Theresa May pega un giro aislacionista

Theresa May pega un giro aislacionista

A primera vista la apuesta es a todo o nada. Si la UE quiere mantener una estrecha relación con el Reino Unido, tendrá que aceptar sus condiciones: otorgarle máximo acceso al mercado europeo, pero con controles inmigratorios.

Por Marcelo Justo

Página/12 En Gran Bretaña

Desde Londres

Hard or soft Brexit, that is the question. El dilema Hamletiano de Theresa May es Europa y en sus dos discursos y decenas de entrevistas durante los cinco días del Congreso Anual conservador, la primer ministro no dio una definición certera e irrreversible, pero dejó un reguero de pistas quer la sitúan en el sendero del “Hard Brexit”.

En el discurso de cierre del Congreso ayer May habló de controles inmigratorios, menos doctores extranjeros, menos estudiantes universitarios o de inglés de otros países, más trabajos para los británicos, endurecimiento con los dueños que alquilen casas a ilegales y leyes para que las empresas revelen cuántos extranjeros tienen empleados. “En junio el pueblo votó un cambio y voy a implementar ese cambio”, señaló May a una eufórica audiencia conservadora.

El domingo la primer ministro había anunciado que activaría la negociación de salida de la Unión Europea antes de “fin de marzo” y que revocaría la ley europea que incorpora a la legislación británica las directivas y regulaciones de la UE. El anuncio despejaba una incógnita –la fecha de inicio de las negociaciones– pero no decía mucho sobre el dilema “Hard o Soft” porque ambas medidas eran inevitables después del referendo del 23 de junio a favor de abandonar la UE.

El acento en el tema inmigratorio de los últimos días cambia la historia. La premisa de un “soft Brexit” es que el Reino Unido intente por todos los medios mantener el acceso al “single market” europeo, algo que requiere una posición muy flexible sobre inmigración. El “single Market” se basa en las cuatro libertades (capital, comercio, servicios y personas). Impedir una de esas libertades es perder el acceso a las otras.

El mensaje de May ayer fue que está dispuesta a correr ese peligro. “¿Tenemos un plan para el Brexit? Sí, lo tenemos. ¿Vamos a llevarlo adelante? Sí, lo haremos”, dijo la primer ministro. No hubo más detalles concretos sobre el plan Brexit, pero el endurecimiento del tono y la plena identificación con los que votaron a favor del Brexit (May estaba a favor de permanecer en la UE) son la señal más clara de una hoja de ruta.

A primera vista la apuesta es a todo o nada. Si la UE quiere mantener una estrecha relación con el Reino Unido, tendrá que aceptar sus condiciones: otorgarle máximo acceso al mercado europeo para tener a su vez plena entrada al británico y aceptar los controles inmigratorios. Si no, el Reino Unido está preparada para una separación completa de la UE. En este “Hard Brexit” dejaría de formar parte de la Unión Aduanera, con lo que sectores como el farmacéutico o el automotriz tendrían que pagar aranceles para exportar al mercado europeo, y tampoco estaría en el “single market” con lo que la City perdería el “pasaporte financiero” que le permite operar en la UE.

Este deslizamiento de May hacia el “Hard Brexit” hizo descender la libra a su nivel más bajo en décadas (“la moneda de peor desempeño del año”, según el Evening Standard). A nivel europeo la primera reacción desde Alemania fue un endurecimiento de Angela Merkel quien dejó en claro que no hay excepciones para la libre circulación de personas como precondición de acceso al single market. El panorama electoral de 2017 tampoco ayudará a May. En mayo hay elecciones generales en Francia, en septiembre en Alemania. En el clima de crecientes “nacionalismos” europeos no es el mejor momento para empezar con el toma y daca de una negociación.

El “Hard Brexit” tiene además repercusiones en el interior de las tres naciones (Inglaterra, Gales y Escocia) y una provincia (Irlanda del Norte) que forman el Reino Unido. Theresa May indicó que Escocia abandonaría la UE con el resto del Reino Unido a pesar de que los escoceses votaron mayoritariamente a favor de permanecer en Europa. La primera ministro de Escocia Nicola Sturgeon, del Partido Nacionalista Escocés, le contestó que ese absoluto desinterés por lo que quieren los escoceses es “extraño viniendo de alguien que dice que quiere mantener el Reino Unido”. Los nacionalistas escoceses quieren un nuevo referendo sobre su independencia. Una de las razones por las que perdieron en el de 2014 fue por el miedo a que una Escocia indepediente no pudiera seguir siendo parte de la UE.

El giro de timón de Theresa May incluyó un sorprendente repertorio de retórica “socialdemócrata”. La primera ministro fustigó el individualismo, prometió una mayor intervención del estado, la persecución de la evasión fiscal, “ayudar al débil y confrontar al fuerte”, terminar con la creciente desigualdad en el país y ser “el partido del Servicio Nacional de Salud”. En sintonía su ministro de finanzas Phillip Hammond dejó de lado el déficit fiscal cero que prometía el anterior gobierno conservador de David Cameron y prometió unos tres mil millones de libras para construir 25 mil nuevas casas.

La fortaleza de May es la debilidad de los otros contrincantes. A nivel interno la oposición laborista de Jeremy Corbyn está fatalmente dividida y tiene una agenda que atrae a jóvenes politizados, los sindicatos, trabajadores estatales y la minoritaria izquierda nacional, pero que por el momento no ha sintonizado con el resto de la sociedad. En la UE abundan las crisis en una economía que sigue estancada y con una eurozona que vive desde hace años de zozobra en zozobra. En este poker da la impresión que los británicos y el resto de la UE están jugando con fuego como si un pasado muy reciente y muy extenso de guerras no les bastaran de ejemplo para enderezar una historia que puede terminar muy torcida.

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