¿Cambió Cristina o cambiará Alberto?

¿Cambió Cristina o cambiará Alberto?

El regreso de la ex presidenta a la campaña volvió a poner en duda el cambio de actitud que pregona el candidato.

 

Existe un contrasentido que se torna evidente en la campaña del Frente de Todos. Que a esta altura, en apariencia, no promete tener consecuencias en la tendencia electoral. Podría incidir en el funcionamiento del futuro sistema de poder, si el próximo domingo se replican los resultados de las PASO. Alberto Fernández monopolizó toda la acción proselitista. También, los contactos para ampliar la base de sustentación política de ese espacio. Pero las esporádicas apariciones de Cristina Fernández siempre dejaron una huella fuerte. Sirvieron para sembrar dudas sobre el mensaje de tono aperturista que se esmera en esgrimir el candidato K.

Ambos se mostraron juntos en pocas ocasiones. Apenas tres. Del final de la campaña para las PASO saltaron al Día de Lealtad en La Pampa. Tal vez, vuelvan a hacerlo a mitad de esta semana con el acto de cierre en Mar del Plata. Cristina debió restringir su actividad por la enfermedad de su hija Florencia, radicada desde el verano en La Habana. Hacia allí viajó seis veces. Pero la presentación de su libro “Sinceramente”, ha sido la referencia que permite poner en duda un aserto repetido de Alberto F. Aquel que alude a un presunto cambio en el clásico pensamiento de la candidata a la vicepresidencia.

La primera duda que dejó boyando Cristina sucedió en La Matanza cuando promediaba septiembre. En esa oportunidad, mientras el candidato K tramaba la posibilidad de un pacto social y vendía confianza a los mercados, su compañera de fórmula subrayó la necesidad de ajustar los márgenes de ganancias de las empresas como un mecanismo para combatir la inflación. Figurita repetida.

 

La segunda duda fue instalada por la ex presidenta después del primer debate presidencial, al reaparecer en El Calafate con su libro bajo el brazo. Cuestionó la cobertura de los medios de comunicación sobre aquella formateada exposición de los seis candidatos. Retornó con la obsesión del supuesto blindaje a favor de Mauricio Macri y en perjuicio de Alberto F.. Es llamativo e inquietante que la realidad no le haya permitido siquiera matizar la visión. Ni repara en que el Frente de Todos se impuso en las PASO con una ventaja de 15 puntos. ¿Dónde estaría el blindaje? Si lo hubiera habido, ¿para qué sirvió?

En verdad, lo que esconde esa tozudez sería la construcción de una idea autoritaria que presupone que la opinión pública constituye un cuerpo sin capacidad de autonomía. Rehén solamente de aquello que propalan los medios. Tal vez, de modo inconsciente, el deseo que mantuvo durante sus ocho años de poder. De allí, la persecución que desató contra el periodismo que expuso otros puntos de vista. La opinión pública, acertadamente o no, sabe edificar sin tutorías sus propias convicciones. Sobre todo en instancias cruciales. Las expresó en contra del Gobierno a raíz de la severa emergencia económica que estalló a partir del 2018. Como las había manifestado contra la ex presidenta, por un sinfín de razones, en 2015.

Aquella persistencia de Cristina dispara una interpelación. ¿En qué habría cambiado durante su tránsito por el llano? ¿Qué sabe, a propósito, Alberto F. que no conoce nadie más? Se trata de un misterio. El candidato, en su tiempo de reconciliación con ella, la alentó a aclarar en un libro muchos de sus errores de gestión y pensamientos sin enfoque. En “Sinceramente” ha sido imposible recoger alguna rectificación creíble y sincera.

Por el contrario, ciertas reacciones o palabras del candidato K podrían inducir, sin exageraciones, a otro interrogante: ¿Cambió de verdad Cristina? ¿O podría cambiar más adelante Alberto F.? “Ella y yo somos lo mismo”, dijo en una incursión psicológico-política.

A raíz de aquellas intervenciones de la ex presidenta, el ex jefe de Gabinete pareció incurrir en aseveraciones destempladas. “Ellos me quieren hacer pelear con Cristina pero no lo van a lograr”, se exaltó. ¿Quiénes serían ellos? ¿Podría asistirse de nuevo a la resurrección del eslogan kirchnerista “ellos o nosotros” que signó una época? ¿Cómo encajaría con su prédica de clausurar la grieta?

El candidato K tiene astucia y habilidad para manipular situaciones. Nadie lo hizo pelear en su momento con Cristina. Renunció en 2009 por severas diferencias políticas y personales. Se convirtió en un crítico de la ex presidenta. La mujer le hizo devoluciones: entre un montón de acusaciones, endilgó su presunto lobby a favor de Clarín, de Telefónica y de YPF. Esas gravedades habrían sido saldadas para articular el Frente de Todos y derrotar a Mauricio Macri.

La cuestión de los medios de comunicación no siempre unifica las posturas de los postulantes kirchneristas. Cristina guarda silencio, por ejemplo, frente a la decisión del juez de Dolores, Alejo Ramos Padilla, de solicitar un informe a la Comisión de la Memoria de Buenos Aires, que preside el Nobel Adolfo Pérez Esquivel, sobre la causa de espionaje que involucra al topo Marcelo D’Alessio. Allí fue incluido un grupo de periodistas a quienes se acusa de hacer extorsiones a través de sus artículos. ¿Por qué el magistrado hizo lo que hizo? ¿Qué autoridad tendría la Comisión que sólo ha intervenido en causas de delitos de lesa humanidad? ¿Qué tiene que ver eso con el asunto que sustancia Ramos Padilla? Un disparate multiplicado. La jugada se asocia, inevitablemente, con sectores kirchneristas que impulsan la creación de una Conadep para la labor periodística.

Alberto F. desechó de plano esa posibilidad. Sostuvo que no está dispuesto a ser el presidente de la venganza. Pero hizo una comparación improcedente cuando aludió al papel del periodismo en los años de Cristina. Pidió una reflexión por el enfrentamiento de aquel tiempo. Habló de excesos del periodismo oficial y del que se mantuvo crítico con la ex presidenta. No se podría observar el conflicto bajo un mismo cristal. El kirchnerismo utilizó el Estado –lugar hipotético de comunión de la sociedad—para montar una campaña impiadosa contra los objetores de aquel Gobierno.

Alberto F. y Cristina, en cambio, comulgan más de lo que se sabe con la teoría del lawfare. Presuntas operaciones judiciales y mediáticas para debilitar a gobiernos populares. Y poner en riesgo la democracia. Fue la exposición que el papa Francisco realizó en junio en el Vaticano durante la Cumbre Panamericana de jueces. Existe un hilo que interrelaciona a los tres personajes con dicho ideario.

Tal elucubración serviría para explicar la postura del Frente de Todos ante la grave crisis que asuela a Venezuela. Cristina no abandona su mutismo. Alberto F., durante el debate presidencial, aceptó casi de compromiso que el régimen de Nicolás Maduro tiene problemas. Los diputados K del Parlasur bloquearon la última semana la posibilidad de tratamiento del informe Bachelet (Michelle), que como Alta Comisionada de la ONU, denunció los crímenes, las persecuciones y torturas que suceden en el país caribeño. Claro que la tropa de legisladores no la integran sólo los ultra K. Figuran Eduardo Valdés o el sindicalista Víctor Santa María, muy cercanos ahora a Alberto F.

El gobierno de Macri se esforzó por introducir ese problema en la campaña. Para incomodar al candidato K. Está claro que cualquier intento se esteriliza con la crisis económica. Se trata de una cuestión excluyente para una mayoría social golpeada todas las semanas por malas novedades. La inflación de septiembre, según el Indec, alcanzó el 5,9%. El mayor índice del 2019. Con fuerte impacto en los alimentos, los medicamentos y la indumentaria.

Los candidatos de Cambiemos se desviven por diversificar las discusiones públicas. La lucha contra el narcotráfico, la ventilación de episodios de la corrupción kirchnerista o su apego al respeto a las libertades. Se trata de una agenda interesante pero insuficiente que, después de las PASO, hasta parece resultar desafiada por el kirchnerismo. Muchos de los palos caen incluso sobre María Eugenia Vidal. Su retador, Axel Kicillof, aseguró que la política contra el tráfico de drogas y la inseguridad fracasó en Buenos Aires. Caballito de batalla del oficialismo. Añadió que la Provincia está quebrada, como la gobernadora la recibió de manos de Daniel Scioli.

La campaña permite casi todo y, desde la observación, resulta difícil hacer un diagnóstico categórico y equilibrado. Pero Kicillof, como ocurrió con la desarticulación del Indec, debería comenzar por aceptar una grave falencia del gobierno anterior del cual formó parte: la desidia o complicidad que permitió como nunca en democracia el progreso del narcotráfico en la Argentina.

Aquella agenda, pese a todo, le ha servido a Macri para consolidar la amalgama de sus votantes. Con caravanas por el país y participación popular impensada en otro tiempo. La avenida 9 de Julio en el Obelisco resultó ayer la expresión más impactante. Esa mecánica le puede templar un ánimo oficial decaído. Sobrellevar además la prolongada transición desde las PASO que arrancó con un tembladeral económico.

También podría serle útil, en el caso de una derrota, para intentar concederle sobrevida a Cambiemos en terreno opositor. Aún cuando quede en discusión la permanencia de su liderazgo. La consolidación de un bloque parlamentario resguardaría a nuestro país del temor a un desequilibrio institucional como aquel que imperó entre 2011-2015.

Quizá suene apenas a un consuelo para el Presidente que busca su reelección. Pero aún así, en un país como la Argentina, no sería poca cosa.

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