierto como estéril, ya que ninguna de esas instancias viene acometiendo el problema climático-ambiental con vigor ni sinceridad, acomodándose a una pertinaz y desesperante ineficacia.

Sobre la circularidad en la que Repsol y sus nuevas plantas industriales pretenden inscribirse, hay que decir que en nada esencial contribuye a mejorar las cosas, ya que se fundamenta en aprovechar residuos y contaminaciones ya producidas al precio de nuevos residuos y contaminaciones, sin atender seriamente a la reducción, y a ser posible eliminación en origen de esta realidad perniciosa, asociada generalmente a los procesos industriales físico-químicos. Vuelve a haber impacto, aunque sea en menor medida, y el balance ecológico resulta negativo.

Sobre el objetivo cero emisiones netas en 2050, en relación con el CO2 y que tanto enfatizan los directivos de la empresa, no debemos olvidar que este es un plan que abarca la globalidad de sus actividades, es decir, del enorme despliegue de instalaciones que Repsol posee en el mundo, que cubre todo el ciclo del petróleo, desde la extracción de crudo hasta las transformaciones petroquímicas y análogas (como estas últimas de Escombreras), más su actividad como productora de energía. Esto quiere decir que ese objetivo cero de emisiones de CO2 se contempla a base de seguir emitiendo cantidades enormes de gas carbónico, debido sobre todo a que el refino seguirá siendo la base de su actividad, lo que se intentará compensar con la producción de combustibles “limpios” (falso: digamos que menos contaminantes), de energía renovable y de dispositivos o instalaciones de captación de CO2 (también previstos en sus planes globales).

Esto nos aclara que Repsol seguirá contaminando los cielos de Cartagena, e incluso aumentará su impacto atmosférico y acuático, ya que es aquí donde se fabricarán los biocombustibles, en dos nuevas plantas altamente consumidoras de energía (y la de hidrógeno, además, peligrosa); nuevos productos que sí reducirán la contaminación allá donde se consuman que es, según se dice, en la UE, ya que estos van dirigidos en primer lugar al mercado europeo. En ese balance cero que se pretende, nuestra tierra asume el papel del haber (la contaminación producida), siendo el debe (las emisiones ahorradas) cosa de otros países y otros consumidores.

“Nuestro plan es continuar siendo los primeros en todo”, ha dicho el presidente de Repsol, Antonio Brufao, sin que nadie le haya apuntado que ya casi son los primeros en generación de CO2 en España, una vez que Endesa liquida a buen ritmo sus centrales eléctricas de carbón. Un liderazgo representado sobre todo por sus refinerías españolas (cinco de un total de nueve existentes), de entre las que destaca la de Escombreras que, tras la ampliación de 2011, posee una capacidad de refino de 12 millones de toneladas anuales. Todo un desatino ambiental, a costa de un inmenso negocio económico, acompañados de una cínica campaña de autobombo con ocultación, tanto más eficaz cuando mayor es el papanatismo de las autoridades adictas y los medios de comunicación acríticos.

La presencia de Repsol en nuestros pagos, que ya ha superado los 70 años (aunque con nombres cambiantes), goza de una innegable raigambre, función directa de su poderío, y nunca se le ha molestado desde las instancias políticas o administrativas, sufriendo su entorno, y especialmente el poblado de Alumbres (con la aportación de Iberdrola, desde luego), las consecuencias de una persistente y casi impune contaminación de aire y aguas, así como de nada infrecuentes trágicos accidentes. Como parte de su estrategia defensiva frente a los señalamientos como macrogeneradora de contaminación y de riesgo, que la historia documenta sobradamente, esta empresa ha conseguido colocar en el Gobierno regional, nada menos que como consejero de Medio Ambiente (más Agua, Agricultura, Ganadería y Pesca), a uno de los suyos, Antonio Luengo, que desde su puesto de ingeniero de operaciones en la refinería de Escombreras ha trasladado a la política regional una ignorancia ambiental supina que incluye, con demasiada frecuencia y muy al gusto de los políticos del PP, la provocación y el desafío.

Por Pedro Costa Morata

Comentá la nota