De casta a coprofilia

De casta a coprofilia

Por Jorge Fontevecchia

La popularidad de Javier Milei se percibe hasta en la imitación que ahora hacen de su palabra “casta”. Solo en esta semana Cristina Kirchner se refirió a la “casta judicial”,  la diputada radical elegida para representar la segunda minoría en el Consejo de la Magistratura, Roxana Reyes, se refirió a la “casta kirchnerista”, el diputado cordobés Rodríguez Loredo criticó a la “casta peronista” y Patricia Bullrich advirtió que “el PRO no debe actuar como una casta”. Hasta el diario Página/12 tituló “La casta: la Corte Suprema, el Consejo de la Magistratura y el acopio de poder”. 

“La casta es el otro”, los jueces, los K, los peronistas y todos para Milei. Colonización libertaria del lenguaje

La palabra “casta” tiene su origen en la biología como especie o linaje animal, generalmente relacionado con cierta división del trabajo: la abeja reina, las obreras y el zángano. Claramente su mayor aplicación se ve en India, donde el sistema social se estratificó en cinco castas: brahmanes (sacerdotes y profesores), kshatriyas (guerreros y gobernantes), vaishyas (agricultores y comerciantes), shudras (obreros) y parias (desclasados). El sistema surgió mil años antes de Cristo como “base del orden y la confianza de la sociedad”. De allí viene la otra acepción de casta y casto relacionado con la procreación para un resultado de pureza sin mezclas.

La palabra “casta” llega recién en el siglo XIV a las lenguas occidentales por medio de los portugueses, primeros viajeros a la India: Portugal conquistó India antes que los ingleses y mantuvo a Goa como colonia hasta mediados del siglo pasado. De Portugal se expandió a las lenguas romances en España e Italia. Y precisamente de allí viaja ahora a Sudamérica por imitación del partido español Podemos, que la comenzó a usar repetidamente e inspiró a Milei a importarla al debate político argentino. Pero en realidad Podemos primero la trajo de Italia, donde el uso de “casta” ya se había convertido en muletilla de la derecha italiana.

Casta y linaje van juntos, al punto de que en la cría de animales se habla de machos capados y de los mejores ejemplares que son destinados a “castar”, o sea reproducir la casta. 

Resuena negativamente que la ultraderecha iberoamericana haya tomado un término relacionado con la pureza de raza del nacionalismo étnico centroeuropeo, aunque invirtiendo su valoración.

De linaje se pasa a clase, siempre en el sentido de una elite, por ejemplo en Francia Marine Le Pen se refiere a la elite de los burócratas de Bruselas que conducen la Unión Europea, pero en todos los casos –como muy agudamente definió Marcos Novaro en su columna en TN– “la casta es el otro”.

Otra palabra que resonó fuertemente es coprofilia, utilizada por Papa para uno de los pecados del periodismo, cuyo significado literal es “la excitación sexual o atracción fetichista por los excrementos”, que popularmente tiene su acepción como insulto en “comemierda” (coprofagia); en ambos casos escatológica y de mal gusto. En la pornografía hay una subgénero perverso de coprofilia, en las orgías romanas se lo llegaba a practicar y se puede asociar el significado metafórico de la apelación del Papa a cierta pornografía en la que caerían  algunos periodistas cuando del erotismo de la seducción a la audiencia brindándole perspectivas que confirman sus prejuicios se pasan a la pornografía de fortalecer y profundizar esos prejuicios de la audiencia poniendo especial énfasis en todo lo excremental que brinde la realidad, groseramente: “Todo es una mierda”.

El Papa explicó en un reportaje que concedió a Joaquín Morales Sola que utilizó ese término en una carta privada a un periodista al que le pidió especialmente –aunque sin éxito – que no se difunda. Pero Francisco ya había utilizado el término cropofilia para referirse al grave daño social que produce  la mala praxis de los periodistas alertando sobre “los 4 pecados en los que suelen caer los periodistas: desinformación, calumnias, difamación, coprofilia” 

Hace tres años, en abril de 2019 el Papa le otorgó una entrevista al periodista español Jordi Évol del programa Salvados, de la cadena española La Sexta, donde ya se había referido a los cuatro pecados de los medios de comunicación de igual manera: “Primero la desinformación, dar la noticia por la mitad. Segundo la calumnia, el medio tiene tanto poder ante la gente que puede calumniar impunemente. Además, ¿quién le va a hacer juicio? ¡Nadie! Tercero, la difamación, que es más sutil todavía. Toda persona tiene derecho a la reputación y si vos hace veinte años te pegaste un resbalón en la vida, pagaste la pena. Por último, el cuarto, la coprofilia. Es el amor a la cosa sucia, el amor a literalmente la caca. Hay gente que vive de publicar escándalos, sean o no verdaderos”.

Y para terminar de confirmar que la crítica a cierto tipo de periodismo no fue una expresión aislada en el marco de una conversación privada reciente sino una convicción profunda en el Papa, se suma que había apelado a la misma palabra en 2016 durante una entrevista con el semanario católico belga Tertio en la que planteó “las cuatro tentaciones de los medios: calumnia, difamación, desinformación y la enfermedad de la coprofilia”.

Obviamente Francisco no se refiere al periodismo como un todo porque también dijo en ese mismo reportaje a Tertio: “Los medios de comunicación son constructores de una sociedad. Por sí mismos, son para construir. Para intercambiar. Para fraternizar, para hacer pensar, para educar. En sí mismos son positivos”. Por eso la repugnancia que le produce al Papa la mala praxis de una profesión noble, como sería la perversión de un sacerdote o un maestro.

Más allá del término chocante, coincido con el Papa Francisco en el daño moral que produce trastocar el rol del periodista. La palabra “perversión” indica lo contrario a lo que corresponde, se origina en el latín perversio compuesta de per (a través de) y vesus (dado vueltas) produciendo una alteración de la condición natural o del orden habitual de las cosas.

Y resulta lógico que al Papa lo sensibilice más la perversión del periodismo que la de otras profesiones por compartir con los religiosos la misión de enseñar, educar y ayudar a pensar lo correcto.

“Es el amor a la cosa sucia, el amor a la caca. Hay gente que vive de  publicar escándalos, sean o no verdaderos.”

Uniendo los dos términos de esta columna etimológica: el asco que le produce al Papa la mala praxis periodística con el origen de la palabra “casta”, vale prestar atención a que mil años antes de que naciera el cristianismo el arcaico orden que dio origen a las castas colocaba en la cúspide a los religiosos y profesores, los brahmanes, por arriba de los gobernantes y guerreros (kshatriyas) y los agricultores y comerciantes (vaishyas) equivalentes a los empresarios actuales.

La perversión en aquello que en el terreno de lo ideal debería ocupar lo más alto del orden moral, le debe resultar al Papa –no sin algo de razón– abominable. En mi caso personal el escándalo que le produce al Papa la mala praxis del periodismo no lo tomo como una crítica al periodismo sino como un elogio a la importancia social que tiene, proporcional al daño que produce su corrupción.

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