Boxeo, merenderos, trabajo, ecología, todo está en este proyecto que impulsa la Fundación Narices Chatas, que antes que nada es un gimnasio donde entrenan boxeadores.
Desde 2019, con el parate impuesto por la pandemia, la Fundación Narices Chatas viene trabajando en un proyecto de fabricación de ladrillos ecológicos reciclando una materia prima que sobra: botellas de plástico. La iniciativa está en Tartagal, el centro urbano más importante de una zona que, sobre todo desde la década del 90, viene soportando altos niveles de desocupación y miseria. Por eso, sueñan con que algún día sea una fábrica que tenga la doble virtud de ofrecer trabajo y, a la vez, facilite la construcción de viviendas para tanto sin techo.
Eso es lo que contará Fabiola Soria, presidenta de la Fundación, casi al final de una larga conversación. Es que empieza por el principio.
Narices Chatas existe desde hace más de una década, pero como organización dedicada al boxeo, con un gimnasio en el que su hermano, Aarón Soria, que fue boxeador profesional, entrena y prepara a jóvenes en esta práctica.
Fabiola no es una mujer común. En 1997, a los 21 años, se inició como promotora de boxeo, una rareza en ese mundo reservado a los hombres. La llave de entrada fue su hermano, y así pudo organizar el primer campeonato de boxeo de los barrios en Tartagal. A su vez, este trabajo la empujó a una toma de conciencia sobre las desigualdades en su ciudad, “generalmente el boxeo se nutre más de donde están los barrios más carenciados” y eso lleva a “que a la fuerza vos empecés a tomar contacto y empecés a conocer la realidad por detrás de los boxeadores”, a ver sus necesidades. Con la idea de ayudar, comenzaron a organizar eventos cuya recaudación era destinada a los merenderos barriales.
Esa misma necesidad motivó que en 2009 habilitara en su casa, sobre la calle Rivadavia, un merendero propio, que se llamó Narices Chatas, como en el ambiente boxístico les dicen a los boxeadores. El merendero abría los sábados, día elegido porque es cuando las comunidades indígenas urbanas y periurbanas acostumbran a salir, en grupos de abuelas con sus nietos, "ellos recorren toda la ciudad pidiendo pan o algo que les regalen”.
"Acá los esperamos cuando vengan”, contó Fabiola que pensaron cuando en su casa decidieron abrir el merendero los sábados. El nombre de la primera abuela wichí que ingresó está grabado en su memoria: Virginia Pérez, de la Comunidad Lapacho II, ubicada a dos kilómetros de la ciudad, sobre la ruta nacional 81, un mal camino de tierra. "Ella fue la primera que ingresó junto con los nietitos de ella y el sábado que viene ya estuvo junto con otras señoras más y más chicos y así se fueron haciendo parte y durante muchos años han sido los fieles concurrentes de venir, si era día del niño, si era Reyes, si era día de semana también”. Y cuando Virginia enfermó, Fabiola comenzó a a visitarla en la Comunidad y compartían actividades, y un día “empezamos a organizar la merienda en la casa de ella también”.
Cuando Virginia falleció, Fabiola, que se había comprometido a seguir ayudando a sus nietos, continuó yendo a la Comunidad. Esa "primera generación" de Narices Chatas es ahora un grupo de jóvenes de entre 18 y 21 años, pero Fabiola sigue yendo porque “ya tenemos una segunda generación” de esa misma comunidad.
En Lapacho 2 funciona el merendero Narices Chatas 2, donde se sirve la merienda todos los días. Por un tiempo el alimento se ofrecía en la casa de otra mujer, Nery, que está gravemente enferma, así que otras mujeres de la Comunidad limpiaron un terreno para que funcione en ese lugar, con la intención de que vayan más niños. Fabiola contó que han acordado que la Fundación seguirá proveyendo la mercadería (que consigue mediante donaciones) pero las propias mujeres de la Comunidad se encargarán de preparar los alimentos y servirlos.
La familia Soria también gestiona el merendero Lohana Berkins, donde brindan alimento a niños y a integrantes del colectivo LGBTIQ.
Fabiola puso énfasis en que desde la organización buscan fomentar el crecimiento de las personas que asisten. "Quizás eso me viene del boxeo, porque vos cuando promocionás un boxeador, vos agarrás un chico común y corriente, lo pasás como uno dice del debe al haber, esa es la tarea de un manejador, que deje de ser alguien común para después sobrevivir de lo que hace. Y eso es lo que nosotros hacemos con cada uno de los que se acercan, ya sea a los que vienen a los merenderos o ya sea los que hacen deportes”.
Fabiola inscribió el proyecto de ecoladrillos o Plastilladrillos en ese objetivo de ayudar a que las personas crezcan. "Eso es lo que de alguna manera hacemos, que la gente encuentre su camino porque todos somos buenos para algo”.
El problema habitacional
De los ecoladrillos se enteraron por un desafío Google al mejor proyecto de reciclado, ganado por la Fundación Eco Inclusión de Córdoba, que había sacado a relucir una creación de hace 20 años del Centro Experimental de Vivienda Económica, que está en Córdoba también y depende del CONICET. “Hace 20 años existe este ladrillo y tiene matrícula, todo, está autorizado para la creación de viviendas sociales”.
Lo vieron como una posibilidad para construir casas en Tartagal. "Porque todo el mundo tiene el mismo problema que es el habitacional”, algo que para los adolescentes tiene una carga negativa adicional, "empiezan a tener cambios físicos y lamentablemente duermen todos a veces en la misma pieza o en el mismo lugar” y "no tienen privacidad”.
Fabiola destacó en este aspecto que muchas veces escucha a algunas personas quejarse de que sus hijos se la pasan encerrados con la computadora y el teléfono, y eso en realidad “es una suerte, porque está el que no tiene nada de esas cosas y también tiene la misma edad”. Hay personas, dijo que "no saben lo importante que es para alguien tener un techo, una habitación, algo mejor". Con esa comprensión comenzó "a buscar alguna manera en la que ellos puedan construir algo” y así dio con los ladrillos hechos con botellas de plástico trituradas y luego mezcladas con cemento y arena.
Para concretar el proyecto sobrevino un aprendizaje sobre reciclado, la importancia de que se separen los residuos, de que no se tiren las botellas. “Y empezás a conocer un mundo también”, el de los ecologistas.
La iniciativa recibió un empujón fuerte en diciembre de 2019, cuando un ex practicante de boxeo, que se fue a trabajar al sur, vino de visita a Tartagal y, enterado del proyecto, donó la plata para comprar un molino triturador.
Entonces empezaron a colectar botellas, en ese camino conocieron al referente de la organización Izquierda Latinoamericana Socialista, quien los ayudó a tramitar cupos en el programa Potenciar Trabajo para 10 personas que hasta entonces venían trabajando como voluntarias. “Hacemos jornadas de colectas, nos encargamos de publicitar todo el tiempo que la gente no tire las botellas. Un año la hemos concientizado", de manera tan efectiva que "ahora la gente viene, toca la puerta y te lleva la botella”. Además, formaron una Brigada Ecológica que va a buscar botellas donde la llamen. Y se hacen jornadas de recolección en las plazas, para eso armaron un carro tirado por un auto, el Plastimóvil, que se estaciona en determinados puntos de la ciudad para recibir las botellas.
Fabiola enfatizó que el proyecto genera expectativa en los tartagalenses, "muchos se quieren sumar” y también va mucha gente a pedir trabajo, y es el momento en que siente "un poco de impotencia”. Por eso, con la idea de agrandar el proyecto, participó de una capacitación con la organización Mayma.
En ese marco surgió la posibilidad de una alianza con la firma Arca Continental que a su vez los contactó con una empresa recicladora, que ofrece comprar materia prima. Fabiola no aceptó en ese momento, porque necesitan las botellas para los ecoladrillos. Pero en estos días se reunió con integrantes de la UTD (Unión de Trabajadores Desocupados) de General Mosconi que, entre otros proyectos de trabajo, colecta botellas para vender, y decidieron aliarse para que la UTD venda la materia prima.
Fabiola contó que fue a visitar a la UTD porque quiere replicar esa experiencia en Tartagal, haciendo proyectos para que la gente tenga alternativas de trabajo.
“La idea es que acá en Tartagal, que ahora es un emprendimiento chiquito, se pueda convertir en una fábrica más grande y que tenga la participación de las demás localidades con sus propias botellas”, se entusiasmó Fabiola.
Un ladrillo demanda 20 botellas. Por ahora la Fundación está concentrada en reunir la producción suficiente para iniciar la construcción de baños, con el objetivo de eliminar letrinas.
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