Victoria AlaKicillof en Buenos Aires

Victoria AlaKicillof en Buenos Aires

Derivaciones y alcances del triunfo peronista en la batalla de La Plata. Mística y orden en el partido, de la mano de Julio Alak. Pleno de Axel Kicillof, el estratega.

Por Juan Rubinacci.

“No hacer lugar al nuevo pedido de apertura de urnas”. Breve, pero contundente, el punto uno del acta firmada por la Junta Nacional Electoral que se publicó pasada la medianoche del jueves le estampó el sello de caso cerrado a la batalla por la intendencia de La Plata que se libró voto a voto durante casi dos semanas y que tuvo en vilo a la política bonaerense, que esperaba conocer quién se sentará el 10 de diciembre en el sillón municipal de la capital de Buenos Aires: Julio Alak o Julio Garro. Será Julio César I.

El triunfo por 606 votos de diferencia en favor del candidato de Unión por la Patria (UP) en el escrutinio definitivo confirmó la tendencia del recuento provisorio y no le alcanzó al intendente de Juntos por el Cambio (JxC) para revertir la derrota, con apertura de urnas, pedidos de impugnación y denuncias incluidas. Pero también fue la última medalla que abrochó en su saco el gobernador Axel Kicillof, quien apuntaló la candidatura de su ministro de Justicia como la de nadie, casi como una obsesión.

Ganar la capital de Buenos Aires, para Kicillof no es sólo un objetivo cumplido en términos electorales, para pintar de celeste un municipio más en el mapa. Tampoco alcanza con mencionar que la victoria implica un punto fundamental para impulsar a la región capital como motor de la gestión provincial. Hace falta, incluso, remarcar algo más que sólo tildar dos de los tres distritos grandes gobernados por el PRO que el mandatario se propuso arrebatar (también ganó Bahía Blanca, pero no pudo con Mar del Plata). Es todo eso y más: significa recuperar el segundo municipio más importante en cantidad de electores y respirar nuevamente una mística peronista que el partido, a nivel local, había perdido hacía una década, con una acefalía y un laberinto político que lo hizo morder el polvo en cuatro elecciones consecutivas.

Para el gobernador –y para el peronismo- el camino no fue sencillo. La apuesta le implicó a Alak aliarse nuevamente con una jugadora fuerte en La Plata, dos veces aspirante a la intendencia y jefa política de una porción grande de la militancia peronista platense: Florencia Saintout. Con terminal en el titular del PJ bonaerense, Máximo Kirchner, la presidenta del Instituto Cultural fue hasta el final de la negociación por las candidaturas con el respaldo de La Cámpora, buena parte de los gremios y las organizaciones sociales. El resultado es conocido: todos volcados territorialmente a la campaña del exintendente platense, una vez que se selló el acuerdo con Saintout, que acompañó la postulación del ministro con una candidatura al Senado provincial en la misma boleta.

Aún con ese acuerdo, el peronismo presentó otras cuatro precandidaturas que quedaron en el camino en las PASO, tal como había pasado en la elección anterior, cuando también hubo cinco aspirantes al sillón de calle 12. Antes de aquello y hasta hoy, el partido se enredó en aventuras individuales y candidaturas débiles que no penetraron en el electorado platense, luego de la tragedia de la inundación en 2013, cuando al entonces intendente Pablo Bruera le fue imposible levantar una imagen que ya había sepultado toda chance de reelección y conducción partidaria. Ese terremoto político se llevó puesto a todo el espacio. Diez años después, al peronismo sólo podía ordenarlo un triunfo. El diseño de ese triunfo se urdió en oficinas de calle 6.

Conseguir la capital bonaerense fue también barrer con un peso pesado del PRO. Garro ya era el interlocutor del resto de los alcaldes de su coalición con funcionarios del gobierno provincial y asomaba como líder amarillo en el futuro cercano, ya con Diego Santilli y Néstor Grindetti caídos en desgracia y con Jorge Macri subido al flete que lo mudaba de Vicente López a la Ciudad de Buenos Aires.

La figura del macrista que sorteó el ventarrón peronista de 2019 crecía y un triunfo lo posicionaría como un referente ineludible del PRO y también de una coalición tambaleante. El intendente que dejará el sillón municipal el 10 de diciembre fue una máquina de ganar elecciones desde 2015 a la fecha y controló al partido a nivel local durante casi una década, con un puñado de rebeliones propiciadas recién este año por la interna –insólita–, que acomodó rápidamente antes de las PASO, excepto una, la de Juan Pablo Allan, el enviado de Patricia Bullrich a quien venció sin despeinarse el 13 de agosto.

Aunque el intendente de salida aún no haya reconocido la derrota y se encuentre estudiando los términos legales para presentar una apelación en la Cámara Nacional Electoral que le permita abrir todas las urnas, su salida del ejecutivo municipal desdibuja completamente a un jugador clave de la oposición bonaerense, que iba a tenerlo otros cuatro años como vocero intendentista de JxC y con una proyección concreta para pelear la Gobernación en 2027, ya sin chances de ser reelecto en el municipio.

Sin embarrarse en la cancha siempre hostil de los cierres de listas, sin discutir el liderazgo del partido ni del espacio –a pesar de contar con todos los atributos para hacerlo (es el gobernador de la provincia de Buenos Aires)-, Kicillof fue el estratega de la victoria distrital más importante del peronismo en los últimos años.

Montado al 45% de los votos conseguidos en la provincia que revalidaron su conducción, el mandatario se anota un triunfo histórica que le devuelve al peronismo un actor central del PJ en los 90, el custodio judicial de Cristina Fernández de Kirchner en sus años dorados, y el preferido del gabinete kicillofista en la primera gestión. Al paso, tachó al dirigente amarillo que se disponía a subirse a la tarima de los alcaldes históricos de La Plata, al jefe comunal que le cascoteó el rancho encabezando la tropa de alcaldes anti K y al villano que ya se probaba el traje de conductor de la oposición.

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