La suerte de Alberto Fernández

La suerte de Alberto Fernández

Por: Gustavo González. ¿Qué tiene que ver la suerte con la tierra? Para el Presidente tiene mucho que ver. Y en algún sentido está en lo cierto.

 

Suerte significa tierra porque de ahí viene la palabra, del latín “sortis”, que significa una porción de tierra. La suerte o fortuna era que, a la hora de dividir la tierra, la parte que tocara fuera más productiva que otras. Una lotería, porque también era el “lote” que le correspondía a cada soldado después de una conquista territorial. 

Suerte para la desgracia. Alberto Fernández cree que la sequía que este año le quitó US$ 20.000 millones de productividad a la tierra argentina, determinó su suerte política. Está convencido de que, aun a pesar de la pandemia, de la guerra en Europa y de los conflictos internos con su vicepresidenta; su suerte hubiera sido muy distinta sin ese efecto climático. 

Concretamente, piensa que, sin la sequía de por medio, se hubiera presentado para la reelección con chances de conseguirla.

De hecho, hasta diciembre, en sus tres primeros años de mandato el crecimiento del PBI se acercaba al 5%, acompañado de otros índices positivos como el de la baja de la desocupación y el crecimiento industrial, y otros negativos y de fuerte impacto social como la suba de la pobreza y la inflación. 

Hasta ahí, Fernández imaginaba un 2023 que agregaría al menos 2 puntos de crecimiento, en línea con lo que pronosticaba por entonces el FMI.

El efecto de la sequía (que para las arcas públicas representa una pérdida de casi US$ 7.000 millones) no se sintió tanto en los índices de los primeros cuatro meses del año, pero sí en mayo. Hace dos semanas se conoció que ese mes el estimador mensual de actividad económica (EMAE) marcó una caída anual de 5,5%. 

Parece razonable que, previendo esta caída y con una inflación anualizada en torno al 120%, cualquier intento reeleccionista hubiera fracasado. 

Ahora, el desafío es de Sergio Massa: ¿cómo ganar prometiendo que, si lo logra, los índices del futuro gobierno serán mejores que los del actual, siendo ministro de Economía de este y aspirando a ser Presidente del próximo?

Roles cambiados. Quienes siguen cerca de Alberto Fernández, aseguran que el tema de la suerte gira inevitablemente en sus reflexiones y que maldice por ello.

Es la primera vez desde 1983 que un presidente, con la posibilidad constitucional de ser reelecto, decide no hacer uso de esa opción. Alfonsín tenía un mandato de seis años sin posibilidad de reelección. Menem lo hizo. De la Rúa duró dos años. Kirchner recurrió a una reelección sui generis a través de su esposa y, ella, tras el fallecimiento de él, fue reelecta en primera vuelta con el 54% de votos. Macri también lo intentó, pero no pudo.

El desistimiento de Fernández generó una situación inédita. 

Un jefe de Estado que desempeña el rol protocolar que en las democracias parlamentarias asume el presidente del gobierno (o en la monarquía los reyes), como el relacionamiento diplomático con los líderes del mundo y la participación en eventos públicos, inauguraciones de obras o actos patrios. Junto a un ministro de Economía que aparece como gerenciador de la administración central y factor de poder político, que en otros países se asocia a la función de un jefe de gobierno o jefe de ministros.

“No me llevé nada”. Por eso, las últimas semanas de Fernández estuvieron ocupadas por cumbres en Brasil y Bruselas, participación en la inauguración de algunas obras, la despedida del embajador saliente de China y el cierre del foro del Consejo Federal Agropecuario.

Massa cubre su agenda con grandes y pequeñas inauguraciones de obras públicas y privadas, visitas a fábricas, encuentros con gobernadores y recorridas por el país. Es la cara visible de las negociaciones con el Fondo y quien debate con los distintos actores económicos y políticos.

Alberto casi no hace declaraciones. Una de las pocas que hizo en estos días fue frente a Jorge Rial: “Actué con honestidad, dejé todo y no me llevé nada”. Lo que en el cristinismo fue leído como una chicana, en especial por su aclaración posterior: “El mensaje es para los argentinos que saben que la política muchas veces no fue honesta, no en un gobierno, sino en muchos”. Cuando se le preguntó si incluía a los gobiernos peronistas, insistió: “En todos”.

Massa habla a diario en tribunas, en reportajes y al paso. 

Para no responsabilizarse por la totalidad de la gestión oficialista (bastante tiene con defender la suya), elige confrontar con la herencia recibida recordando los resultados de la administración macrista y advirtiendo por el ajuste que vendría con sus discípulos. 

Siguiendo los consejos de su estratega catalán, Antoni Gutiérrez-Rubí, se muestra sonriente y ejecutivo, tratando de empatizar con el electorado, tomando mate por los barrios y sin hablar de cuentas fiscales ni de programas concretos. 

La mayoría de los sondeos lo dan perdedor, pero por un margen menor. Se sabe que las encuestas están cada vez más sujetas a errores estadísticos y a manipulaciones políticas, pero si eso fuera cierto no deja de ser llamativo que la fórmula Massa-Rossi aparezca competitiva. 

Lo que además llama la atención es que en medio de una economía en problemas, con una dura campaña electoral y un Presidente corrido del centro de la escena, el nivel de convivencia político y social se mantenga dentro de parámetros razonables. 

Desde el oficialismo se interpretan ambas situaciones diciendo que la economía no está tan mal como indican los datos de mayo y que, sacando al agro, el resto de las actividades sigue creciendo.

Suerte vs. razón. Otra de las explicaciones sería que hay una aceptación generalizada de que la suerte que desgració a Alberto Fernández, la sequía, representa una verdadera calamidad económica que no se repetiría en los próximos años. La anterior sequía de esta magnitud sucedió en la primera mitad del siglo pasado.

Sumado a que en 2024 ya estará funcionando a pleno el gasoducto de Vaca Muerta con un ahorro en torno a los US$ 4.000 millones, más la producción en alza de esa y otras zonas petroleras y el crecimiento de la actividad minera. En el marco de las expectativas favorables que despertaría el próximo gobierno.

Es una necesidad humana creer que en el futuro la suerte acompañará más que en el presente. Una necesidad que, a través de los siglos, llevó a levantar creencias místicas que ofrecieran algún tipo de garantía para que eso de verdad ocurriera.

También está la corriente racionalista que señala que no existe la suerte sino leyes de probabilidades perfectamente explicables, y que lo que pasó aquí y en el mundo en estos años (pandemia, guerra, sequía) es una consecuencia de lo que se hizo o dejó de hacer en los años anteriores.

Es posible que en el futuro prime la racionalidad de dirigentes que hayan aprendido de los errores y que sepan aprovechar las nuevas condiciones macroeconómicas con los especialistas apropiados. Y es posible que, no por suerte sino por un explicable sistema de prueba y error, exista una mayoría social ampliada que opte por la construcción de una confianza social en lugar del actual modelo de autoflagelación colectiva.

Como tiendo a creer en la racionalidad, pienso que es muy posible que todo eso suceda. No por casualidad sino por la lógica de la razón. 

Aunque no estaría de más cruzar los dedos y tocar madera.

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