La construcción de El Jefe: por qué Karina es confidente y escolta de Javier Milei

La construcción de El Jefe: por qué Karina es confidente y escolta de Javier Milei

Karina Milei, 50 años, diseña su propio mito. La “otra víctima” de un padre golpeador que se asumió como “la doble” del presidente electo. Las mujeres de la galaxia mileísta saben que si es “aprobada” por él es porque han sido aprobadas por ella.

Victoria De Masi

Karina Milei llegaba al club El Ideal, se sentaba en un banco frente a la cancha y miraba a su hermano Javier entrenarse con sus compañeros del baby fútbol. En la mochila llevaba la tarea pendiente, pero su mirada iba y venía del cuaderno a los movimientos en el arco. Por su asistencia perfecta, le ofrecieron ser mascota del equipo. Karina -Kari, para todos- aceptó por dos motivos: recibiría la atención de la hinchada y tendría más cerca a su hermano en un territorio que no era suyo, era de los varones. Tenía ocho años. Se acostumbró temprano a escuchar el apellido familiar entre los insultos que venían de la tribuna. También cuidaba. Suya era la tarea de encender pequeñas fogatas para espantar a los mosquitos que insistían en las piernas de los pequeños jugadores de Yupanqui, el equipo. Era 1981. El tiempo de la Dictadura.

Javier Milei dejó de atajar en Yupanqui y se convirtió en el arquero de Chacarita. Hasta que dejó el fútbol y se pasó al rock and roll. Fue el vocalista líder de Everest, una banda rolinga y de covers. Del arco al escenario, ahí también estuvo su hermana Karina. Milei subía vestido al escenario, y terminaba calzado y con el jean puesto. El resto de la ropa era revoleada en un striptease que el ahora presidente electo iba haciendo de a poco, despacio: mostrar su piel lechosa a las fans. La función de Kari, en ese entonces, era rescatar las prendas de las que su hermano iba desprendiéndose. Infiltrada entre las groupies, atajaba al vuelo una camisa, una remera. Si no llegaba a tiempo, las tironeaba de las manos de las chicas que veían en aquel joven todavía adolescente al mismísimo Jagger. Karina jamás les regaló nada. La ropa eran los trofeos con los que volvería a vestir a su hermano. Era 1989. El tiempo de la Hiperinflación.

Familia Milei.

Ambos egresaron del mismo colegio, el Copello de Devoto. Siguieron carreras diferentes. Milei estudiaba Economía en la Universidad de Belgrano. Karina cursaba carreras cortas de Publicidad y Comunicación audiovisual. Después se anotó en Relaciones Públicas en la UADE. Para cuando su hermano se recibió de economista, Karina hacía un posgrado en Eventos empresariales y gubernamentales. Entonces: publicidad, comunicación audiovisual, relaciones públicas, y ceremonial y protocolo. ¿Qué más querría a su lado un político que aún no ha nacido que una persona que cumpla todas esas funciones? Los hermanos no sabían -en ese momento no tenía cómo- que la formación de Karina sería fundamental para la construcción pública y política de Milei. Era 1994; ‘95 quizás. El tiempo del menemismo.

Javier Milei dejó de cantar en Everest, se recibió de economista y se inscribió en una maestría en el Instituto para el Desarrollo Económico y Social (IDES) para estudiar el keynesianismo. Trabajó como ayudante en la materia Macroeconomía en la Universidad de Belgrano y de Microeconomía en la Universidad de Buenos Aires. Mientras, asesoraba en el HSBC y en Máxima AFJP. Ese recorrido terminó en un posgrado en Economía en la Di Tella. Vendrían, después, las conferencias ahí y allá. Y ahí y allá estaba Karina. Su hermana veía a un hombre apasionado que generaba el mismo efecto que en la banda de rock: fascinación. Ella fue la que dio en la tecla a sugerirle que además de contenido académico le ofreciera a sus presentaciones cierta emoción, un plus. Eran los albores de los dos mil. El tiempo de la crisis social.

Karina aprendió de memoria la letra de su hermano sólo de escucharlo hablar. Hubo una época de publicación de libros junto a un ex amigo, Diego Giacomini. Fue también un periodo largo de conferencias ante grupos de estudios y empresarios. Y el arribo a los estudios de televisión. Alejandro Fantino y Mauro Viale, ambos presentadores en América los sentaron en sus mesas y mesitas. Milei trabajaba entonces en Corporación América, el holding de empresas de Eduardo Eurnekian, también dueño de la señal de aire y de cable. Karina lo acompañaba.

Lo acompañó también en su obra de teatro, El Consultorio de Milei. Nito Artaza fue el productor de la primera temporada y el mismo que recomendó que al elenco -conformado por Diego Sucalesca y Claudio Rico- se sumara una mujer que “integrara” a los personajes. Artaza tiró la idea durante un ensayo, que Karina presenciaba. “Ahí está mi hermana, que lo haga ella”, decidió Milei. Así pasó de espectadora a actuar y a ocuparse de la producción, escenografía, puesta en escena y marketing de la obra. Ya había banderas de Gadsden entre el público. Era 2018. El tiempo de la fama televisiva de su hermano. Conan había muerto. Milei no podía superar el duelo.

El consultorio de Milei, debut teatral de Karina.

Para entonces, Karina perfeccionaba la técnica de “médium interespecies” con el único objetivo de aliviar el sufrimiento del hermano. Conan, el perro, le bajaba un mensaje que ella podía retransmitirle a Milei. Fue cuando él supo que era “un enviado de Dios”. Karina también se sentaba a la mesa de empresarios que organizaban cenas íntimas, privadas. Una de esas noche, un empresario retó a duelo a su hermano. Cuenta la misma Karina en El camino del libertario, la autobiografía de Milei, que el anfitrión lo apuró: “Vos, todo bien con la batalla cultural, pero cuando la gente va a votar no está tu nombre en la boleta”. De vuelta a casa, los hermanos conversaron en el auto. ¿Y si el desafío era menos que una afrenta? ¿Y si era una oportunidad? Una semana les llevó tomar la decisión: Milei haría política. Solo faltaba ubicarlo. Era 2019. Nadie había estornudado, todavía, en Wuhan. 

Javier y Karina Milei Télam

Milei publicó el libro Pandenomics en 2020, plena pandemia. En octubre de ese año, en el día de su cumpleaños número 50, llenó Plaza Holanda. Santiago Oría, ahora su documentalista personal, lo contacto para llevar Pandenomics al audiovisual. Primer cameo de Karina: lleva puesto un arnés del que se despliegan dos alas blancas. Podría ser un “ángel guardián” pero por el gesto parece un Seguridad o por la ropa, una secretaria. La película de Oría fue un boom. Unos meses después, Milei se integró al frente de José Luis Espert, hoy enemigo. Karina, que también estuvo cerca, se guardó la propuesta que había hecho. Ella quería que el nombre fuera La Libertad Avanza pero perdió en la votación y quedó “Avanza Libertad”.

Fue una campaña en medio de las restricciones impuestas por el virus en la que Milei se consagró como diputado nacional en representación de la Ciudad. Karina tenía un emprendimiento de tortas llamado Sol Sweets Pastelería. Había logrado reconciliar a su hermano con sus padres, a los que Milei llamaba “progenitores”. La pandemia la pasaron en familia. Era 2021. Tiempo en que no fuimos capaces de entender que un movimiento que aparecía por fuera de la grieta podía ser Gobierno Nacional. 

Karina Milei, 50 años. Soltera, sin hijos. Bueno, no. Es “madre”: madre de Aaron, un perro al que Javier Milei llama “sobrino”. Y también es “tía”: tía de Conan (fallecido en 2017), Murray, Milton, Robert y Lucas, los perritos (cuatro de ellos clonados de Conan, el original) de su hermano. Hija, como su hermano presidente electo, de Norberto Horacio Milei -un colectivero de la línea 111 devenido empresario de transporte- y de Alicia Luján Lucich, ex empleada administrativa, ama de casa, dueña de dos pequineses blancos. Karina fue testigo de las palizas a las que Norberto sometía a su hijo. Una vez fue brutal y la nena terminó en el hospital producto del shock de, simplemente, “haber visto”. Desde el hospital llamó la madre a la casa, atendió Milei: “Tu hermana está así por culpa tuya, si se muere es culpa tuya”. El presidente electo, entonces un adolescente, no solo soportó los guantazos sino que tuvo que sacudirse una responsabilidad que no era suya.

Javier y Karina Milei. NA

Es esa nena a la que tuvieron que espabilar en un hospital la que ayer entró en la Casa Rosada para reunirse con Julio Vitobello, secretario general de Alberto Fernández, y coordinar el traspaso de mando, ceremonia para la que faltan apenas quince días. Aún no está claro qué cargo ocupará Karina. Pero sí que para llegar al próximo presidente habrá que tener su venia. Karina es la garita de seguridad personal de Milei. La que lleva el control de su agenda. La que sabe dónde está, con quién: la que sabe por qué está donde está y con quién. La Gran Hermana. Las mujeres de la galaxia mileísta saben que si es “aprobada” por él es porque han sido aprobadas por la hermana. 

Los hermanos tienen una cábala más que un ritual: ella debe recibirlo a él en cada escenario que pisa. Por eso Karina está, en simultáneo, junto a su Milei y un paso más adelante que él. Ella fue su voz en cada reunión previa a los tres debates presidencial organizados por la Cámara Nacional Electoral. Para los primeros se ocupó de averiguar cómo sería la puesta de luces. Pidió que bajaran el dimmer del atril que le correspondía a Milei. Hay dos motivos posibles: porque el reflejo enceguecía al hermano, porque el rebote de luz le marcaba la papada. Para el último debate peleó hasta el final que autorizan lo autorizaran a llevar unos apuntes. No lo logró, pero negoció las cámaras móviles. Karina no habla, ejecuta. Cuando una buena mayoría de les argentines no sabía dónde acomodar la ene para que el lenguaje inclusivo no excluyera a nadie, en La Libertad Avanza lo resolvieron rápido: Karina, El Jefe.

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